domingo, 28 de junio de 2009

El cuentacuentos


Scheherezade (Paul Emil Jacobs, 1840)

Hay a quién le va la vida en ello


Nicolás acaba de volver de unas pre-vacaciones. ¡Jo! Esto de estar jubilado es la repera. ¡Claro que cómo todo! solo para aquél que sabe sacarle lo mejor a este mundanal, desequilibrante y tozudo mundo. Sabe, o puede.

Durante la merienda me ha puesto al día de todos los sucesos de su viaje. Está bronceado, feliz y relajado. Tenemos el portátil delante con un montón de fotos del viaje, las web de los sitios donde ha estado y el Google Earth para situarme, el ordenador echa chispas, cada vez le cuesta más abrir páginas y páginas, tiempo que Nicolás aprovecha para contarme peripecias y hacerme reír.

En uno de los pueblecitos donde estuvo unos días acabó haciendo buenos amigos, pero le sucedieron cosas que le dejaron desconcertado. Y que con su permiso voy a contar aquí.

"Hice allí amistad con un viejo leñador contador de historias. La mayoría de la gente del pueblo piensa que se las inventa porque es un hombre con mucha imaginación, pero algunos abuelos dicen que sucedió tal y como él lo cuenta.

No le gusta jugar a la petaca, se pasa la tarde en el hogar del pueblo jugando al mus, y luego hasta casi la madrugada se suele sentar con el tabernero a charlar. Y allí en la taberna es dónde cuenta sus historias, después de cenar acuden los vecinos a tomar café o una copa antes de dormir y se sientan dentro a escucharle.

Pero lo que más le gusta es subir a la montaña muy temprano a coger setas. La madrugada que no hay cuentos todos saben que al día siguiente comerán las mejores de la provincia. En la segunda madrugada que acudimos a escucharle, me quedé a charlar con el tabernero y con él. Sabido es que a nuestra edad el sueño ya no acude a la cita de costumbre, aparece a otras horas en las que no hay nada mejor que hacer.

Al despedirnos me invitó a acompañarle en su próxima excursión al monte y accedí casi sin dejarle terminar. Así que aquella madrugada ataviado con mi gorra, mi bastón, unas buenas botas y la cesta que me proporcionaron, comenzaba un día que iba a ser totalmente distinto. Durante el recorrido fuimos hablando del pueblo y de mi ciudad, apenas noté la hora de camino, salvo el último tramo de subida, que sólo yo se lo que me costó.

Ni que decir tiene que cuando llegué arriba nuestro amigo ya tenia unas cuantas en la cesta. Tras descansar un rato junto a una encina, me puse a su lado y comenzó a explicarme que clase de setas u hongos eran cada uno que encontrábamos, cómo crecían, su grado de madurez, cuál era la mejor manera de cocinarlas, en resumen, demostró ser un micólogo sabio a ojos de un total inexperto. Su manera de moverse sin estropear nada, sin pisotear ni siquiera las tóxicas, pues dice que todas tienen su función en el medio, me maravillaba. Llevaba una bolsita de cáñamo donde guardaba unos pocos hongos tóxicos, “la ramaria”, que utilizan en el pueblo como laxante o purgante natural.

Con la amena charla entre la que entremezclaba historias que habían ocurrido en sitios cercanos a los que andábamos llegamos junto a un riachuelo que se precipitaba monte abajo, allí nos sentamos un rato a descansar. Mi compañero dejó su cesta repleta a poca distancia y sacó del talego que llevaba a la espalda un poco de queso y pan que nos reconfortaron. Allí sentados y comiendo estuvimos largo rato en silencio, la brisa era agradable, había desaparecido la humedad de primera hora y la tierra empezaba a calentarse de a poco, las nubes tapaban de vez en cuando el sol y el agua sonaba suave y cantarina.

