domingo, 25 de abril de 2010

Un toque de atención

Azahar
Citrus Aurantium
(flor del naranjo, del limonero, del cidro y otros árboles cítricos)

Mientras caminaba hacia el trabajo dándole vueltas a lo que pensaba publicar, mi ciudad me ha dado un toque de atención. Acaba de escampar y el desmayado sol con esa inmensa luz del este, se refleja en lo mojado mostrándola limpia y recién “peiná”.
Justo en mitad de mi camino alguien le hacia una foto a una pared, instintivamente la he mirado, he levantado la vista dejándome llevar por su asombro y por esa sensación de sorpresa cuando descubres lugares nuevos. Sonríes comprensiva por lo que para ti es habitual, pero te das cuenta que te has vuelto incapaz de apreciar la belleza que te rodea empós de esa misma familiaridad.

Aún sintiendo preferencia por aquellas ciudades desde las que se pueden divisar montañas, reconozco que la costumbre ha hecho que dejara de apreciar lo bonita que es esta, donde vivo. Sus calles son anárquicas, como hechas a voleo, los edificios parecen bailar unos a ritmo de dulzainas y otros de rock and roll en un juego ecléctico de increíble belleza recuperada y de descuidado solariego.
El sol gana fuerza por momentos, produciendo llamaradas metálicas y resaltando el apagado verdor de los jardines, un hiriente rayo pasa entre dos tejados cortando la bruma de un rincón al final de la calle estrecha. Y tiendecitas todas juntas, desbordadas de cosas impensables donde huronear a gusto. El aroma a azahar en las calles y a jazmín, los balcones de hierro forjado que parecen filigranas dibujadas en las fachadas te colman de serenidad. La agradable temperatura hace recordar al abrazo de la abuela en su regazo tibio oliendo a rosas.
Fatigar despacio libros prohibidos o deambular por la Atlántida pudieran ser placeres similares.

Y he empezado a verla, y a verlos, a los ciudadanos, a esos que hace la ciudad donde viven. En algunas son elegantes, visten buena ropa y usan los colores que les hace distinguidos, en otras son señoritos, invaden las calles con el clavel en la solapa y el vino fino en la mano. Aquí cada vez nos cruzamos menos con gente del barrio y más con extraños -extraños muy chocantes, dicen-, el chandal y las zapatillas han pasado a mejor vida, la de practicar deporte, y cada vez menos bajan a por el pan con la bata de guata y las babuchas nuevas.
Entre ellos pululan grupos adolescentes extranjeros de rostros arrebolados, carpetas y cámaras de fotos en mano, que se mueven por la ciudad con la llaneza del barrendero.
El día parece salido de un cuento sin protagonistas en el que vas pasando las hojas y en cada una encuentras un tema diferente.

Ensimismada, saboreando las gratas impresiones, al pasar por un escaparate donde un joven con perilla y el pelo en punta coronándole la cabeza, al estilo siux -me hace pensar en un Don Juan Tenorio moderno- trasteaba sujetando con alfileres un traje de noche granate a una bellísima maniquí. Abstraída mientras caminaba le he mirado más de lo necesario atrayendo su atención, me ha guiñado un ojo que me ha hecho sonreír ampliamente y me ha devuelto otra simpática sonrisa, una vez pasado el escaparate la risoterapia me ha acompañado un trecho y he llegado al trabajo tan feliz que le ha faltado tiempo al compañero cachondo y “metementodo” a soltar la preguntita ”¿Qué? ¿Qué estuviste haciendo anoche?” (Algún día escribiré sobre él)

Y a la vuelta, he vuelto a ser turista de mi ciudad. Cinco de la tarde, empiezan a abrir las tiendecitas de nuevo, las calles se desperezan de la siesta española por antonomasia, o de la gran mayoría española, pero que parece hacer participe a más de un extraño chocante, sentado en una terracita con las piernas estiradas, la cerveza a medias y el sombrero sobre la cara.
Sonriendo noto de nuevo el ¡shiiisss!, al mirar de frente veo en todo su esplendor la Lonja de los Mercaderes, enorme, joven (1482-1548) y presumida. Las cámaras disparan, impresiona ver la escalinata llena de chocantes y en la cera de enfrente buscando posiciones para fotografiarla, que parece que en cualquier momento hará un movimiento para cambiar la pose zarandeando su corona de torretas.

