John Hyde
La realidad puede superar cualquier sueño.
Pocas veces un sueño alcanza la realidad.
La realidad puede superar cualquier sueño.
Pocas veces un sueño alcanza la realidad.
Llega todos los días sin desayunar y con el café en la mano que se toma de un sorbo mientras empieza a trabajar. Tiene 19 años, es alto, listo y rebelde. No ha estudiado porque no encontró quién le enseñara bien ni lo que a él le interesaba y lo consideró una pérdida de tiempo. Aprendió en la calle con los amigos, se escaqueaba las clases sin que sus padres lo supieran, engañando a los profesores hasta dónde estos y aquellos se dejaban engañar. Cuando terminó lo imprescindible acudió al mundo laboral, y allí fue rodando de un sitio a otro aprendiendo de todo el que se encontró en su camino. Le gusta dibujar pero eso no da dinero y lo que él quiere es vivir bien.
Y le traen de su país a ver si se centra. La verdad, no he visto un tipo más centrado en toda mi vida, y no tengo muy claro que quieren demostrarle. Pero aquí le tengo a mi lado, con un porro en la mano y tan feliz, yo no le preocupo en absoluto.
Pero eso dura poco, voy a convertirme en una de sus preocupaciones diarias. Está en una pequeña encrucijada, por un lado la familia y por otro el negocio, que quiera o no es lo que le da dinero y pertenece a la familia, como buen italiano eso lo tiene muy presente.
Y le traen de su país a ver si se centra. La verdad, no he visto un tipo más centrado en toda mi vida, y no tengo muy claro que quieren demostrarle. Pero aquí le tengo a mi lado, con un porro en la mano y tan feliz, yo no le preocupo en absoluto.
Pero eso dura poco, voy a convertirme en una de sus preocupaciones diarias. Está en una pequeña encrucijada, por un lado la familia y por otro el negocio, que quiera o no es lo que le da dinero y pertenece a la familia, como buen italiano eso lo tiene muy presente.
Tras explicarle cómo se han de hacer las cosas aquí y por qué se hacen así, todo cuanto le digo a partir de entonces es para matizar lo que hace. Y eso le repatea. Me dice que soy demasiado exigente, y yo le digo que es cierto y le hablo de calidad, y si he de admitirle con todas las cosas que no me gustan, él tendrá que hacer lo mismo. Al cabo de un mes parece que hemos llegado a un acuerdo sin proponérnoslo, él trabaja a su manera pero consigue el fin que yo quiero. Incluso parece que nos llevamos bien, aunque sigo sin pasarle ni una y él cuando puede sigue escaqueándose. Si, eres un condenado artista le digo a veces y ríe. Y me repatea, pero empieza a caerme condenadamente bien.
En mi camino diario hacia el trabajo, justo cuando paso por delante del "after hours" le veo salir con el grupo, al girarse para caminar de frente se topa conmigo, los ojos ribeteados de rojo, cara de sorpresa y de no saber donde meterse, mira hacia atrás y en un instante decide qué decirme “… me llamaron los amigos y he venido a recogerles, en un rato nos vemos…” Sonrío con una ceja levantada mientras me habla, asiento con la cabeza y sigo mi camino.
Ha llegado con el pelo mojado y los ojos en perfecto estado. Me mira preocupado con media sonrisa que se le escapa, le hago un gesto con la cabeza y continúo. Se para delante de la jefa que le dice que llega tarde y que a ver como se las ingenia para que le de tiempo. En un segundo pone manos a la obra, las mil veces que le he repetido cómo ha de hacerlo por fin han dado resultado. No solo lo hace de la manera adecuada sino que la mejora.
Me quedo un momento mirando el trabajo fascinada, anda por el pasillo con el pecho henchido y desafiante, dejo de prestarle atención y continúo con mi trabajo. Se ha dado cuenta que no he dicho nada y ha sido amable, ha estado en todo y le ha sobrado tiempo, y me premia con cierto respeto. No sé cuanto durará esto, pero lo voy a disfrutar de lo lindo.
