lunes, 19 de octubre de 2009

El lenguaje silencioso de las cosas simples


Chema Madoz


Quizás si escucháramos más y mejor, comprenderíamos que mucho de lo que nos ocurre está descrito con antelación a nuestro alrededor.
Las pequeñas cosas, las cosas más simples, la insignificancia misma es la que te hace volver a revivir en aquél lugar donde fuiste verdaderamente feliz, el momento, la risa, la felicidad. Si fuéramos capaces de retenerlos no volveríamos a preguntar qué es la felicidad.

Hacemos todo lo contrario, tratamos de olvidar ese instante porque al instante siguiente nos sentimos tan desdichados de no tenerlo ya, que dejamos de disfrutar el que estamos viviendo.

Si el día amanece triste o lluvioso, nos desesperamos y permanecemos ajenos a este gran símbolo de la vida, de la inmortalidad, de la juventud. Corremos azorados porque nos mojamos, cogemos el coche para recorrer 1 Km., rezongamos del mal tiempo y del día gris.

No nos rodeamos de flores y despreciamos los frutos, signos de la simpatía voluptuosa y la belleza ardiente, la magnificencia y la gentileza, todos estos mensajes ya no son valorados y mucho menos interpretados. Preferimos el kinder, los bio-fabricados, y el ambientador traga-olores.

Las formas de un edificio y su disposición nos llevan al orden, la armonía, el equilibrio, aunque solo buscamos las conexiones digitales, lo lejos o lo cerca de dónde queremos y el aparcamiento. Signos de estrés sin duda.

Sombras y luces, calor o frío, importantes en lo cotidiano para favorecer los intercambios, las conversaciones, la camaradería. Lo intentamos una y otra vez en las cafeterías atestadas, las calles ruidosas, en fiestas alborotadas, en lugares y en momentos en los que a las ganas de volver a casa solo se antepone el grado de alcohol que lleves en el cuerpo. Y claro está, así no hay quién se entienda.

Y lo peor de todo, si disfrutas de la lluvia, compras flores, comes abundante fruta, te llama la atención la gracia de una puerta o un tejado, buscas sitios antiguos silenciosos llenos de luz natural, resultas rara, hipiie, ecologista pesada, o cuanto menos retro, porque te toca la moral estar apretando botones todo el santo día.
A ver, tampoco se trata de despreciar los adelantos tecnológicos, ni muchos menos. Pero si aceptarlos conlleva desvirtuar la percepción de nuestros sentidos, entonces si se trata de arrinconar al estante adecuado el aparato de turno.

Hoy paseando por mi ciudad, he disfrutado de ese lenguaje, edificios de muros que no alcanzas a abrazar, con puertas para el avance de calesas altísimas, biblioteca del antiguo hospital de guerra que tan solo recorriéndolo te detalla su historia mientras sus enormes ventanales permanecen abiertos al resto de la ciudad ajena, fabulosos puestos repletos de magnificencia y ardiente belleza entre el Ayuntamiento y Correos, y el Mercado Central, rebosante de vida, de ofrecimiento, de color, de gente sabia y risueña, y también huraña y malediciente ¿por qué no? el malestar debe ser expresado allí donde la voluptuosa simpatía y la gentileza puedan dar buena cuenta de él.

He parado en una calle silenciosa del centro antiguo, me he sentado en una terraza, vacía aún en horario laboral, y me he dedicado a escuchar.
Hablaba el asfalto, y el árbol a otro árbol, el viento y el frío, todos contaban del otoño.
Hablaba el aspecto de la gente al pasar.
Hablaba el balcón de enfrente con macetas de colores bellamente colocadas.
Hablaba el parroquiano al barman acodado en la barra, asuntos importantes trataban por sus gestos graves.
Todo armonía, sentido y razón.


Hoy me han inspirado Onfray y Mercedes Sosa.

Fotografía de Chema Madoz http://www.chemamadoz.com/gallery6.htm


lunes, 12 de octubre de 2009

Hacia ninguna parte ¿Resurrección?


Anastática. Rosa de Jericó.

Se sentía airada. Manaba violencia por cada poro de su piel. Expresiones groseras le atropellaban la mente y rivalizaban para pronunciarlas. El gesto contraído y la mirada llena de repudio y odio. Apenas era capaz de controlar sus movimientos.