Llego a casa, me pongo a escribir, suena el teléfono, llaman al timbre, me vuelvo a sentar anotando todo lo que he visto de cualquier manera y salgo pitando a darle otro vistazo antes de que el cansancio me devuelva a casa.

viernes, 16 de abril de 2010

Visiones del mundo


Angkor o Angkor Wat
(Ciudad de los templos y el corazón del imperio Jemer) - Camboya

Momento Telúrico
Rascaba con la yema del dedo mugriento en el plástico, y llevándoselo a la boca lo chupaba con deleite. Sabia que aquello podía estar en malas condiciones, pero la experiencia le había demostrado que si el cuerpo se lo admitía es que no era malo. Puede que tuviera productos químicos nada recomendables, y estuviera caducado seguro, pero de alguna forma su organismo podía sacar beneficio cuando no lo rechazaba violentamente, como le había pasado con aquellos brotes verdes que tenían tan buena pinta, vomitó hasta la leche materna, menuda purga. Llevaba unos días en aquel lugar, no había querido encender fuego por no atraer a la policía, pero el día estaba especialmente helado, era difícil meter el coche hasta allí y a pie ni siquiera ellos se atreverían a bajar. Dentro de la miseria que habitaba se sentía bastante confortable. Ya lo había decidido, en cuanto subieran las temperaturas emprendería el camino hacia aquel lugar del que le hablaron en la montaña. Parecía que aquella necesidad imperiosa de destruirse, de despojarse hasta de la piel estaba pasando. Ahora solo quería sosiego, seguir adelante apartado, lejos de lo que fue, de lo que era, pero solo. La gente le molestaba y seguía sin querer compartir nada con nadie. Venía de la fase del todo y había aterrizado en la de la nada. Ahora despojado de todo, quería poco porque ya sabía decir basta. No era como en la india donde se venera a las personas que renuncian a la vida mundana, aquí se considera un privilegiado el que posee todo, o al menos lo parece, “lo suficiente, lo necesario” se considera despreciable. La gente en general es despreciable, y en particular piensan que lo saben todo, tratan de ayudar y te joden un poco más. Mejor si se mantienen alejados, prefieriendo incluso sus miradas de desprecio o miedo.

Momento Interestelar
Mantenía el cuchillo de plata en la mano apoyada en la mesa, con la otra pasaba las hojas del periódico sin marcas, como recién impreso, su olor característico le agradaba. Cuando encontraba un artículo que llamaba su atención volvía despacio a prestar atención a la cena y tras dar un bocado, leía detenidamente masticando con calma. Algo tras el gran ventanal allá dónde debía permanecer oscuro reclamó su mirada, un punto de luz lejano que no estaba en la línea del resto del alumbrado de la ciudad, calculaba que podía situarlo a la altura del nocturno río, de vez en cuando desaparecía y pensó en una fogata, miró distraídamente la chimenea donde crepitaba un fuego limpio y fuerte que devolvió su atención al artículo y a su bocado. Mientras tomaba otra porción recordó la invitación para pasar el fin de semana en casa de unos amigos, pero después de conseguir un par de días de descanso, lo que más le apetecía era la inmensa paz de la que disfrutaba en casa. Normalmente comía en restaurantes y dormía en hoteles casi todas las semanas, para nada se movería de allí, enviaría cualquier disculpa.
Leía sobre el poder concentrado en una sola mano, en un país, un poder de destrucción total sobre el derecho a la vida y a la muerte de todos, preparado para destruir el mundo varias veces. 20 años desde que terminó la guerra fría, ”70 años hace que el genio nuclear salió de su lámpara” decía el artículo. El “arcano” que proporciona el poder de eliminar ese “poder” a quién lo posee.

Dos momentos en la misma dimensión del espacio, ajenos e identificables, dónde las cosas transcurren de distinta manera por sus valores diferentes. A uno le da exactamente igual lo que pase en las horas siguientes, no tiene nada que perder salvo dejar de ser él mismo, y tanto le da dentro de un rato que de unos días. Al otro le tiembla hasta la tuétano solo de pensarlo, perdería el paraíso del que está seguro disfrutará mientras viva.

¿Hubo sumisión voluntaria o fue opresión violenta?

Ocurrió en Summer, en el sur de Irán e Irak, donde una jefatura tribal se convirtió en Estado. Parece probable que al hombre cazador-recolector de finales del período glacial, con el calentamiento de la Tierra y sus consiguientes cambios medioambientales, con el exceso de caza extinguiendo numerosas especies, llegara a comprender que para compensar las pérdidas debía explotar las variedades silvestres de trigo y cebada, que a su vez le obligaron al asentamiento para almacenarlas y, consiguientemente, a la domesticación de animales menores. Y fue en este tiempo, que los arqueólogos denominaron Neolítico, cuando pronto comprobaron que ya no podían huir a otros lugares dejando su medio de subsistencia para desentenderse de las jefaturas y aspirantes a reyes, que ejercían cada vez más presiones para exigirles más impuestos, mano de obra para labores públicas, torres de protección, palacios, guerreros, recolectores y secuaces que articularan esa fuerza, a cambio de protección y reparto en épocas de pobreza. No tardarían en extenderse otros Estados junto al Éufrates hasta el Mediterráneo, los imperios: babilonio, asirio, hicso, egipcio, persa, griego, romano, árabe, otomano y británico. “Nuestra especie había creado y montado una bestia salvaje que devoraba continentes.”

