domingo, 24 de mayo de 2009

El educador es un artista





La sonrisa de un niño de Vaida Petereikiene


Me mira con unos ojazos limpios y grandes, muy seria. Estoy dibujándole un edificio futurista sentadas en la hierba, tiene en cada manita que descansa sobre su regazo dos muñecos muy pequeños. Mi edificio estaba quedando realmente bien, ventanas elípticas, varias alturas ajardinadas, escaleras curvas… al levantar la vista entusiasmada y mirarla veo su ceño fruncido mirando fijamente mi dibujo. Espero un momento y pregunto ¿te gusta? Y con toda la naturalidad del mundo, gesto confundido y voz incrédula me espeta: “Eso no es una casa, es una casa de mayores que no sirve ¿estás tonta o qué?”

Miro mi edificio y la miro a ella un par de veces, sus rizos rubios sujetados por dos horquillas de colores hacen juego con sus mofletes sonrosados, inspira tanta ternura que me hace debatirme entre mi incredulidad porque no le guste tan estupendo dibujo y mi intento por entender que me está diciendo. Llega su madre y el beso de despedida ha estado a punto de no dármelo, aunque ha debido decidirse al pensar que al fin y al cabo soy una persona mayor que no se entera de nada. 

Dándole vueltas al dibujo intentando ver qué le disgustaba he decidido botarlo, lo he dejado sobre las plácidas aguas del estanque, permanecía allí agachada viendo como el agua iba empapándolo y empezaba a hundirlo, y una vocecita autoritaria con carita pelirroja de nariz respingona, que levantaba apenas un palmo por encima de mi cabeza, sin presentarse ni saludar, me dice: “Oye eso no se hace que contamina el agua y luego los peces se mueren ¿estás tonta o qué?”

Le digo que me lo voy a llevar, que no lo voy a dejar, y se me cruza de brazos en plan sheriff a esperar que lo haga. No sé si reír o mandar al niño con su padre, que anda peleando con otra fierecilla un poco más allá sin quitarle la vista a este que me asedia. No tengo más remedio ante su insistencia. Anda acercándose cada vez más en plan amenazador y por no terminar yo en el estanque, recojo y estrujo el bendito edificio y me lo meto en el bolsillo, el nano me mira sonriente y marcha hacia su padre dando zapatazos marciales con la misión cumplida.
No me lo puedo creer, vaya tardecita infantil que estoy teniendo.

Sentada con Nicolás le cuento las anécdotas llegando a convencerme de lo realmente tonta que he estado. Ella solo quería un dibujo dónde poner sus muñecos, y con tanta raya era imposible encontrar un sitio. Él no estaba dispuesto a dejarme infringir una norma, tanto da lo que hiciera con el papel siempre que lo sacara del agua.

Había olvidado esta etapa. Adultos realmente tontos. Complicando las cosas más sencillas. Yo no me hubiera atrevido a llamar la atención a un desconocido de una forma tan clara, probablemente porque no tengo rizos rubios con mofletes rosados ni pinta de sheriff en miniatura. O sencillamente porque habría participado -con el pensamiento en otro sitio- del evento de ver hundirse el papel o disfrutado del dibujo sin importar su destino.

Así, todo lo que hacemos los adultos.
Que habré aprendido durante todos estos años para que me acaben preguntando si estoy tonta y tener que decir que si. Decía Paulo Freire (un apunte de Nicolás): “… ningún sujeto es ignorante ya que desde su mayor o menor experiencia de vida, ha ido acumulando su propio saber y ha ido forjando su forma de interpretar la realidad.”

Una buena lección, nacemos con la facultad de asumir nuestras limitaciones y hacer partícipe a otro con más posibilidades para que pueda enriquecerlas, y lo hacemos con un espíritu crítico que sobrecoge. Te pasma el darte cuenta que esa actuación natural y lúcida en algún momento de nuestro aprendizaje la perdemos, desconectamos de las necesidades de nuestro contexto real de vida para inmiscuirnos en conocimientos que no solucionan los problemas que nos asedian.

Hay que entenderles, comprender su interés, para incorporar nuestro conocimiento a lo que ellos entienden. Y solo hay una manera, pensar como ellos, lo que significa olvidar los tecnicismos para atender un problema real.
Su visión de su necesidad para aplicarle una solución efectiva.
Utilizando mi conocimiento crítico, tomando conciencia de qué me rodea, captar la necesidad de colocar sus muñecos en un lugar sencillo donde su imaginación hubiera hecho el resto en vez de ponerme a dibujar con tanta pulcritud.

Nos convertimos en adultos educadores, no profesionales ni cualificados, que en un momento u otro tendremos -como parte del grupo al que se está adaptando- mostrar nuestro respeto hacia las necesidades de la otra persona. 

Pero primero y ante todo hemos de aprender nosotros, aprender a no coartar que su forma de ser se una al mundo, y hemos de echar mano de nuestros mejores pensadores y educadores profesionales. Una forma de enseñar para no desconectar de la realidad, aplicarla a lo que aprendemos y lo que aprendemos a ella. 

Educar es un arte, dice Freire, “… el educador es también un artista, él rehace el mundo, él redibuja el mundo, él repinta el mundo, él recanta el mundo,él redanza el mundo…”


4 comentarios:

ybris dijo...

Muy bueno.
Por lo de educador-artista y por la lucidez de la mente infantil.
Está claro que los mayores a veces parecemos tontos a los ojos de los pequeños cuando les tomamos por juego lo que para ellos no lo es.
Nunca se me olvidará la expresión del diminuto que, ante mi vacilación ante su pregunta inesperada: "Profe, ¿qué son actos impuros?" me espetó "Je, je ¿a que es difícil?".
O la de aquel otro que jugaba con un destornillador manejándolo por el aire como si fuera un avión mientras hacía el ruido más adecuado al vuelo supuesto. Cuando se me ocurrió decirle: "¡Qué avión más bonito!" se me quedó mirando como si estuviera loco y me dijo: "¿Es que no ves que es un destornillador?".

Eso. Locos bajitos, pero no tanto.

Besos.

gaia07 dijo...

¡Son increíbles! Jajaja

Gracias, por enseñarnos.

Besos.

Camilo dijo...

Sólo la genialidad de esos artistas consigue mantenerlos en pie cuando la sociedad los arrincona y difumina su función, como si todos fuéramos capaces de todo sin ayuda.

gaia07 dijo...

Petrarca me ofreces una nueva perspectiva.

Nosotros como sociedad somos el grupo hostil y voraz que les obliga a guardar silencio, mecanizándolos y aprovechándolos para producir y agotar, desanimando cualquier indicio de encontrar el camino para llegar al “meollo del silencio”.

Por lo tanto, nosotros somos el camino y el meollo, nosotros como sociedad somos los que hemos de conseguir que esa “genialidad de nuestros artistas” encuentre un fin, empezando por entender “cuál es nuestra comprensión del acto de aprender”.