Andaba deprisa, tratando de descargar su cuerpo del resto de mal humor que llevaba consigo. Repasaba cuanto había sucedido y se sentía cada vez peor. No le gustaba verse en ese estado. No le gustaba en absoluto. No debía volver a ponerse de esa manera. Entre la rabia que aún brotaba de su interior y el malestar creciente por su descontrol, las lágrimas pugnaban por salir a borbotones. Pero no quería llorar, todavía no, primero tenía que llegar a algún sitio para poder gritar, gritar y gritar.

Advirtió su agotamiento, llevaba andando un buen rato. Miró desconcertada por donde iba y en un primer momento no reconoció el lugar, intento tranquilizarse y supo que estaba cerca de una pradera y a bastante distancia, calculó que debía haber estado caminando una hora. Suficiente. Entró en la espesura y gritó con todas sus fuerzas hasta casi enronquecer.

Cayó sentada y estalló en sollozos. Era liberador y al mismo tiempo, dolía tanto. Las cosas iban a cambiar. Las cosas habían empezado a cambiar. Ella ya no era la misma que la que había llevado hasta allí, y aunque no se gustará en un primer momento, tendría que admitirse, conocerse y educarse. Se asombraba ahora al reconocerse. Había pasado por su mente mientras caminaba, en una ráfaga, la idea de acabar con todo. Se suponía que debía estar destrozada, maltrecha y suicida. Pero no, estaba dispuesta a continuar.

Iba calmándose poco a poco. Su pecho jadeaba suspirando entrecortadamente. Le ardían los ojos y la boca. Trataba de secarse la nariz con la manga. Reclinó la cabeza sobre el tronco del árbol y quedó muy quieta, mientras su respiración se acompasaba. De vez en cuando un temblor en el pecho le recorría el cuerpo y la hacia suspirar mientras hipaba.

Le vio. Estaba un poco más arriba, en la subida, sentado como un indio contra un árbol, el rifle sobre sus piernas, y algo manipulaba en sus manos. No se asustó. En ese momento le importaba un comino lo que pasara. Le daba igual. Cerró los ojos e intento llevar sus pensamientos hacia su agobiante tristeza. Y resolvió que le importaba otro comino aquel asunto también, ya. No necesitaba pensarlo más. Ahora solo estaba ella, ella y nadie más… bueno y aquel tipo que seguía allí, y le miro de reojo. Se sentía capaz de arrancarle los ojos si se atrevía a acercarse con malas intenciones.

Debía regresar pero no quería volver. No muy lejos brillaba una luz, se levantó despacio aún temblorosa. Miro hacia allí con la mente en blanco, al cabo de un rato, como volviendo en si, recordó que era la casa de unos pastores a los que su padre visitaba de vez en cuando. Alguna vez le acompañó, debían ser muy mayores. Se dirigió hacia la casa sin volver a mirar al tipo aquél, se había olvidado completamente de él.

Llegaba al cercado, aún alejado de la casa, pero lo suficiente para ver que estaba en mejores condiciones de lo que recordaba. Parecía recién pintada, aunque no veía ni luces ni movimiento dentro. Paso por encima de la valla y quedó un momento quieta junto a ella. No había perros, caminaba junto a la cerca hasta un estrecho camino que cruzaba desde la arboleda a la fachada norte. Rodeó la casa, estaba cerrada, y se sentó en los escalones de la entrada. No había nadie, trataría de encontrar un rincón donde pasar la noche. Sin esperar nada, se quedó allí mirando el camino, la cerca y el horizonte.


Caminaba despacio hacia el prado donde pastaba el rebaño. Tenía un largo trecho hasta allá arriba, liaba un cigarro repasando mentalmente como reparar la vía de agua que se había abierto en el establo. Debía pensar en las nieves del invierno sino quería acabar con el ganado dentro de su casa. El tío Zac tenía razón, era costoso pero a la larga más conveniente, pero otra vez debía renunciar a su sueño del cuatriciclo. Le vendría de perlas, se estaba haciendo mayor.