Y hoy el temible arcano del poder que ostentan varios Estados sobre el mundo haciéndoles sus propios prisioneros, al mismo tiempo que nos mantiene a unos en la inseguridad, a otros en la ignorancia y a la mayoría en la indiferencia, no supone el respeto y la obediencia de los demás sino su esclavitud. Quizá si Roosevelt no hubiera dado el pistoletazo de salida al programa nuclear para luchar contra los nazis y Truman no lo hubiera probado en Nagasaki, el conflicto no sería el mismo de nuestros antepasados, encontrar dónde huir y dejar a los belicosos aprovechados matarse entre ellos -y tras haber aprendido que la fuerza no está en la destrucción de lo que nos sustenta, aunque algunos se dedicaron a adoctrinar lo contrario y muchos otros a darles crédito- sino en el aprovechamiento inteligente, cuidando, protegiendo y cambiando los hábitos para que los intereses y beneficios se obtuviesen a largo plazo alcanzando a la mayoría, de manera que los descontentos y los inadaptados fueran cada vez menos.
Y debiéramos preguntarnos, de paso, si nuestra capacidad de asimilar lo no habitual, lo diferente, lo raro o extraño, la tenemos intacta o se nos ha atrofiado. Cuestión que aunque parece insignificante alude a la templanza para saber cuando hay que dejar de ofuscarse con los placeres momentáneos y disfrutar de la contemplación y el alejamiento en beneficio propio.

Dicho esto, y haciendo alarde de extrema inocencia, me pregunto si no deberíamos -también, ya que estamos- empezar a comprobar en qué puntos no coinciden los círculos de las probables bombas atómicas y allí hacer un agujero lo bastante profundo para protegernos los más posibles. Eso sí, nadie que haya ostentado un cargo público sobre la tierra estará admitido debajo de ella.
Aunque bien pensado, tras la última frase escrita, terminaríamos por instaurar cualquier otra forma de predominio o supremacía. Mejor dejemos que la bomba haga su cometido y borre cualquier célula humana del universo. Me uno sin traumas al levantamiento de hombros del hombre telúrico.

“Qué cosa fuera, qué cosa fuera la maza sin cantera…”

“El genio regresa a la lámpara” Lluis Bassets 15/04/2010 El País
“Nuestra especie”-Los primeros Estados. Marvin Harris
Foto de http://www.3viajesaldia.com/angkor-el-corazon-del-imperio-jemer


lunes, 5 de abril de 2010

Rituales simbólicos eternos



Ariadna dormida
(John William Waterhouse)



Abotargada la mente con los ojos llorosos y la nariz inservible, la boca marcha con todo lo necesario para funcionar. Respira, estornuda, traga la medicina, comunica, se agota afónica denotando el esfuerzo. El oído chista pero le ignoran, ni con dolor ni con sonidos lo consigue, se retrae y espera. Entre toses y estornudos transcurren los últimos días de trabajo. En los tres siguientes se alejan de la cama lo justo, siempre siguiendo a la boca, alienados e incomunicados. Apenas hoy empiezan a percibir cierta mejoría, todo se sosiega, la mente recobra el mando. Y entre brumas la tranquilidad se instala…

… de noche en la carretera, andaba, el asfalto despedía calor y la fría brisa no molestaba. Hacía muchas horas que seguía la carretera, apenas pasaban coches, un par habían parado pero no subí. Me encontraba bien, mi cuerpo me respondía con una fuerza que no conocía, e incluso el peligro que en otras ocasiones en sitios solitarios y sola me había angustiado, no lo tenía. Observaba la carretera a la luz de las estrellas, silbaba, reflexionaba sobre mi destino y me percaté que estaba bien abrigada, los pantalones llenos de bolsillos repletos y las botas cómodas. La mochila no agobiaba.

Sin embargo, iba siendo consciente que algo no estaba bien, deje de silbar sorprendida, nunca aprendí a hacerlo. La sensación crecía, era como si yo no fuera, paré un momento pensando, miré alrededor y seguí avanzando más despacio. Mi paso era distinto, más enérgico diría yo, las caderas no las movía igual, percibía los límites de mi cuerpo. De pronto, alarmada, paré en seco, mi cuerpo, era mi cuerpo, no era de mujer… era un hombre… ¡yo, era un hombre!