Luego comenzó a contarme algo que le sucedió en aquel lugar y que no había contado jamás en el pueblo, una cosa es que pensaran que tenía imaginación y otra muy distinta que lo tomaran por loco.
Me dijo que justo allí delante de nosotros, otra mañana en la que andaba solo e igual que ahora se había sentado a almorzar, apareció un hombrecillo pequeño sin saber por dónde había llegado. De pronto alzó los ojos y lo tenía delante. Lejos de pensar en algo extraño y tras el primer desconcierto, le invitó a sentarse y a comer con él. Charlaron durante un buen rato de hongos, del monte y del pueblo, y después mientras se levantaba y recogía la cesta, el hombrecillo había desaparecido sin saber por dónde. Cuando bajaba hacía el pueblo lo que más le inquietó fue no saber nada de él, ni siquiera su nombre. Ya no lo volvió a ver nunca más, por lo que tras razonarlo pensó que iría de paso y como buen caminante debía estar muy ágil, aunque no recordaba que llevará bolsa alguna.

Hicimos algunos comentarios, más esta vez, imaginando algo menos razonable como gnomos y duendes, tras unas risas nos levantamos para irnos. Cuando fui a coger mi cesta me quede boquiabierto, estaba tan llena como la de mi compañero, y recordaba que cuando la deje allí estaba a medio llenar, lo tenía claro porque había pensado que no estaba nada mal para ser la primera vez e incluso me pareció un buen botín. Le mostré la cesta a mi amigo y me miró muy serio, incluso me gire pensando si habría alguien más por allí, cuando volví a mirarle se reía diciéndome que debíamos llegar a tiempo para cocinarlas mientras empezaba a bajar por el camino.

Aún desconcertado comencé a seguirle, aunque no pude evitar volverme un par de veces más, el leñador socarrón reía entre dientes en tanto se giraba para meterme prisa. Ya llegando al pueblo me dijo: “Mira lo más probable es que la última vez que miraste la cesta estuviera medio llena, y luego pensando en cuanto te contaba no te dieras cuenta que seguías llenándola, y cuando la dejaste en lo único que pensabas era en buscar un sitio cómodo para sentarte. No te preocupes más, si el hombrecillo hubiera venido te aseguro que lo habríamos notado en el queso y no en la cesta”.

Era razonable, pero aún así no las tuve todas conmigo.
Y por supuesto ni abrí la boca durante el resto de días que pasamos allí, quedé con Fabián en volver a visitarle. Mi compañera dice que subirá con nosotros la próxima vez pero me lo estoy pensando, con la imaginación que tiene también, entre los dos son capaces de hacerme creer cualquier cosa.”


Como siempre, se hace la hora de despedirnos y vuelvo de otra realidad paralela. Me voy encantada de que ya esté aquí, aunque mi viajero amigo ya tiene preparado el siguiente “tour”. De lo que me alegro y espero que disfruten largo tiempo esa vitalidad.


martes, 23 de junio de 2009

Relaciones


Cosiendo la vela - Joaquín Sorolla



Advierto ahora, antes de comenzar, que no se trata de una historia de amor o de pasión y desenfreno. Así pues quién tenga necesidad de ternuras y demás licencias amorosas puede seguir al próximo blog y no continuar con esta lectura, nada más lejano a mi intención que importunar a lectores soñadores con un titulo sugestivo o un texto coherente con él (con el titulo).

Y no es que no me interesen dichas relaciones, de hecho alguna alusión al tema acabaré intercalando, pero mi intención no es hablar de desamores -tengo mis experiencias, que no vienen al caso ahora- sino de las maneras que tenemos los humanos de juntarnos, asociarnos, tocarnos, ayudarnos, y de pisotearnos, deteriorarnos, despreciarnos… en fin, de todo.

Quizás debería haber añadido “humanas” pero no me ha gustado, demasiado redondo para un tema tan complejo.

He leído que la densidad de población fue la causa, en gran medida, que facilitó el intercambio de ideas y habilidades individuales haciendo patente la mayor cantidad conocida de “innovaciones útiles”, y llevando a la conducta humana a desarrollarse tal y como la conocemos hoy. Se desprende un razonamiento de todo esto, el de que no ha sido ni la inteligencia ni un cerebro más desarrollado lo que nos ha hecho disfrutar del alto nivel tecnológico conseguido, sino la interacción entre los individuos trabajando eficazmente en grupo y sobre todo, de su capacidad de comunicación.

