viernes, 19 de febrero de 2010

Mujer antes que madre y compañera


La gentil fuerza y la delicada resistencia


Entendible resultaría el mundo de los hombres para las mujeres si sencillamente nos propusiéramos entenderlo. Dejemos ya de pasamos la vida pidiendo que nos entiendan ellos. Ha resultado imposible a través de los siglos. Ya es hora que utilicemos nuestra manera de regir con primor y claridad la mejor distancia entre una y una misma, y entre una y ellos.

Fijémonos en un principio, dándole una base a este razonamiento, o más bien, este comienzo de debate entusiasta en la que andamos Nicolás, mi anciano y venerable amigo, mezcla de inconfesables y eruditos filósofos de todos los tiempos, y yo, una “plataforma” de varios siglos atrás.

Jantipe (Grecia siglos V-IV a.C.), esposa de Sócrates, fue una mujer irritable y con una rebeldía crónica, y que gracias al temible Platón ha pasado a la historia como rabiosa, insolente y feroz. Sin embargo, el mismo Sócrates exponía las razones del mal humor de Jantipe justificando sus airados comentarios:

”-… De modo que cuando rendido caía en el lecho por la noche (como Jantipe hace después aún de haber aseado lo que cenando hemos ensuciado todos, y tras de dar una última vuelta por la casa por si algo queda por hacer, pensaba: Todo esto que me tiene muerto es lo que ella hace día tras día y lo que lleva haciendo durante muchos años; y además cose, y estira y cuida la ropa; y ha de ahorrar; y ha de soportar mis insolencias y la de sus hijos, y parirlos y criarlos, y en fin, si aún se me antoja y despierto del primer sueño cuando ella llega a mi lado tras haberlo dejado todo en orden, ha de aguantar mis bárbaros e incómodos apetitos. Y empecé a verme muy pequeño a su lado, muy infeliz, muy nada sin ella; y a considerar la gran injusticia que es, por lo general, cada hogar, en donde el hombre que por mucho que sea es poco, quiere serlo todo, y en donde la mujer, que si es tal mujer lo es todo, como nada es juzgada. Y vi algo peor aún, y es los males que esto ha de causar el día que la mujer se dé cuenta de que su penosa y magnífica labor natural no se estima y, buscando lo que no encuentra en su elemento, se lance al trabajo fuera de la casa en abierta competencia con el hombre, para arruinarle muchas veces (pues de facultades tan completas y capaces como las nuestras y sólo inferiores en grado, en casi todas nos pueden suplir y en muchas cosas aventajar) y para desarticularle, descompletarle siempre: que el hombre sin la mujer no es nada, pues tan sólo el hombre es hombre ''completo'' cuando entra como elemento en esta combinación de tres factores: esposo, esposa e hijo…

-Creo, pese a lo que dices, que tu bondad natural disimula los dolores que tiene que producirte su compañía- dijo Platón…

- …Platón, ¿quieres alcanzarme esa rosa que tienes justo sobre tu cabeza?

El joven, con la mayor diligencia, la arrancó; pero tan vivamente y sin reparar en las espinas del tallo, que se las clavó en la mano, Sócrates la tomó delicadamente en la suya y sin hacer caso del percance, y mientras Platón se llevaba instintivamente los dedos heridos a los labios para contener la sangre, siguió:

-¡Mirad qué maravilla! -y levantando en alto mostró el capullo que se abrió a la caricia del sol; un capullo de un blanco inmaculado- Mirad qué finura, qué color, que transparencia, qué perfume. ¡Umh!...Claro que no sé cómo Platón no la ha tirado al pincharse- acabó, devolviéndosela.

-Gran torpeza hubiera sido -replicó el joven admirando la embalsamada flor sin acordarse ya de los pinchazos-; por bien empleadas las espinas con tal de tener la rosa.

-Pues lo mismo me pasa a mí con Jantipe.”

¿Evidencia acaso esto, la sordera que han padecido todos sus discípulos? Posiblemente.
Parece ser que resulta más fácil unirse a los misóginos y demás contertulios de la superioridad del hombre porque sí, que a la sencilla y llana razón.
Por favor, señoras, no hagamos lo mismo. Mujer antes que cualquier otro papel impuesto, permitiendo una construcción de si misma en una ética positiva liberándose de todo aquello que culpabilice o imposibilite la relación leal con el mundo, sin sumisión ni sujeción, en una existencia radiante y sin complejos. Y entonces, madre y feliz, sola o acompañada.

Contemplemos el mundo tal cual es, e imitemos a la naturaleza olvidando por un tiempo el espíritu de la ilustración y del fingimiento. Dediquémonos a observar un momento. Luego cada cual que haga sus propias calibraciones en si vale la pena pensarlo y ponerlo en práctica -por aquello de si suena la flauta-, o pensarlo y desecharlo por no ser momento para cambios.

En la naturaleza existe una “ausencia de turbación” en todo su quehacer que la convierte en una magnifica productora de bienestar. Nos ha capacitado para determinar la existencia del dolor y nos ha dado poder sobre él haciéndolo soportable, en caso contrario moriríamos de dolor. Ese poder, mental sobre todo, nos faculta para obtener resultados tangibles que aumenten nuestra serenidad a la hora de sufrirlo, o de abstenernos en llevar a cabo aquello que lo produce.

