domingo, 15 de febrero de 2009

Mandas y mantras II (XIII)


OM
El sonido del mundo

“Sigue con el pequeño.

Se casó con una joven de salud frágil, también del pueblo, que aguantó más que la hermana. Se querían, o al menos no demostraron jamás lo contrario. No tuvieron hijos. Él había sido el ligón del barrio, acabaría convirtiéndose en un maduro salido, siempre según las mujeres de por allí. Contando con el morbo que proporciona un tendero faldero, mucho mejor que gastar dinero en atractivos anuncios. Admiraba a su hermana y siempre estuvo presto a ayudarla. Entre los tres y el mayor cuando no tenía partidas, atendían el negocio. Construyeron la casa pared con pared con la de sus padres, y siguieron juntos toda la vida. La cuñada calmaba los ánimos unas veces, otras hostigaba. Pero consiguieron convivir dentro de cierta armonía. Los sobrinos pasaron algunas temporadas en casa de los abuelos, y en vista de las malas rachas del tercer hermano, propusieron quedarse con la mayor, cuestión a la que la madre se enfrentó con un terminante no. Le cayó la sombra del despecho para siempre.

Murió primero el aventurero, quizá la naturaleza decidió que había aprovechado suficientemente la vida. Bastantes años después el mayor. Seguido al cabo de un par de años por la hermana, y al año siguiente la mujer del pequeño.”
Tras terminar su relato (por cierto, mucho más largo al escribirlo) entramos en un debate sumamente interesante.

Descubres una realidad que no conoces (adivinabas si acaso) dónde solo eres un nombre, antes tan familiar y ahora pronunciado por voces autoritarias y rotundas, casi que ni lo reconoces. Te asignan varios números que usas dependiendo a la institución que te dirijas. Tu valor está en una cuenta que otros manejan, utilizan y negocian, y a los que pagas por hacerlo. Tú identidad la bordan tus huellas dactilares en un documento, que otros manejan, utilizan y controlan. Que también pagas. Tienes que escoger con cuidado las palabras que utilizas, cómo dices las cosas, de qué manera cuestionas el asunto que otros redactan, estipulan, y juzgan. Ejerces de mero peón en un tablero que ni siquiera sabias que pisabas, sin conocer si avanzas o retrocedes, giras o tuerces. Admiten y concluyen al fin que eres quién dices ser. Y ahora que eres tú, nombrado y numerado, pagas (y tira porque te toca).

Antes eran los dioses, ahora la burocracia.
Pasas por momentos extraños no sabiendo a qué te enfrentas, por dónde vas y cuál debe ser tu siguiente paso, siempre en manos de los que vigilan tus derechos, dicen. Reconoces una fuerza opresiva, misteriosa y distante, con extraordinaria complejidad y carácter contradictorio que dificulta el trato directo con ellos, obligándote a buscar profesionales. Por un rato consigues librarte de todo, te da por pensar si realmente merece la pena llegar a sentirte como un pelele a cambio de un poco de dinero y un tercio de una mitad de una casa. Y te partes de risa (por no ponerte a llorar).

"Te vuelves escéptica, como que te da un poco igual, le comentaba ella. Penetras en un espacio sepulcral, con el corazón apretado, el notario lee las escrituras llenas de palabras extrañas, y pregunta si se quiere alguna aclaración ¿Alguna? Te animas y preguntas -A ver, entonces, yo tengo que pagar 3.000 euros para recibir los 7.000, descontando los 2.000 que me cuesta la notaria, el abogado y demás trámites. Con lo que me quedaré con 2.000 limpios, y el tercio de la mitad de una casa de gastos e impuestos correspondientes a partir de ahora-. Haces un esfuerzo por no soltar la risita y parecer seria (mientras piensas “me cago en mi rica familia ¡la leche que pesadilla!”) E intentas no cabrearte más cuando oyes a los otros, dueños de otro tercio, decir que están la mar de contentos porque se consideran afortunados. Les dedicas una mirada de compasión y les dejas estar.
Entonces caes en la cuenta que también tú estás usándote como mercancía, exiges tus números correspondientes, tu sitio y tu encasillado preferente, a ser posible, a cambio de lo que eres capaz de producir."

Esto derivó la conversación sobre la capacidad del ser humano de luchar contra la necesidad, reducirla e inventar su libertad. El valor intelectual y espiritual del que tanto alardeamos y que nos aleja de nuestros comportamientos animales, también es una cárcel. Me habla de Diderot (da para otro post)
“Si os proponéis ser su tirano civilizadlo […] Desconfiad de quién quiere restablecer el orden. Ordenar es siempre convertirse en dueño de los demás molestándoles” Denis Diderot
Casi deseas la felicidad del ignorante. Pero no. Mejor sacrificado sabiendo, que un feliz sacrificado. Estamos de acuerdo.