Noté como el corazón me palpitaba ansioso, como si estuviese desplazada en aquel cuerpo en ese instante, y mi cuerpo que no era fuera aquel que me llevaba. Estaba varada ¿¡Cómo!? No sentía nostalgia de mi cuello, ni pechos, ni muslos, me sentía pletórica ¿o pletórico? La necesidad de seguir sintiendo esa gloria de otro cuerpo se hacía imperiosa. Eché a correr ¡Qué maravilla! Respondía con una fuerza que no disminuía sino que aumentaba, con movimientos precisos cada músculo obedecía acompasando el ritmo del corazón y la respiración. Me sentía capaz de todo, sin miedo, libre de andar por todos lados, con autoridad y sin dudas.

Otro coche. Para y subo. El tipo simpático se ofreció a llevarme hasta la ciudad… hablaba sin parar, me transmitía complicidad, con un si o un no a sus preguntas se sentía satisfecho, le miraba de frente cuando giraba la cabeza, directamente a los ojos, con la frente alta a la manera correcta masculina, en una aceptación simbólica de merecer hablar francamente esquivando la típica respuesta femenina del
“no sé”, no importaba como estuviera sentada, ni donde pusiera la manos, mi postura no daba opción a equívocos. Llegábamos a la ciudad y escuchamos el estruendo de una sirena de camión…
El despertador repetía el mismo sonido una y otra vez, me senté en la cama de un salto y lo paré, un ataque de tos me impidió reír.

En separar al hombre del universo femenino consiste la educación y la culturización. Enciende los mecanismos del miedo de ser una-o misma-o, de no ser reconocido virilmente por los otros-as, de no ser atractiva para los otros-as, de no alcanzar los cánones de masculinidad o feminidad establecidos. Ese sueño, destellos de imágines y sensaciones que alimentaban al consciente del inconsciente, dónde barrunto que soy victima victimizada por mi misma en un eterno círculo que yo perpetúo, al tiempo que veo las salidas volviendo la espalda al mundo creado para mi cuerpo de mujer, rivalizando con mi mente en la que no han echado raíces las simbólicas e invisibles fuerzas culturizantes, salvo como utilidad para pasar inadvertida, aunque a veces me haya resultado imposible no asumirlas.

En un cuerpo desconocido y potente, si, pero con una mente femenina, o al menos, sin perder la consciencia de lo femenino, sin embargo suficiente para obtener la seguridad de que el comportamiento social es radicalmente imbuido y repetido hasta la saciedad en la mente de las personas.
Lugar de conspiración de Virginia Woolf dónde todos actuamos según nuestro papel aprendido.
Dominadores, dominadas y dominados, todos usando el mismo lenguaje y respetando las mismas reglas. La subordinación, la sumisión, la dominación, como parte natural de la normativa de convivencia, dónde todo está reglado para que el macho domine y la hembra se subordine, y para que aquella o aquél que se salga del reglamento sea catalogada de bruja, pérfida, deshonesta, marica, débil…

Tenemos un compromiso femenino para aprender a ejecutar, a concebir, a exigir, a buscar tipos de organización, de acción colectivas, armas simbólicas efectivas para quebrantar las instituciones estatales y jurídicas que dejen de eternizar la subordinación. Que obliguen al orden establecido de dominación, de derechos, atropellos, privilegios, injusticias, a dejar de perpetuarse con tanta facilidad y a aparecer tan a menudo como algo natural.

Mi mente puede vivir perfectamente en el cuerpo masculino, pero desde luego no iba a estar dispuesto a la trampa masculina de la tensión y la contención permanentes, a la vulnerabilidad de demostrar lo viril que soy ante mujer u hombre alguno, ni a escupir o mear más lejos para obtener un sitio privilegiado entre los demás. Mi fuerza tendría una utilidad particular mucho más placentera, que formar parte de una mole insensata e inútil, en esa simbólica violencia invisible social.

Mi fuerza femenina, llena (hinchada), cerrada (difícil, cerca), dentro (casa, jardín, fuente, leña), debajo (tendido, pilar central), húmeda (vientre, gallina, secreto, sangre, sueño, tierra, muerte, luna, frío, norte, noche), todo esto que quieren que sea según sus reglas atributos de lo femenino, fundido, rehecho en luz, belleza, materia, magia, sosiego, paz, silencio, y acogimiento igualitario de todo lo masculino, sin mezclas extrañas, sin fantasías exuberantes de dónde viene o a dónde va cada quién.

