jueves, 14 de octubre de 2010

Hábitos alimentarios en alerta roja.




Decirle a la gente, tal y como están las cosas, qué debe comer cuando no puede permitírselo es la forma más notoria de hacer que excuse comer los comestibles sin manipular industrialmente por suculentos alimentos preparados y a su alcance.

Resulta difícil comprender para este sobreabundante Occidente que selecciona sus productos según el marketing, que las familias con ingresos mínimos hayan de elegir entre lo económico en cantidad y la calidad austera.

Las circunstancias prácticas que rodean las costumbres dietéticas de una sociedad la condicionan, y si conseguimos ser capaces de entender el origen de preferencias y manías de las personas hacia los alimentos, podríamos cambiar estas conductoras circunstancias prácticas antes de que aparezcan remedios ineficaces y hasta peligrosos para los graves problemas que acucian nuestra salud.

Los hábitos dietéticos se han visto limitados por los cómputos de costes y beneficios de las empresas transnacionales de producción y venta de comestibles, que con el lema “lo que es bueno para comer es bueno para vender” han acostumbrado a sus clientes a la abundancia excesiva de alimentos.

El desencadenamiento de los sensibles mecanismos que activan el apetito humano al sobrealimentarlo, y la desaparición de la dependencia en la búsqueda y elaboración constante de los alimentos necesarios para subsistir, han favorecido que los estragos físicos como la obesidad y los trastornos cardiovasculares produzcan sus efectos nefastos en la salud, y esto aún siendo previsibles. Lo que nos ha llevado a la aversión hacia los alimentos de alto contenido en grasas y colesterol y a bajar su consumo. Podríamos decir lo mismo de los azúcares, la sal, el alcohol… larga es la lista.

Esto pone en marcha la desigual optimización de costes, produciendo efectos inversamente proporcionales según se trate de consumidores, agricultores, políticos o empresarios, y esto a su vez, lleva al error de pensar que las costumbres alimentarias actuales de la gran mayoría de la población media y pobre, son dominadas por símbolos “arbitrarios” que reflejan hábitos mudables de alimentación. Nada más lejos.

Todo el mundo sabe que la obtención, preparación e ingestión de alimentos es la diferencia entre vivir y morir, y que no existe ningún alimento que provea de todos los nutrientes para mantener un nivel de salud óptimo. Pero de poco sirve porque a pocos les preocupa que la nutrición sea el proceso mediante el cual los alimentos que ingerimos se transforman en nutrientes, base del equilibrio y el bienestar de esa salud que a todas luces queremos obtener.

La armonía no es intangible ni irreal, tan solo consiste en saber qué necesitamos, qué nos hace sentir mejor, qué propiedades son válidas y cómo obtenerlas. Conocernos, esencial. Si nos familiarizamos con el aspecto nutritivo de los alimentos y nos informamos debidamente sobre su aspecto lucrativo (por lo del coste en conseguirlos entre otros), seremos capaces de entender esa parte primordial de nuestra salud. Comer adecuadamente hoy por hoy es todo un arte. Y vital debiera ser el adiestrarnos en aquello que pone en peligro nuestra salud física y psíquica, adaptando la alimentación a unos cuerpos que funcionan al compás del alteradísimo sistema nervioso al que nos lleva nuestra forma de vida.

Porque enfrentarnos además a noticias como que entre todos los entes que soportamos con nuestros impuestos, CSA, FAO, FIDA, ONU, PMA, OMC, FMI, han contabilizado que alrededor de los opulentos Occidentales hay 925 “millones” de “personas” que pasan hambre, y hablan de “debatir” sobre la “volatilidad de los precios de los alimentos”, para después nombrar a nuevos embajadores de buena voluntad de la FAO” entre actrices, cantantes y actores, es lógico que nos trastorne y hasta nos irrite tocar este tema.

No se puede decir mucho más, salvo guardarnos la vergüenza donde menos huela y ponernos manos a la obra cada uno de nosotros, sinceramente. Empecemos por educarnos y sigamos por educar.



http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/11/solidaridad/1286814264.html

sábado, 2 de octubre de 2010

Yo y la de antes.