No seamos deshonestas ilustrando hábilmente las malas interpretaciones de las confusas situaciones en las que nos vemos envueltas con el sexo opuesto, simplificando sus aseveraciones, satirizando y diciendo lo que no han querido decir. En cuestión de sensaciones casi siempre podemos ir un paso por delante. En este punto de la evolución sabemos que las verdades eternas no existen. Sujetarse a ellas solo nos deja una certeza puntual que rápidamente queda caduca.

Pensando en ello usemos esa ausencia de turbación y seamos parte del plan plenamente. Quiero decir, dejemos ya los histerismos y los lloriqueos y plantémonos en el mundo tal cual somos. Solo podemos fiarnos de los sentidos que poseemos, y solo tras el uso del mundo tendremos una visión casi perfecta de él. Usémoslos y vivamos.
Trastornos mentales provocados por el estrés, el nerviosismo, el miedo, los disgustos… ¡Abstenerse! Por dondequiera hay placer y se nos invita a renunciar a él, no lo hagamos. El júbilo es en su totalidad físico y mental, jamás el uno sin el otro.

Ese mismo miedo del que acusamos al hombre a perder su libertad, su autonomía e independencia es el que deberíamos estudiar para nosotras con sumo cuidado. El uso de los hombres, su disfrute, y su alejamiento si no está dispuesto a responsabilizarse de la progenie. Ha de ser desechado el indispuesto.
El que esté maduro a compartir ¡ojo… solo… compartir!, nada de posesión en ningún aspecto (ni físico ni mental), donde el amor se disfrute mientras exista, y cuando no, darle el pasaporte sellado y firmado con una hermosa sonrisa, comenzando a vivir íntimamente la individualidad. Si está, bien, y si no, también bien. Ausencia de turbación. No nos confundamos, no es indiferencia, es la misma sencillez con la que la naturaleza entierra aquello que no la beneficia y se dedica con entusiasmo a todo cuanto le permite ser.

Recuperación del equilibrio, recuperación de la estabilidad emocional y física, pues incluso en la melancolía hay placer, nos llevarán a conseguir una vida dulcemente placentera, deseable y feliz. Sin irritabilidad, histerias, pérdidas de posesión y tristezas varias.
Ya se encargará el mundo de traer momentos duros, tristes, penosos, entonces ¿qué necesidad hay de procurarlos además nosotras mismas?, y lo que es peor, para nosotras mismas.


Valencia ya huele a pólvora.

Jantipe - Referencia: http://www.apocatastasis.com/estampa-socratica.php#ixzz0fjqIFgrC
© Apocatastasis: Literatura y Contenidos Seleccionados
Fotografía de la Portada cd “Music from the World of Ballet”


martes, 2 de febrero de 2010

De inicios




Es un esfuerzo extenuante. Tengo una idea en la cabeza que no puedo plasmar.
He estado mirando detenidamente una serie de fotos antiguas de mis abuelos. La idea quedaba suspendida, o se abandonaba, en las que he seleccionado y colocado una junto a otra sobre la mesa. He esperado observándolas… y nada.

Comienza a sonar jazz suave y sensual y cerrando los ojos la idea se aclaraba en mi cerebro, se hacia entendible, la brillantez con que la estaba urdiendo ha hecho que me sintiera eufórica. Me he sentado delante de las teclas… y no he encontrado ni una sola frase que identificara ese brillo.

He salido a la terraza para ponerme al sol como las lagartijas. Y pensando en dónde ubicar un par de macetas de enredaderas para que den sombra este verano, se me ha ocurrido plantarla como una semilla, quiero decir, plantar la idea en la tierra.

Y aquí estoy, haciendo un hueco en este espacio gris, gris perla que no triste. Dejo caer las palabras con cierto orden, había pensado dejarlas en montones, pero lo mismo la parte que no toca tierra no germina. Al dejar espacio entre ellas puede que más de una logre atravesar la capa de tierra con la que luego las cubriré.

La semilla no sabe qué va a pasar, no conoce su poder de transformación ni en qué puede convertirse. Es una batalla dura salir de su protectora cáscara y encontrarse con que no existe camino alguno, el tierno brote debe enfrentarse al duro terreno evitando piedras y escollos, pero no pierde el valor en la oscuridad y sigue empujando.

Hay humildad y simplicidad en la naturaleza, la dura tierra permite que el brote le atraviese con sencillez, le deja espacio, y la piedra que en principio le impedía seguir, ahora protegerá su raíz y su alimento. Incluso la gravedad le deja ir en su contra, así que sin saber qué le espera fluye cada vez más seguro, pareciendo a veces que simplemente se deja llevar, dejándose arrancar sin hacer absolutamente nada.

Tras un tiempo lleno de misterio esperando, alerta, paciente, satisfecha, sin ansiedad, ni adormecida ni indiferente, ahí está, suave, receptivo, maduro para descubrirse. Y en la naturaleza no suenan los tambores cuando irrumpe a través de una flor, como tampoco entonan un canto fúnebre cuando los árboles dejan caer sus hojas.
Todo lo pasado le ha conducido a ese momento de perfección, enfrentándole a otra época de crecimiento y cambio.
Todo, en silencio, para si, en relación con el entorno compartido y no exclusivo, con identidad propia y sin derecho sobre el resto.

Y solo quería contar sobre la plenitud de amar incondicionalmente, sin expectativas ni demandas.
Fíjate qué salió de la tierra, un flamante arbusto y no la portentosa flor que esperaba.
Otra vez será, lo de plasmar la idea, el arbusto se ganó su sitio.