Mi crimen, ser persona antes que mujer. Su castigo, el aislamiento.
Pulsado, sopesado, evaluado, calificado y juzgado… cometo el crimen.
Y lamento decirles a los que siguen el esquema pertinente que hay más como yo. (uffff, loada sea la tierra, masculina y femenina)



Foto: courtesy of http://www.johnwilliamwaterhouse.net/Ariadne--1898.html


jueves, 11 de marzo de 2010

Historia de un día




Me demoraba demasiado. Miraba el cielo encapotado que oscurecía por momentos. Esa mañana habían pronosticado lluvias y bajada de las temperaturas. Por fin terminé, el abrigo con el cuello alzado, el gorro rojo y los guantes, el paraguas transparente desplegado y me lancé a la calle.

Arreciaba el aire helado por el bajo del abrigo y del paraguas, el agua dificultaba la visión a pocos metros. Las salpicaduras de las pisadas, las que el viento lanzaba y las del paso que se adelantaba al paraguas, me empapaban los bajos de los pantalones.

Allí dónde la gente se acumulaba en la puerta formando con sus paraguas un techo hasta la entrada, dónde sonaban los tambores africanos moviendo los paraguas a su ritmo, allí iba. El espectáculo impresionaba, la lluvia llevaba el compás, si, si, la lluvia siguiendo el compás, me encantó, y por un momento dude en entrar o quedarme bailando bajo el resguardo colorido, las amigas me hicieron señas y cerré el paraguas para poder atravesar la provisional pista hasta el acceso.

En el escenario los tambores casi obligaban a danzar los cuerpos semidesnudos, rayaban la perfección en movimientos imposibles hipnotizando las miradas y asomando la alegría desbordante del corazón a las bocas. Absortas y un tanto idas, comulgamos con nuestros espíritus antepasados en esa conversación corporal que concierta el baile africano, pretendiendo aplacar a los malintencionados espíritus presentes del “porque yo lo valgo”.

Volvimos agotadas hablando sobre la moralidad del movimiento, y la del pensamiento. Ya ves, que le importará a nadie por qué hacemos lo que hacemos, o pensamos lo que pensamos, o el valor moral o amoral de la moralidad.

Pero importa. Eres, sientes, existes, porque son, sienten y existen los demás.

Construyo el mundo cada día con una fuerza invencible. Prueba de ello es que asediándome va la muerte, atando mi existencia. En esa danza llegué a ver los hilos flojos con que me sujeta el alba, dejando que mi corazón cuelgue de la puerta que no podrá tocar mano alguna.

Anclada entre los brazos de un cedro, obligada a exigir la perdición que resquebraja máscaras, la perdición que nos redime guiando nuestra marcha hasta convertirnos en roca enamorada, para acabar olvidándome de mí bajo su sombra.

Y así romper la corteza de la incomprensión convertida en lanza perdida, buscando los cabos para enhebrarlos en humos y en hechizos que me ayuden a aproximarme al rostro del lejano cosmos y alentar a Adán a decir: ”no soy el padre del mundo ni he visto el paraíso”.

Lo que hace soltar el cuerpo y que le obedezca la mente. Virguerías.

La moral es el arte del detalle, una modesta palabra, un gesto, una atención, una cortesía le indica al otro que le hemos visto, que le hacemos un lugar, por lo tanto que él es, existe para el mundo. Éste es el lugar de la ética. ”En eso consiste realizar la ética, crear la moral y encarnar los valores.”

La moral se aprende, y demuestra la evidente responsabilidad de cada uno sobre sí mismo. Pero antes de iluminar nuestro cuerpo neuronal con una ética practicable, deberemos crear un Yo fuerte, protagonista de sí, querido, sin motivaciones sociales, genéticas, familiares, históricas, psíquicas… hábil para tolerar todos los influjos feroces que origina la barbarie del mundo.

Un cuerpo físico adiestrado proporciona un cuerpo neuronal consciente, y este, conforma la base indiscutible para llegar a una ética basada en una moral con los más altos valores. Sobre un ser físico óptimo una mente perfeccionada.

Pudiendo llegar a un máximo nivel de perfección física ¿qué nos impide llegar a la misma perfección mental? Nada. Puesto que la perfección mental solo depende del perfecto físico, cuando el que la busca desea realmente el placer real de ser ético y el de practicar la moral.
Y la perfección física ya ha sido demostrada que puede lograrse.


viernes, 19 de febrero de 2010

Mujer antes que madre y compañera


La gentil fuerza y la delicada resistencia


Entendible resultaría el mundo de los hombres para las mujeres si sencillamente nos propusiéramos entenderlo. Dejemos ya de pasamos la vida pidiendo que nos entiendan ellos. Ha resultado imposible a través de los siglos. Ya es hora que utilicemos nuestra manera de regir con primor y claridad la mejor distancia entre una y una misma, y entre una y ellos.

Fijémonos en un principio, dándole una base a este razonamiento, o más bien, este comienzo de debate entusiasta en la que andamos Nicolás, mi anciano y venerable amigo, mezcla de inconfesables y eruditos filósofos de todos los tiempos, y yo, una “plataforma” de varios siglos atrás.

