miércoles, 25 de noviembre de 2009

Continúa…

Hacia ninguna parte ¿resurrección?


25 de Noviembre Día Internacional contra la violencia de género

Habían pasado muchos años. Estaban sentados en el café del pueblo merendando, él jugaba al mus con los habituales. Ella se sentaba con la maestra y la dueña del bar a charlar o a leer, o a comentar la próxima película que iban a pasar en el cine del pueblo de al lado, planeando la escapada. Incluso hablaban de Internet y la de cosas que se podían hacer con él.

El pueblo, en un tiempo silencioso y solitario, desde que rehabilitaron el antiguo torreón e hicieron el refugio y la casa rural había vuelto a revivir. Al menos durante unos meses al año en pleno verano y en pleno invierno, se llenaba de gentes tan variopintas que les daban tema de conversación para el resto del año. Se acostumbraron más rápido de lo que suponían a estar rodeados de extraños cuando empezaron a ver que su nivel de vida mejoraba, y se comprometieron haciendo agradable la estancia a todo aquel que se instalaba unos días entre ellos.

Llegaba de una caminata bastante larga y tras una ducha reconfortante, con hambre de loba me dirigía a la bodega para deleitarme con un estupendo plato montañés hecho por manos expertas. Saludaba a rostros sonrientes y me sentaba en una mesa junto a la ventana que daba al río, junto a la de ellas. Al segundo día de estar por allí me trataban como si me conocieran de tiempo -impensable en una ciudad- y tras hacer comentarios sobre el trecho que había recorrido y explicarme cosas de los sitios que me habían impresionado, me sentaba en la mesa y leía hasta que me traían la comida. Terminada la partida se reunían todos a cenar. Solía demorarme leyendo durante un buen rato, arropada con el murmullo de las risas y conversaciones.

Aquella noche cuando ya me vencía el sueño y me disponía a marchar, preste atención a la voz que explicaba al resto de silenciosos tertulianos el acontecimiento que les preocupaba a todos en relación con una de las carreteras que atravesaría una zona problemática, esperaba el momento adecuado para no cortar la exposición con mi despedida y me uní al atento silencio desde mi asiento. Ya había oído comentarios en los días que llevaba allí.

Comenzaron a dar sus opiniones, y aunque parecían estar todos de acuerdo, la conversación se animaba por momentos. Tanto que todos los que estábamos nos incorporamos a la tertulia, incluidos unos extranjeros que dominaban a duras penas el castellano, pero escuchaban atentamente asintiendo o poniendo cara de no entender, alternativamente. Los tertulianos repetían debidamente la idea, hasta que el gesto de comprensión se dibujaba en sus caras.

A estas alturas se me había pasado el sueño, la charla era amena y relajante, la alegraban con anécdotas ocurridas en los lugares por donde, estuvieran o no estuvieran de acuerdo, el recorrido de la obra acabaría haciendo desaparecer. Él y ella me habían hecho sitio a su lado, y en varias ocasiones se comentó la peculiar historia de los dos. Cortas pinceladas que aún la hacían mas interesante, pero no me atrevía a indagar por no pecar de indiscreta. Aunque mi imaginación ya le ponía posibles porqués.

Los extranjeros hacia rato que habían marchado, apenas quedábamos media docena de tertulianos que nos disponíamos ya al encuentro con Morfeo. Salimos de la bodega juntos, yo hacia la casa rural y ellos dos hacia su morada allá en la pradera.

Durante el trayecto hasta su coche continuamos la conversación, y antes de despedirnos me invitaron a desayunar al día siguiente. Después prometieron llevarme al salto del río, que resultó espectacular, no por el salto en sí, sino por la increíble zona de difícil acceso donde se encontraba. Parecía un cuento de hadas, el agua al caer filtrada por las corrientes de aire formaba una nube densa coloreada o sombreada por los rayos que llegaban a través de la vegetación, dando la sensación de un sitio irreal y manteniendo tu nivel de alerta agudizado. Pero no era esto lo que quería contar.

El desayuno para repetir.
Acogedores y entusiastas de su tierra, ellos hablaban, yo desayunaba superagusto. Pasé el resto del día con ellos hasta que me llevaron de vuelta al pueblo. De camino hacia el salto, les pregunté. Y me contaron lo justo, en la primera parte de esta historia hay más imaginación mía que lo que me contaron entonces.

Ella se quedó. No preguntó ni pidió permiso, no intentó llegar a ningún acuerdo. Se quedó y ya está.
Cuando volvió él, estaba instalada. Vestía las mismas prendas del primer día y no había ningún objeto suyo a la vista, a excepción de las flores. Estaba instalada su presencia, su persona. Y tampoco dijo nada. Entraba y salía, hacía lo de siempre, reparó el establo. Tenía ropa limpia, comida caliente, la casa ordenada, y pocas veces le molestaba. Siempre estaba en el mismo sitio cuando llegaba, leyendo. Ni siquiera se preguntó de dónde sacaba tanto libro. Después de terminar los pocos que tenía suyos, llenó un par de rincones de la casa con otro montón.

