Auguste Rodin
Andaba y pensaba en la posibilidad de compartir mesa con mi espiado caballero.
Hacía conjeturas sobre el beneficio que aquella "aventura" podría acarrearme. Una mujer que le entra a un anciano -técnica moderna para explicar esta forma de actuar- podría dar pie a pensar en mi posible desviación sexual freudiana por recuerdo a mi padre, o quizá y más posible, se pensaría en mi capacidad de adoptar el papel de viuda negra y hacerme con sus posesiones.
Advertí que la gente que me cruzaba reparaba en mi, al fruncir el entrecejo me di cuenta que llevaba puesta una sonrisa de oreja a oreja, tuve un sentimiento de probable chifladura momentánea, que aún me divirtió más.
Le calculaba unos 70 años, podría haber nacido en 1938. En el 58 tendría 20 años y en el 88, 50 años.
Decidí pensar un poco más el abordarle, y ocupe mi mesa de siempre.
Nació en plena guerra civil, vivió su pubertad y juventud de la dura mano de la dictadura fascista, entre la pobreza y destrucción reinantes. Protagonizó el crecimiento económico del país y sufrió la represión política y cultural.
Maduró entre eso y la transición política, aprendió a votar, a perder el miedo en las calles, a decir y a decidir, a guardar el miedo al terrorismo y a enfrentarse a la inmigración de aquellos que recibieron a los nuestros durante nuestra migración.
De la miseria humana del siglo XVIII al drama humano del exceso de población del siglo XXI, el analfabetismo, hambre, pobreza económica y crisis de valores morales. Nada tiene que ver el hombre de este recién estrenado siglo con la de los anteriores, sin embargo no hemos aprendido, vivimos en dos mundos distanciados cada vez más, el industrializado despilfarrador y el pobre con hambre y sin medios para subsanarlo. Cerca de 800.000 niños bolivianos trabajan y son maltratados, según UNICEF, convirtiéndose en un grupo altamente vulnerable social, económica y laboralmente.
Entre los 45 y 50 años vivió la entrada en la CEE, los juegos olímpicos de Barcelona, el Euro, y ya con 65 años los matrimonios homosexuales.
De la revolución industrial, s XIX, a la revolución científica, s XX, la penicilina, la fusión nuclear, el código genético, la relatividad del tiempo, guerras mundiales, Hiroshima, la macabra Talidomida, la revolución cubana, el levantamiento del muro de Berlín, el asesinato de Kenedy, Amstrong y Aldrin pisando la luna, la caída del muro de Berlín...
Oiría o leería la petición de perdón público de Roman Herzog presidente de Alemania en 1997 -gracias al periodista George Steer- de la masacre cometida por la legión Cóndor alemana y Saboia italiana en el bombardeo a Guernica, en una España dónde la información brillaba por su ausencia y no estaban acostumbrados a asimilar las cantidades de datos que manejamos hoy día.
Y ahora, hoy, el hombre quiere volver a cuidar la tierra, dar de comer a todos y repartir para que no sobre.
¿Qué pensará sobre todo esto? ¿Qué pensará sobre nosotros? ¿Le importaremos algo?
Sólo sabemos de aquellos que son conocidos y se hacen oir.
¿Y ellos? Los que no tienen voz y lo callan para si.
Hacía conjeturas sobre el beneficio que aquella "aventura" podría acarrearme. Una mujer que le entra a un anciano -técnica moderna para explicar esta forma de actuar- podría dar pie a pensar en mi posible desviación sexual freudiana por recuerdo a mi padre, o quizá y más posible, se pensaría en mi capacidad de adoptar el papel de viuda negra y hacerme con sus posesiones.
Advertí que la gente que me cruzaba reparaba en mi, al fruncir el entrecejo me di cuenta que llevaba puesta una sonrisa de oreja a oreja, tuve un sentimiento de probable chifladura momentánea, que aún me divirtió más.
Le calculaba unos 70 años, podría haber nacido en 1938. En el 58 tendría 20 años y en el 88, 50 años.
Decidí pensar un poco más el abordarle, y ocupe mi mesa de siempre.
Nació en plena guerra civil, vivió su pubertad y juventud de la dura mano de la dictadura fascista, entre la pobreza y destrucción reinantes. Protagonizó el crecimiento económico del país y sufrió la represión política y cultural.
Maduró entre eso y la transición política, aprendió a votar, a perder el miedo en las calles, a decir y a decidir, a guardar el miedo al terrorismo y a enfrentarse a la inmigración de aquellos que recibieron a los nuestros durante nuestra migración.
De la miseria humana del siglo XVIII al drama humano del exceso de población del siglo XXI, el analfabetismo, hambre, pobreza económica y crisis de valores morales. Nada tiene que ver el hombre de este recién estrenado siglo con la de los anteriores, sin embargo no hemos aprendido, vivimos en dos mundos distanciados cada vez más, el industrializado despilfarrador y el pobre con hambre y sin medios para subsanarlo. Cerca de 800.000 niños bolivianos trabajan y son maltratados, según UNICEF, convirtiéndose en un grupo altamente vulnerable social, económica y laboralmente.
Entre los 45 y 50 años vivió la entrada en la CEE, los juegos olímpicos de Barcelona, el Euro, y ya con 65 años los matrimonios homosexuales.
De la revolución industrial, s XIX, a la revolución científica, s XX, la penicilina, la fusión nuclear, el código genético, la relatividad del tiempo, guerras mundiales, Hiroshima, la macabra Talidomida, la revolución cubana, el levantamiento del muro de Berlín, el asesinato de Kenedy, Amstrong y Aldrin pisando la luna, la caída del muro de Berlín...
Oiría o leería la petición de perdón público de Roman Herzog presidente de Alemania en 1997 -gracias al periodista George Steer- de la masacre cometida por la legión Cóndor alemana y Saboia italiana en el bombardeo a Guernica, en una España dónde la información brillaba por su ausencia y no estaban acostumbrados a asimilar las cantidades de datos que manejamos hoy día.
Y ahora, hoy, el hombre quiere volver a cuidar la tierra, dar de comer a todos y repartir para que no sobre.
¿Qué pensará sobre todo esto? ¿Qué pensará sobre nosotros? ¿Le importaremos algo?
Sólo sabemos de aquellos que son conocidos y se hacen oir.
¿Y ellos? Los que no tienen voz y lo callan para si.
-
-