Que las relaciones humanas han sido básicas para desarrollar nuestro cerebro e inteligencia, sería en suma la respuesta. Hay otro detalle no menos importante a tener en cuenta, si los encuentros individuales en la red social tienen ese impacto en las innovaciones tecnológicas, también podemos pensar lo mismo en las interacciones sociales y sentimentales, comprendiendo en esa capacidad de comunicación de los sentimientos individuales, la forma en que se desarrollan hasta conseguir ese intercambio útil de ideas y habilidades sociales.

De manera que la comprensión, apertura de miras, la sensibilidad para con otras formas de pensar, la sociabilidad comprendiendo la naturaleza y estructura de nuestro entorno, la adaptación a las consecuencias, la objetividad de la cruda realidad, el respeto a las personas con experiencia… es lo que nos hace ser inteligentes y cada vez más hábiles.

Claro que también hay que contar con los factores negativos que algunos podemos desarrollar, la agresión que manifiesta la frustración, la fijación que nos ata al pasado, el sometimiento que no acepta opiniones, el asilamiento, las fantasías o la superioridad o inferioridad… que nos hacen ser competitivos y viscerales, perdiendo la oportunidad de utilizar toda la fuerza de una alianza.
La amistad sobresale en este tipo de relaciones como algo que se ofrece sin pedir nada a cambio.

De otro estudio reciente otra hipótesis trata de la forma en que evaluamos a los amigos, tiene más valor el apoyo real que ese amigo pueda darnos que su riqueza o popularidad. Cuanto más nos valoren a nosotros mejor posición tendrán en nuestro ranking de amistades, siendo proporcional a la prontitud de su apoyo en un conflicto.

Puede ese valor generado en la comunicación provocar los cambios en nuestras relaciones haciéndonos invulnerables de tan vulnerables, insensibles de tanto sentir, seguir en la fe a pesar del nunca, el jamás, el amor y el llanto, desplegar una fuerza global pudiendo dar respuestas a muchos de los interrogantes sobre cómo funciona una sociedad que avanza tanto en unos ámbitos, y se descontrola de manera tan inverosímil en otros.

Pero lo inesperado siempre nos acecha en un tiempo antagonista que acuna al odio. Historias de amor de malquerencias y manipulaciones… condenas a las demostraciones afectivas… sufrir la espera y seguir ahí fiel a la cita, esperando…
Las connotaciones prácticas y sencillas de cuanto hacemos, decimos, y por lo tanto compartimos se nos escapan.

Lo que parece que ha pasado y ya no es, sigue siendo un eslabón más de la larga cadena que conforma la evolución de sentires y comportamientos en nuestra forma de modelar la sociedad. Las leyes, las normas, las reglas, no son más que cuerdas a las que agarrarse para no caer en un precipicio por el que andamos subiendo millones de años, y por el que seguimos aprendiendo y desarrollando habilidades.

Los que pretenden crear parcelas de experiencias y dejar de compartir, vendiendo o cambiando, se exponen al estancamiento en sus ricas estancias seguras por contra angustiosas, perdiéndose la maravilla o el terror de descubrir más mundos en la escalada.
Estancamiento que puede llevar a la pérdida de habilidades e inteligencia. Que esperemos no contribuya a crear una subclase de humanos con el cerebro reducido por falta de práctica.

Habría que cuidar con muchísimo mimo todo lo que podemos compartir, vigilar las formas y las maneras en que nuestras habilidades influyen en los demás, preservar de la mejor forma posible las relaciones con cada uno de los que interactuamos en nuestro entorno, serenar el pensamiento, detenerse, pensar y luego relacionarse activamente y comunicar.

Y todo esto sin dejar de tener presente la cruda y dura realidad de subsistir cada día.

domingo, 14 de junio de 2009

MOR o sueño paradójico



Cielo estrellado sobre el Ródano (Van Gogh, 1888)