Mucho tiempo después le contó que pasó aquél día que se conocieron. La familia. La bendita y abominable familia que puede llegar a crear una sociedad cerrada y clasista. La habían repudiado por no querer entrar a formar parte de los planes para salvar a la familia de la quiebra. Planes muy desagradables, dijo ella, y no pregunté más.

Se habituaron a estar juntos. Se cuidaban mutuamente y se tomaron cariño. La convivencia tiene esas cosas.
-¿Y el sexo? pregunté de sopetón.
-Al principio -dijo ella- nos comportábamos como familia. Pero después la naturaleza hizo de las suyas.

Con la mayor naturalidad del mundo ella decidió un día. Sencillamente se presentó una noche en su habitación.
Y sencillamente él le hizo sitio a su lado.
Sencillamente.

-¡Con lo que nos complicamos todos la existencia en la búsqueda de compañeros! ¿O será cuestión de suerte? -dije yo-
-¿Suerte? -contestó ella, le miró y me miro a mi- ¿Y eso qué es?
Ambos se sonrieron subiendo al coche. Se despedían desde la ventanilla aún sonrientes, con un gesto de cabeza él y mostrándome su palma ella.
Lo que más recuerdo de esos días es la sensación de tranquilidad que respiraba.


Hoy... por terrible que sea una situación, por hundida que estés, siempre, siempre, hay otra opción.
Nunca mañana, nunca después.
HOY.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Reconocer el éxito por el grado de bienestar



El idioma del caos


El sitio revuelto, en cada una, una zona recogida.
Las más lejanas la primera parte almacenada, las más cercanas la última.
Después de unos días revolviendo buscando lo necesario, lo primero y lo último ya no prevalecen.

El orden es, en filosofía lo que se opone al caos, en biología una categoría de la taxonomía o ciencia de la clasificación. En femenino, un imperativo.

Confort y bienestar mantienen una relación de vasallaje y devoción difícilmente separable. Su falta impide la concentración en una actividad puesto que es necesaria la indiferencia frente al ambiente. Dicen.
Para conseguirlo se necesita que la intención de orden sea eficaz y precisa, esa interdependencia entre confort y bienestar hace que el ambiente consiga funcionalidad perdiendo su individualidad cada parte, formando un todo. También dicen.

Así que tenemos orden, confort y bienestar. Y además la caótica necesidad femenina de tenerlo todo a mano. Una orden es un imperativo, es femenino, pero nuestro orden, el femenino, dista mucho de ser filosófico o biológico. La creencia popular establecida y enseñada a las damas en la que el orden es una cuestión de inteligencia y control, que deben adoptar como algo ingénito femenino es una falacia como un templo.

El caos es la expresión de la existencia que nuestra mente no es capaz de soportar, porque su imprecisión y su incertidumbre nos producen inseguridad. El orden aporta paz a nuestro espíritu ya que no nos interesa la verdad existente que nos rodea, el caos, y es lógico puesto que a la verdad, hasta el momento, no se le ha encontrado utilidad alguna.

Existe una armonía o concierto -quizá disciplina o dependencia más que orden- en las relaciones más nimias del caos que no tenemos la habilidad de manejar ni entender, pero si osamos acceder a su núcleo e incluso en sus límites observando detenidamente, acabamos entendiendo cómo funciona e incluso llega a gustar más que el orden. El caos sorprende. El otro es aburrido.

Me encuentro metida en un laberinto, copia humana del caos. Mis pequeños problemas desaparecen cuando me sumerjo en él. Accedo a esa relación de las cosas que no tienen nada que ver según la taxonomía y desaparezco del mundo. Tanto, que he llegado a encender una vela pequeña para una vez extinguida, no tener más remedio que salir fuera.
Una amiga me ha sugerido el titulo al evaluar mi actitud ante el desastre. Desastre, palabra que utilizó y que no volverá a utilizar desde que me acompañó al laberinto de mi caos.

Esta experiencia me lleva a crear mi “orden” caótico, de manera que todo está a mano si no usas la clasificación vigente y el imperativo.
Me estoy divirtiendo de lo lindo. Ahora que lo escribo estoy empezando a pensar que haré cuando termine. Y acabo de darme cuenta que no tiene fin, has de seguir corrigiendo el camino que lleva a la armonía y a la disciplina, desde donde llegas a percibir el incesante cambio que diariamente dirige el mundo.

Y solo se ha tratado de una sencilla y caótica mudanza.