Paseo con Nicolás por callejuelas en la parte antigua de la ciudad. De tanto en tanto un recodo, un balcón, un trozo de calle le trae un recuerdo que relata con un dejo de ensoñación, haciendo patentes las diferencias de antes y ahora, y lo termina cada vez diciendo “…mi percepción de lo ocurrido ha variado, ya no sé si fue así o lo he adornado para hacerlo más interesante o gracioso, no me hagas mucho caso…”
Esta ciudad ha cambiado, ha cambiado muchísimo, han cambiado las gentes y las formas y con ellas toda la ciudad. La subsistencia diaria, mantener el hogar y tener un sitio seguro eran las necesidades que les movían antes. Ahora es la información, la movilidad, el estrés de hacer cada vez más cosas lo que nos consume.
Algunas calles aún conservan parte del silencio, la tranquilidad y el señorío de otras épocas en una quietud solo amenizada por el paso de algún transeúnte. Oímos el murmullo distante de la ciudad inquieta en la avenida, unas cuantas calles más allá. La gente ya no anda, corre, no tienen tiempo para pasear.
Es curioso, el tiempo es el mismo ahora que antes. Ese invento con el que medimos el transcurso de la vida, en la misma medida con la que antes era suficiente para cubrir la jornada de quehaceres y comunicarse con las más cercanas, ahora resulta insuficiente. Cuanto más avanzamos tecnológicamente menos tiempo tenemos, exactamente todo lo contrario que esperábamos.
No debimos entenderlo bien cuando nos lo explicaron, o la explicación no fue lo suficientemente esclarecedora. Aunque, me inclino más a pensar que lo que no entendimos bien fue el contexto donde pusieron las palabras: tecnología, avance, tiempo, disfrutar, ganar, todas.
Nos hemos sentado en la terraza de una pequeña plaza tras la Lonja.
Hoy día tenemos un abanico realmente extraordinario de posibilidades, hay tanto donde elegir que casi nos vemos obligadas a cumplir con todas.
Renunciar ha desaparecido de nuestro vocabulario.
Así las cosas falta tiempo, siempre faltará tiempo.
Buscamos la totalidad, la realización personal no como personas sino como productoras-disfrutadoras, el “cuanto tengo valgo”, la posesión.
La totalidad, la persona como entidad única y total está ahí desde el principio, pero ya no hay prestigio en ella, solo en sus posesiones.
Así que con tantas opciones posibles dejamos el tiempo de conversación, el tiempo de compartir con las demás, para poder disfrutar de unas vacaciones con 20 horas de avión, de un chalet en una urbanización silenciosa e hiperprotegida, o de una casa equipada con todos los instrumentos tecnológicos que puedan existir y el resto del tiempo, evidentemente, hay que dedicarlo a esclavizarse para poder permitírselo.
¿Falta de tiempo por falta de entender el contexto de lo que nos ofrecen para cubrir “necesidades”?
La palabra posee una sabiduría que sólo comunica a quien sabe escuchar. La palabra descuidada y arbitraria pierde el acceso al verdadero significado de los conceptos. Casi todos los conceptos se mueven en varios planos a la vez y da opción a usarla ambiguamente, “debemos” aprender a percibir la palabra en todos sus planos al mismo tiempo.
Cuando alguien habla, cuando leemos una noticia, cuando nos comunicamos, no nos implicamos en lo que nos dicen o nos comunican. Somos meras escuchadoras y solo atendemos a la parte que nos gusta y nos atrae, sin detenernos a entender el contexto en el que está inmerso eso que nos dicen.
Y esto lo hemos convertido en una forma de vida, pretendiendo ser sibaritas allí dónde no somos más que máquinas pendientes del tiempo.
Curiosa palabra ésta, sibarita tiene por sinónimos a epicúrea, regalada, conocedora, sabedora, voluptuosa…
Ser epicúrea significa no excederse ni quedarse corta, ni asceta ni frívola, justo el término medio. Tampoco comprometer a nadie a aquello que no estés dispuesta a comprometerte tú misma. Todo aquello que te produzca displacer olvidarlo, no utilizarlo. Pero no solo el displacer momentáneo sino el que se provoca a largo plazo.
Tres máximas fundamentales nos dejó Epicuro (S.IV a.C.):
- Existe un derecho natural en virtud del cual se reconoce que es útil no hacerse daño unos a otros ni sufrirlo.
- Nada es justo ni injusto para ningún ser vivo en caso de no haberse acordado previamente ningún contrato entre las partes interesadas, se trate de pueblos o de individuos.
- La justicia no tiene existencia en sí misma, sino en relación con el mencionado contrato.
Llevamos largo rato hablando en la terraza, ha habido momentos de tumulto, pero ahora que anochece quedamos unas pocas personas. Nicolás termina por decirme que a la palabra hay que tratarla con respeto, usarla con medida y ofrecerla a quién la valora.
El antes y el ahora, el compartir o esclavizarse, el tiempo y la palabra, saberlas en todos sus planos no nos librará del estrés, pero al menos nos dará la opción de valorar en su parte positiva a la “renuncia”.
PS. Hoy he optado por escribir en clave femenina, el “todas” por el “todos” refiriéndome a ellos y ellas. Espero me permitáis esta licencia, incumpliendo el artículo 6c de las “Reglas para evitar el lenguaje sexista”, dando preferencia esta vez al sexismo del femenino genérico, tan solo para comprobar lo difícil que resulta cambiar costumbres y normas.
Al leerlo solo pensamos en todas, y no en todos.