Jantipe (Grecia siglos V-IV a.C.), esposa de Sócrates, fue una mujer irritable y con una rebeldía crónica, y que gracias al temible Platón ha pasado a la historia como rabiosa, insolente y feroz. Sin embargo, el mismo Sócrates exponía las razones del mal humor de Jantipe justificando sus airados comentarios:

”-… De modo que cuando rendido caía en el lecho por la noche (como Jantipe hace después aún de haber aseado lo que cenando hemos ensuciado todos, y tras de dar una última vuelta por la casa por si algo queda por hacer, pensaba: Todo esto que me tiene muerto es lo que ella hace día tras día y lo que lleva haciendo durante muchos años; y además cose, y estira y cuida la ropa; y ha de ahorrar; y ha de soportar mis insolencias y la de sus hijos, y parirlos y criarlos, y en fin, si aún se me antoja y despierto del primer sueño cuando ella llega a mi lado tras haberlo dejado todo en orden, ha de aguantar mis bárbaros e incómodos apetitos. Y empecé a verme muy pequeño a su lado, muy infeliz, muy nada sin ella; y a considerar la gran injusticia que es, por lo general, cada hogar, en donde el hombre que por mucho que sea es poco, quiere serlo todo, y en donde la mujer, que si es tal mujer lo es todo, como nada es juzgada. Y vi algo peor aún, y es los males que esto ha de causar el día que la mujer se dé cuenta de que su penosa y magnífica labor natural no se estima y, buscando lo que no encuentra en su elemento, se lance al trabajo fuera de la casa en abierta competencia con el hombre, para arruinarle muchas veces (pues de facultades tan completas y capaces como las nuestras y sólo inferiores en grado, en casi todas nos pueden suplir y en muchas cosas aventajar) y para desarticularle, descompletarle siempre: que el hombre sin la mujer no es nada, pues tan sólo el hombre es hombre ''completo'' cuando entra como elemento en esta combinación de tres factores: esposo, esposa e hijo…

-Creo, pese a lo que dices, que tu bondad natural disimula los dolores que tiene que producirte su compañía- dijo Platón…

- …Platón, ¿quieres alcanzarme esa rosa que tienes justo sobre tu cabeza?

El joven, con la mayor diligencia, la arrancó; pero tan vivamente y sin reparar en las espinas del tallo, que se las clavó en la mano, Sócrates la tomó delicadamente en la suya y sin hacer caso del percance, y mientras Platón se llevaba instintivamente los dedos heridos a los labios para contener la sangre, siguió:

-¡Mirad qué maravilla! -y levantando en alto mostró el capullo que se abrió a la caricia del sol; un capullo de un blanco inmaculado- Mirad qué finura, qué color, que transparencia, qué perfume. ¡Umh!...Claro que no sé cómo Platón no la ha tirado al pincharse- acabó, devolviéndosela.

-Gran torpeza hubiera sido -replicó el joven admirando la embalsamada flor sin acordarse ya de los pinchazos-; por bien empleadas las espinas con tal de tener la rosa.

-Pues lo mismo me pasa a mí con Jantipe.”

¿Evidencia acaso esto, la sordera que han padecido todos sus discípulos? Posiblemente.
Parece ser que resulta más fácil unirse a los misóginos y demás contertulios de la superioridad del hombre porque sí, que a la sencilla y llana razón.
Por favor, señoras, no hagamos lo mismo. Mujer antes que cualquier otro papel impuesto, permitiendo una construcción de si misma en una ética positiva liberándose de todo aquello que culpabilice o imposibilite la relación leal con el mundo, sin sumisión ni sujeción, en una existencia radiante y sin complejos. Y entonces, madre y feliz, sola o acompañada.

Contemplemos el mundo tal cual es, e imitemos a la naturaleza olvidando por un tiempo el espíritu de la ilustración y del fingimiento. Dediquémonos a observar un momento. Luego cada cual que haga sus propias calibraciones en si vale la pena pensarlo y ponerlo en práctica -por aquello de si suena la flauta-, o pensarlo y desecharlo por no ser momento para cambios.

En la naturaleza existe una “ausencia de turbación” en todo su quehacer que la convierte en una magnifica productora de bienestar. Nos ha capacitado para determinar la existencia del dolor y nos ha dado poder sobre él haciéndolo soportable, en caso contrario moriríamos de dolor. Ese poder, mental sobre todo, nos faculta para obtener resultados tangibles que aumenten nuestra serenidad a la hora de sufrirlo, o de abstenernos en llevar a cabo aquello que lo produce.