De pronto unos gritos aterrorizados le paralizaron y le hicieron girar la cabeza. Dejó caer el cigarro medio envuelto preguntándose qué pasaba. Se dirigió con cautela hacia dónde oía gritar. La vio medio inclinada chillando con fuerza, miro alrededor, estaba sola. Quedó varado un momento, los gritos eran desesperados, pero parecía estar bien. Pensó en alejarse y luego decidió quedarse y esperar a ver qué pasaba. Se sentó y con paciencia sacó la bolsa y preparó otro cigarro.

La mujer se había dejado caer al suelo y lloraba con fuerza. Un rato después empezó a calmarse. La observaba, debía ser terrible lo que fuera que le hubiera pasado. Un día de estos se iba a meter en un buen lío, a ver quién narices le mandaba quedarse allí husmeando. Pero… si pasaba algo más quería estar al tanto. Aquel era su lugar de paso, ocurriera lo que ocurriera, acabarían viniendo a pedirle explicaciones.

Cuando se calmó y alzó la vista supo que le había visto. Si necesitaba ayuda le haría alguna señal. No hizo nada y pareció ignorarle. Mejor, si se asustaba, a ver quién la calmaba en ese estado. No se movió. Al cabo de un buen rato pensó en seguir su camino, se hacía tarde y era probable que decidiera irse. Sería una mala idea que no se moviera y quisiera quedarse allí. No era una zona peligrosa, pero para pasar la noche a la intemperie hay que estar muy acostumbrado, y no le parecía que la mujer estuviera preparada. La ropa que llevaba, desde luego, no era la más adecuada. Se levantaba por fin.

Parecía perdida, miraba el camino pero no se movía. Esperó antes de tomar la iniciativa de acercarse, y entonces la vio que andaba, no hacia el camino, sino en dirección a la casa. ¿Y ahora qué? ¡Mierda!

La siguió de lejos. Cuando la vio sentarse en el porche ya lo tenía decidido. Se dirigió hacia allí, la observaba de reojo por si hacia algún movimiento para alejarse o para acercársele, y sin decir ni media palabra, abrió la puerta y entró en la casa dejándola abierta.


Le vio acercarse. Era el tipo del bosque. No sabía que haría, pero no pensaba moverse de allí. Quizá le pidiera refugio, o una manta, o nada. ¿Y si le atacaba? Se sentía tan ultrajada que un poco más no le afectaría demasiado y no se movió. Había entrado en la casa sin decirle nada, no tenía ganas de pensar si eso era malo o bueno. Le oía trastear dentro. Pensó que de querer algo de ella ya le habría interrogado.

Al cabo de un rato el hombre salió de la casa y dejando la mochila y el saco en el segundo escalón volvió a entrar. Se iba, debería decidir que hacer pero su mente ni siquiera se molestaba, estaba en un estado en que todo le daba lo mismo. Volvió a salir, dejó el rifle junto a la mochila y se sentó al otro lado del escalón.

Mientras liaba el cigarro le dijo:
- “Me voy al prado con mis ovejas un par de noches. Puedes quedarte en la casa si quieres. Cuando te vayas deja todo como lo encontraste y cierra bien. Si veo algo que no me gusta te buscaré y te haré pagarlo. ¿De acuerdo?”
- “De acuerdo. Gracias”
- “No hay de qué”

Terminó de liar el cigarro con parsimonia, lo encendió y se lo llevo a la boca, se coloco la mochila y el saco, y con el rifle en la mano se marchó camino del prado allá arriba. ¿Es que no iba a cambiar nunca? Siempre haciendo de buen samaritano y siempre metido en fregados. Allá dónde iba aparecía alguien con problemas, y como siempre, abría su puerta. No escarmentaría en la vida. Era su sino.

Continuará…

PS. ... ¿? ni siquiera yo lo sé.

Cuando el precioso lago rebosa tienes dos opciones, o dejarle que anegue más terreno, o rodearle hacia arriba para que se quede al fondo. La solución que en un primer momento parece la ideal a la larga suele ser la peor. La inmensidad del lago de ella cuando se desborda es mejor dejar que fluya, si intentas apresarla terminas por asfixiarte en el fondo. Algunos lo saben. La mayoría acaba ahogándose.

A Nicolás le ha gustado. Le he pedido que lo termine, me ha dado un par de ideas y poco más. ¡Hombres!
¡Qué fastidios más maravillosos!