Era una casa enorme de campo. Tenía un gran porche con varias mesas, donde muchas tardes de los domingos comenzaba a entrar gente de todas las edades juntando todas las mesas y sentándose alrededor. Entre ellos había familiaridad. Reconocía a algunos como mi familia y a otros no los había visto en mi vida. Ellos, entre los que se encontraba mi madre, se saludaban besándose unos a otros. Aunque lo de besar en el saludo no es mi costumbre lo intenté, las normas de cortesía saben de modas y mucho. A la primera que salude, una mujer joven vestida un tanto original que muy seria atendía a un niño, me miró desconcertada y extrañada y siguió en lo que estaba haciendo. Me molestó y me retire a una pequeña sala acristalada observando aquella gente sentada, que entraban y salían de la casa y merendaban entre alegres conversaciones. Cogí un libro que no leía, estaba realmente intrigada con ellos. Los que pasaban por allí me miraban, sonreían, me saludaban con un gesto mientras llevaban pasteles, café o licor a las mesas, y otros ni me veían. Uno de mis tíos, que parecía un pistolero sacado de una película del oeste en sus andares, con bigote y muy delgado, que no se por qué extraña razón me caía asombrosamente bien -lo que no parecía sentir por la mayoría de los allí congregados- se acercaba hacia dónde yo me encontraba, mientras pensaba en cómo y por quién comenzar a preguntar “quién era y por qué estaba allí”. Dándole vueltas a la idea sin moverme del sillón dónde les observaba le vi entrar. Delante de él una chica joven con una botella de vino en la mano pareció acordarse de algo, dio la vuelta y al verle le entrego la botella alejándose hacia una mesa. La tomo sin inmutarse y quedó observando un extraño cuadro en la pared frente a él, tras un momento se sentó de cara a la cristalera con mi panorámica. Le mire un rato, durante el que se sirvió vino y observó al grupo. Otro señor más mayor desconocido entró y se sentó a nuestro lado. Estábamos los tres en silencio. Al cabo y sin poder aguantar más mi curiosidad pregunté:”Vamos a ver ¿Quiénes son toda está gente? ¿De dónde han salido? ¿Y qué están haciendo aquí?” Ambos me miraron, el señor con gesto de no comprender, mi tío sonrió y el impulso de la risa sin sonido le hizo levantar los hombros un par de veces, y dijo: “Niña son de tu familia, por qué no vas y lo averiguas” Entonces un joven que salía volvió para decirme que se alegraba mucho de verme, me soltó dos besos y un trozo de pastel, y siguió a reunirse con los demás.

Justo en ese momento despertaba de la modorra de la siesta pensando en que se hacía tarde para ir a trabajar, y con la certeza de haber tenido ese extraño sueño que ahora rondaba en mi cabeza. Me había dejado cuanto menos en zozobra, aún estaba segura que era mi casa y mi gente, pero la sensación de no reconocerlos era cuando no ingrata, intrigante.
Intento recordar en qué estaba pensando antes de dormirme. Como en lo que me gustaría publicar en el blog de mañana, en las fotos que teníamos que hacer esta tarde-noche del local para la web, y en que la laboriosa mañana no había sido tan dura como la anterior. Esperaba encontrar los residuos diurnos de los que se alimentan los sueños.

La sensación ahora después de reanimada es de bienestar, a pesar de encontrarme allí fuera de lugar, y la de formar parte de la reunión. Ahora aquellas preguntas eran para mí ¿Quién era yo? ¿Por qué estaba allí? ¿Y por qué me sentía así?
Por si acaso lo dejo escrito antes de marchar.


Si soñar es ordenar la información para almacenarla en la memoria, como una realidad virtual funcionando como ella (la memoria) por asociación, y te remite al inconsciente, el despertar durante el MOR (movimientos oculares rápidos en la última fase del sueño) es todo un acontecimiento. Científicamente solo está demostrado que el almacenaje se refiere a los hechos cotidianos acaecidos en los últimos días, pero también reconocen que la actividad del hipocampo aún está mínimamente desentrañada.

Tras el despertar de ese sueño tengo la impresión de haber estado con varias generaciones anteriores y posteriores a la mía. Si es así, increíble sueño, me gustaría volver y conocerles a todos.
Dijo Freud: "El yo no es el señor de su propia casa". No tengo muy claro por qué afirmó esto, pero desde luego yo me he sentido en mi hipocampo, mi sueño y mi almacenaje totalmente extraña. Dormida y despierta.





lunes, 8 de junio de 2009

Terapias









El negocio de la medicina es seguro. Lo prueba la rápida aparición de clínicas privadas para todo, desde tratamientos del dolor hasta las más sofisticadas clínicas dentales, pasando por todo tipo de cirugías. Solo hace falta podérselo permitir.