No seamos deshonestas ilustrando hábilmente las malas interpretaciones de las confusas situaciones en las que nos vemos envueltas con el sexo opuesto, simplificando sus aseveraciones, satirizando y diciendo lo que no han querido decir. En cuestión de sensaciones casi siempre podemos ir un paso por delante. En este punto de la evolución sabemos que las verdades eternas no existen. Sujetarse a ellas solo nos deja una certeza puntual que rápidamente queda caduca.

Pensando en ello usemos esa ausencia de turbación y seamos parte del plan plenamente. Quiero decir, dejemos ya los histerismos y los lloriqueos y plantémonos en el mundo tal cual somos. Solo podemos fiarnos de los sentidos que poseemos, y solo tras el uso del mundo tendremos una visión casi perfecta de él. Usémoslos y vivamos.
Trastornos mentales provocados por el estrés, el nerviosismo, el miedo, los disgustos… ¡Abstenerse! Por dondequiera hay placer y se nos invita a renunciar a él, no lo hagamos. El júbilo es en su totalidad físico y mental, jamás el uno sin el otro.

Ese mismo miedo del que acusamos al hombre a perder su libertad, su autonomía e independencia es el que deberíamos estudiar para nosotras con sumo cuidado. El uso de los hombres, su disfrute, y su alejamiento si no está dispuesto a responsabilizarse de la progenie. Ha de ser desechado el indispuesto.
El que esté maduro a compartir ¡ojo… solo… compartir!, nada de posesión en ningún aspecto (ni físico ni mental), donde el amor se disfrute mientras exista, y cuando no, darle el pasaporte sellado y firmado con una hermosa sonrisa, comenzando a vivir íntimamente la individualidad. Si está, bien, y si no, también bien. Ausencia de turbación. No nos confundamos, no es indiferencia, es la misma sencillez con la que la naturaleza entierra aquello que no la beneficia y se dedica con entusiasmo a todo cuanto le permite ser.

Recuperación del equilibrio, recuperación de la estabilidad emocional y física, pues incluso en la melancolía hay placer, nos llevarán a conseguir una vida dulcemente placentera, deseable y feliz. Sin irritabilidad, histerias, pérdidas de posesión y tristezas varias.
Ya se encargará el mundo de traer momentos duros, tristes, penosos, entonces ¿qué necesidad hay de procurarlos además nosotras mismas?, y lo que es peor, para nosotras mismas.


Valencia ya huele a pólvora.

Jantipe - Referencia: http://www.apocatastasis.com/estampa-socratica.php#ixzz0fjqIFgrC
© Apocatastasis: Literatura y Contenidos Seleccionados
Fotografía de la Portada cd “Music from the World of Ballet”


martes, 2 de febrero de 2010

De inicios




Es un esfuerzo extenuante. Tengo una idea en la cabeza que no puedo plasmar.
He estado mirando detenidamente una serie de fotos antiguas de mis abuelos. La idea quedaba suspendida, o se abandonaba, en las que he seleccionado y colocado una junto a otra sobre la mesa. He esperado observándolas… y nada.

Comienza a sonar jazz suave y sensual y cerrando los ojos la idea se aclaraba en mi cerebro, se hacia entendible, la brillantez con que la estaba urdiendo ha hecho que me sintiera eufórica. Me he sentado delante de las teclas… y no he encontrado ni una sola frase que identificara ese brillo.

He salido a la terraza para ponerme al sol como las lagartijas. Y pensando en dónde ubicar un par de macetas de enredaderas para que den sombra este verano, se me ha ocurrido plantarla como una semilla, quiero decir, plantar la idea en la tierra.

Y aquí estoy, haciendo un hueco en este espacio gris, gris perla que no triste. Dejo caer las palabras con cierto orden, había pensado dejarlas en montones, pero lo mismo la parte que no toca tierra no germina. Al dejar espacio entre ellas puede que más de una logre atravesar la capa de tierra con la que luego las cubriré.

La semilla no sabe qué va a pasar, no conoce su poder de transformación ni en qué puede convertirse. Es una batalla dura salir de su protectora cáscara y encontrarse con que no existe camino alguno, el tierno brote debe enfrentarse al duro terreno evitando piedras y escollos, pero no pierde el valor en la oscuridad y sigue empujando.

Hay humildad y simplicidad en la naturaleza, la dura tierra permite que el brote le atraviese con sencillez, le deja espacio, y la piedra que en principio le impedía seguir, ahora protegerá su raíz y su alimento. Incluso la gravedad le deja ir en su contra, así que sin saber qué le espera fluye cada vez más seguro, pareciendo a veces que simplemente se deja llevar, dejándose arrancar sin hacer absolutamente nada.