Me resulta gratificante saber que no será un cordero fácil de guiar al emborregamiento general, puede que consiga establecerse en algún lugar y vivir bien o puede que termine en un gueto barriobajero, tiene ambas posibilidades al mismo nivel. Lo que decida lo decidirá él. En la cena de trabajo, en asientos contiguos y después del “madre mía” de cada uno, tuvimos una sobremesa interesante. Tras unas copas se me ocurre sacar un tema filosófico, más con la intención de que se fuera a otra parte que de hacerme entender, pero ocurrió todo lo contrario. Me siguió.
Hablando con Nicolás -hemos hecho un inciso en su lectura bloguera (no solo lee lo que escribo sino lo que leo en otros)- y también tiene simpatía por el chaval. Le recuerda a un amigo que creó un pequeño imperio mientras él estudiaba, y fue la distinta manera de enfrentarse al mundo lo que les unió enormemente. Uno está falto de experiencias y al otro le sobran, pero a ambos les marca su visión de una conciencia bien interpretada.
Hay un foso enorme entre lo que pretendes ser y la realidad de tu existencia y cuanto más alto pones el listón de lo que deseas terminas por convertir el foso en precipicio.
Aspiramos a una vida magnifica y no aceptamos la evidencia de una realidad dolorosa y triste, y poco placentera, preferimos creer en ese mundo mejor que nos venden y que nos aprisiona en la culpabilidad de no ser perfectos.
Hemos creado el arte de querernos como no somos, tomamos nuestros deseos por la realidad y a la realidad como algo puntual que hay que sufrir en pos de conseguir la vida maravillosa que deseamos. Esto nos hace odiar nuestras necesidades más reales.
Y acabamos volcando ese odio hacia el mundo, hacia aquel que pretende ser diferente, hacia aquella que provoca la libertad de cuerpo y alma, haciéndoles culpables y enemigos por nuestro fracaso. La mala conciencia de no ser perfectos para conseguir el paraíso pesa como una losa en nuestras vidas.
Dice Charles de Saint-Évremond militar independiente y liberado (siglo XVII) “Pocas gentes no darían las ventajas y pretensiones del espíritu, por conservar esta parte baja y grosera, este cuerpo terrestre, al que los especulativos hacen tan poco caso”
Mentes liberadas de la mala conciencia social imbuida desde hace siglos -para someternos - y nosotros aún seguimos colgados de las supersticiones y la pulsión de muerte.
La conciencia debe ser un instrumento de estimación de las buenas relaciones con uno mismo, con el mundo y con los otros. Nunca un dedo acusador.
Recuperar la claridad de que somos lo que somos, que no tenemos por qué hacer lo que establece una sociedad que nos utiliza y nos produce displacer con sus exigencias, su creciente necesidad de más, y su falta de respeto hacia la individualidad de cada uno.
El pacto contigo mismo de alejarte de todo aquello que te produzca dolor y displacer es difícil pero es la única forma de convertir el círculo en un camino entre el exceso y la privación, armas de desencanto y destrucción.
El término medio entre la libertad y el libertinaje, el ascetismo y el materialismo, la voluptuosidad y la pureza es el secreto de cuantos han ido descubriendo durante siglos la verdadera naturaleza de ser, Demócrito, Epicuro, Diógenes de Enoanda, Filodemo de Gadara, Charles de Saint-Évremond, Jean Toussaint Desanti, … y tantos otros.
Foto conseguida en http://webecoist.com/2008/12/22/nature-environmental-photographers-photos/
4 comentarios:
Si, eso mismito creo yo...
Pero que duro es, madre. :-)
Muchos besitos Gaia, muchas gracias.
Lo más duro querida Mirada no es intentarlo, creo yo, lo peor es que “ellos” consideran anormal todo lo que se aleje del círculo vicioso, y, o los dejas por imposible o te acaban absorbiendo de nuevo.
Menos mal que cada vez somos más los que nos atrevemos a ignorarlos.
Un beso ¡guapa!
Y qué difícil es la virtud del término medio entre el vicio de los extremos viciosos.
Ojalá fuéramos capaces de hacer camino de los círculos equidistantes de todo dolor.
Besos.
Cierto Ybris, llevamos siglos sufriendo los mismos males del alma y hemos aprendido muy poco.
Ni el vicio es infame ni la virtud honorable. Ni mucho de lo que se considera virtud, digno, ni mucho de lo vicioso, innoble.
Ojala.
Un beso.
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