De momento nos vamos apañando los que no podemos. Aún nos prometen que no desaparecerá, dicen, la seguridad social así en minúsculas. Lo que si ha empezado a desaparecer es el prestigio del médico, y no el prestigio social que llena las universidades de medicina, sino el de la pérdida de confianza del paciente. Se subordina la atención y el bienestar del mismo a la búsqueda de beneficios como en cualquier empresa moderna. Menos tiempo de atención y más profesionales tecnificados e impacientes.

No se puede esperar que se entienda algo cuando tu sueldo depende de que no lo entiendas. Algo así como que te preparan profesionalmente para que apliques esquemas, reglas y normativas, y no para que escuches, observes y emplees tus conocimientos de la manera más eficiente al problema que tienes delante.

No tienes más que necesitar acudir a ellos, necesidad que tarde o temprano tenemos todos.
Pasas helada de la sala de espera agradeciendo el calorcillo de la nueva estancia. Tres terapeutas se hacen cargo de las personas que llegan mientras entran y salen haciendo indicaciones para que te sientes o te tumbes aquí o allá en la gran sala, donde unas cuantas sillas y camillas están rodeadas de todo tipo de piezas para andar, levantar, poner en remojo pies y manos y el resto de técnicas que utilizan para ejercitar los músculos afectados.

Los pacientes diarios van moviéndose con total familiaridad entre los sitios disponibles para hacer los ejercicios que el terapeuta evalúa con una mirada mientras va de un sitio a otro. Corrientes, rayos de calor, ultrasonidos, masajes, son los únicos momentos que permanecen junto al paciente, mientras hablan entre ellos de reuniones, se preguntan por cuestiones de trabajo o participan en una conversación sobre como está el mundo con algún paciente en la otra punta de la sala a voz en grito. Si no te interesa la conversación o no estas de humor para memeces, te llevas un libro o mejor el ipod para relajarte un tanto. Hasta que te dicen ya hemos terminado, vuelva mañana.

Acudes al mismo tiempo a la medicina alternativa. Estás sola en una camilla rodeada de olores agradables, luz baja y temperatura adecuada, o dispones de facilidad para abrir una ventana o taparte con una manta, según te encuentres.
Después de charlar un rato con el terapeuta en la que le cuentas lo que te ronda por la cabeza y respondes a unas cuantas preguntas sencillas y claras, te pone el tratamiento diciéndote por y para qué. Cuando termina te da alguna orientación sobre qué debes corregir en tus hábitos si lo estimas oportuno.

Ambas terapias te dan objetividad con el resultado que consiguen en ti, convirtiéndose en alternativa o complementaria la una de la otra. Unos pecan de prepotentes y los otros de humildes, teniendo ambas mucho que aportar. Y la diferencia tan sólo esta en la forma de interpretar y actuar ante la enfermedad. La enfermedad es algo natural y no debería tomarse como una tragedia cada vez que aparece, se trata de buscar de nuevo el equilibrio allí dónde alguna parte del cuerpo ha dejado de funcionar correctamente. Sin olvidar la psiquis de la persona nunca.
El éxito ya no está en el “poder” del médico, sino en el “poder” de la persona que las utiliza según sus necesidades o conveniencias.

No hay duda que la ciencia y la medicina oficial han avanzado mucho y pueden sanar a mucha más gente cada vez. Pero si esto va en detrimento de la relación entre el paciente, su entorno, sus necesidades y sus causas, la medicina oficial pronto dejará de ser interesante para la persona enferma, salvo en cuestiones de gravedad que no puedan ser solucionadas desde otras alternativas –si te rompes una pierna es preferible que te sujeten la rotura a que te den un abrazo, evidentemente- te traten como te traten.
Y es sencillo de comprender, que te trajinen como al coche o a la lavadora no es nada estimulante.

De hecho la humanidad a pesar de alejarse tanto del ámbito natural del mundo, no deja de comportarse como lo hace la naturaleza. Si el tratamiento del nuevo sistema no funciona, no es apto o no soluciona sus problemas van con total decisión invirtiendo las tendencias.
Cuestión de tiempo.