Tras un tiempo lleno de misterio esperando, alerta, paciente, satisfecha, sin ansiedad, ni adormecida ni indiferente, ahí está, suave, receptivo, maduro para descubrirse. Y en la naturaleza no suenan los tambores cuando irrumpe a través de una flor, como tampoco entonan un canto fúnebre cuando los árboles dejan caer sus hojas.
Todo lo pasado le ha conducido a ese momento de perfección, enfrentándole a otra época de crecimiento y cambio.
Todo, en silencio, para si, en relación con el entorno compartido y no exclusivo, con identidad propia y sin derecho sobre el resto.

Y solo quería contar sobre la plenitud de amar incondicionalmente, sin expectativas ni demandas.
Fíjate qué salió de la tierra, un flamante arbusto y no la portentosa flor que esperaba.
Otra vez será, lo de plasmar la idea, el arbusto se ganó su sitio.


miércoles, 20 de enero de 2010

Puñeteros regalitos



Parque Vigeland - Oslo


Estoy abriendo un regalo. Viene en una bonita caja con un precioso lazo. Es azul, la caja y el lazo, de un azul brillante. No sé si abrirlo. Yo no he hecho regalos esta vez. A nadie. Lo tengo aquí al lado, he desecho el lazo pero me apetece rehacerlo.
Estoy obligada a devolver el gesto, lo he aceptado. Ya es mío. Si al menos te dijeran "tengo un regalo para ti estoy esperando el tuyo”, te darían opción a pensar “pues espera, espera, que lo tienes claro”. Se quedaría con él, que además sería de su gusto, y aquí paz y mañana gloria. Pero no.
Además lo ha hecho con alevosía porque me lo entregó primero, y ha sido por puro placer de hacerme feliz.

Me acaba de llamar para ver si me ha gustado. Y se lo he dicho. “Vale” me ha contestado, ”pues no lo abras y cuando tengas el mío los abrimos a la vez”. Encima es una persona genial. Y lista, se aseguró el suyo. ¡Leches! ¡Y qué le regalo a una persona tan genial! Cada vez se complica más. ¡Puñeteros regalitos!

Cada paso que doy cada vez que salgo, me los paso mirando escaparates, a ver si veo algo. En ninguno de ellos, en ningún estante de ninguna tienda hay regalitos para personas geniales. En casa miro libros y me paso las horas en internet. Nada interesante.
No puedo llamarle y preguntarle qué quiere porque no me lo preguntó a mí. Sorpresa, pues sorpresa.
No sirve tampoco que piense en sus gustos porque ya no sería un regalo genial.
Tendré que decidirme o me voy a pasar media vida buscando. Y que me joda el regalito unos días, pase, pero más, ni de coña.

Usaré la razón. ¿En qué consiste ser una persona genial? Ser magnífico, estupendo, sobresaliente, extremado, que revela genio creador… Pues mira que bien, y si logro sorprenderle yo también seré genial. Pues vaya que alegría.

Con cuan insignificante impulso, un regalito, ya ves, se convierte la alegría en compromiso, éste en desazón, y ésta en tragedia, y que a nadie se le ocurra decirme que ésta no es consecuencia de la primera aduciendo que no hace falta tomarse la cosa por la tremenda. Lo explicaré sucintamente por no cansar a quién me lea.

La cuestión entra en el honor de mi persona ante la sociedad, nada menos, dónde no hay opciones. Todo está determinado para que yo, como individuo, me comporte acorde al modelo social, una fuerza que me apremia a hacer lo que se espera de mi, y además pretendiendo hacerme creer que es una elección consciente.
En caso contrario, si decido oponerme a esa fuerza, al sistema, mi tendencia recibe la etiqueta de “comportamiento marginal”.
Pesa en la constitución de mi identidad la influencia educativa, las coacciones mentales afectivas, las convivencias familiares… Si estoy de acuerdo con la norma y sigo el modelo, mi dosis de libertad es importante, pero si mi forma de entender difiere de la del resto, esa dosis libertaria es totalmente inexistente para mí.

Cogí la caja, le saque el contenido y la volví a cerrar. Cuando la abrió y la encontró vacía me miró interrogante. Y le espeté:

“Me ha gustado tu regalo. Gracias.
Si te hubiera regalado algo sin desear hacerlo, me habrías quitado mi libertad de elección y menguado mi identidad como individuo, la misma que te merece el deseo de agasajarme. De ti depende que a mi actitud, en contra del determinante social de devolver el regalo para quedar bien, le pongas la etiqueta de conducta marginal, o no.”

Tras un segundo sonreía. Claro que no todos entenderían el concepto.
Sigue siendo una persona genial, ahora en grado superlativo, consiguió sonreír. Y yo sigo con mi etiqueta de “hay que fastidiarse con la tía esta, que encima me cae bien”