Solo, pequeño, imbatible, hermoso, magnánimo, fuerte… feliz


Estaba especialmente triste mi compañera aquella tarde. Acabamos paseando por la playa, hablaba de su lejana tierra, de la pérdida de él (ese que ya será por siempre único), de la tristeza en la entrega de un hombre a su destino y la tranquila espera del fin. Iba de un tema a otro tras cortos silencios, hablaba despacio y las olas del mar no me dejaban oír algunas palabras pero no la interrumpía, la imaginaba más allá de lo que estaba diciendo, y traducía mentalmente a otra historia lo que me contaba entre ambigüedades por algo más terrenal.

La imaginaba viéndose a sí misma allí, conocida, como tras un cristal, riendo, con su manera de hacer las cosas, y cada una de sus frases la trasladaba al sentimiento, la notaba queriendo aunarse con aquella imagen en tanto algo se lo impedía y la obligaba a quedarse donde estaba, viéndose desaparecer decidía acercarse y atravesaba aquella proyección de sí misma, con la angustia atenazando su garganta comprendía que debía dejarla ir, la certeza de que ya no le pertenecía ese tiempo se hacía cada vez más irrefutable, si la retuviera ambas sucumbirían, debía olvidarla y seguir su camino con este nuevo ser en el que apenas se reconocía, pendiente de construir, miraba sus manos, sentía su cuerpo, el cansancio, la pesadez, le faltaba la alegría que le hacía correr. ¡Señor! La otra, la conocida, se quedaba con todo, era la invencible, la que no contaba con lo feo. Esta nueva en la que a duras penas se presiente, en la que nunca pensó y para la que no se siente preparada, la altera, ¿cómo lo hacéis las demás? Algunas lo delatan en el rostro, en su carácter, en sus quejas y lloros, deshaciéndose en un torbellino de preguntas sin necesidad de tener las respuestas.

Precisa un ”barredor de tristezas” -pensé- había callado, caminando, medía sus pisadas y la distancia al mar, me senté en la arena y la deje alejarse a solas.

Quedé pensando en la actitud con la que enfocamos nuestras vidas. La sociedad es áspera y delirante, le molesta todo aquello que no sea ella misma, joven, bella y suntuosa, y acaba dándose de bruces cuando se le rompe la dirección (por no decir que se pega la hostia padre reiteradamente). En cuanto nos toca quedarnos atrás, dónde ya no podemos echar carbón al fuego porque nuestro tiro se queda corto, y nos apoyamos en la pala para maldecirla, recordemos que debemos soltar la pala alzándola primero sobre nuestra cabeza y tirándola lo más lejos posible, levantar el dedo anular justiciero bien tieso y soltar el mayor taco que se nos ocurra en ese momento. Se acabó la responsabilidad, se acabaron los horarios, se acabaron las estadísticas, se acabaron las vacilaciones (se lo contaba en el camino de vuelta). Ahora eres vieja, ni te miran, ni te quieren, ni se acuerdan de ti. Mejor que mejor. Ahora toca hacer lo que te de verdaderamente la gana, y con el aliciente de hacerles sentir culpables por desahuciarte, a la familia, a la sociedad, al gobierno y a todo ser viviente que se considere socialmente aceptable. Que les den. Se reía. Menos mal.

Ya ha vuelto a su tierra, a sus orígenes, se siente capaz de enfrentarse a todo el dolor que tuvo que asimilar y por el que de la noche a la mañana decidió huir. Recompuesta, más mayor y serena, pretende renovar su vida con cuanto pedazo huérfano dejó encajado en cualquier parte de su mundo. Y una actitud totalmente diferente, la de aceptarse a ella y al mundo tal cual es.

A veces, más de una locura acaba siendo cordura. Me ha dejado patente la fuerza con la que la naturaleza y los humanos, como parte consustancial de ella, podemos persistir y deslumbrar una y otra vez.