Tras un periodo de enajenación mental a la que te lleva la diosa Burocracia, no vendrá nada mal un poco de sosiego. Las formas de conseguirlo pueden ser diversas, desde irse de compras hasta subir al pico de una montaña. Mi propuesta es menos costosa (financiera y físicamente) pero advierto que no se debe perder de vista que el inmenso vacío en el mundo es necesario, no hace falta rellenarlo con nada ni con nadie, solo contemplarlo y disfrutarlo.


El hecho de que vivamos al final de un pozo de gravedad, en la superficie de un planeta cubierto de gas, que gira alrededor de una bola de fuego nuclear noventa millones de millas más allá y que pensemos que eso es normal es obviamente una indicación de cuán retorcida tiende a ser nuestra perspectiva.
Douglas Adams.


Get a playlist!

La palabra mantra proviene del sánscrito man, que significa mente, y tra, que tiene el sentido de protección, y también de instrumento. Los mantras son recursos para proteger a nuestra mente contra los ciclos improductivos de pensamiento y acción. Aparte de sus aspectos vibracionales benéficos, los mantras sirven para enfocar y sosegar la mente. Al concentrarse en la repetición del sonido, todos los demás pensamientos se desvanecen poco a poco hasta que la mente queda clara y tranquila.


domingo, 8 de febrero de 2009

Mandas y mantras I (XII)

Elliott Erwitt - Bañistas en la playa
(a contracorriente)


Llegaba con retraso, estaba en la mesa repasando unos papeles con sellos oficiales. Había estado en el notario tratando de poner en orden su patrimonio. Se lamentaba del tendencioso contenido de las leyes que debía asumir. Algo que parece tan sencillo como dejarle la casa a tu hijo, tener protegida a tu pareja y a ti, acaba resultando tan desconcertante como tener que pagar el IVA de las facturas que aún no has cobrado. Le costará varias visitas más hacerlo parecido a cómo lo tenia pensado.

Comentando nuestras experiencias, no siempre agradables, mencionó el caso de una amiga muy cercana que se vio forzada a realizar una serie de procesos confusos y desquiciantes para todo aquél no habituado a estos trámites. He cortado su frase, cogiéndole del brazo “Luego te enseñaré un mantra para que te reconcilies con la energía del universo”, mirada burlona “¿Sabes sanscrito?”, la sonrisa no me dejaba pronunciar bien: “No, pero sé hacer ooommm de formas diferentes” Tras las carcajadas, le he instado a continuar.
Y cómo hace siempre, me relató la historia con ese talante entre jocoso y serio que me embelesa, y consigue que el tiempo pase de manera fulminante.

“Sabia que sus familiares en el pueblo tenían alguna que otra propiedad, pero bueno, la generación de actuales dueños puede hacer lo que quiera, y te desentiendes. La falta de roce hace el resto. Te van llamando conforme se ponen enfermos, acudes a visitarles, estás con ellos, y cuando pasa todo vuelves a tu casa. Así uno tras otro.
Un día te llaman y te dicen, sus familiares han muerto sin testar, son ustedes herederos de la mitad de los bienes con otro familiar que queda vivo. Han de venir a hacerse cargo de ella, de la herencia. Y empieza un jaleo de espérame y no te menees. La familia se une (más o menos), pero toda la parafernalia legal que se monta alrededor de esto es bestial (he buscado sinónimos, pero esta que utilizó lo describe tal cual es). Y empieza la pequeña historia de esta saga.

Hubo peleas entre hermanos toda la vida.
Durante la niñez y la adolescencia unos cuantos garrotazos del padre les mantenían a raya. Tres chicos y una chica. Crecieron en el valor de la fuerza sin aprender a razonar. Cada uno organizó su vida en base a lo bien o mal que le costaba aguantar a los otros. Y crecieron.

Vivían todos en la casa paterna, decidieron hacerle unas habitaciones separadas al mayor al otro lado del patio, para darle cierta independencia. Era jugador de pelota de trinquete, la vida le sonreía y le llevaba de un sitio a otro. Ayudaba en el negocio familiar cuando no tenía partidos. No se le conoció novia oficial ninguna. Novio tampoco. Se dedicó a vivir para sí mismo, en cuerpo y alma, fue un hedonista feliz.

A la hermana, el hombre que quería la dejó al declararse homosexual, allá por los años 40. Un duro golpe para una joven que no tenía más futuro que el matrimonio según manda la santa madre iglesia católica apostólica y romana. Las habladurías en el pueblo del resto de cristianos de la congregación tuvieron tema para años, eso era amar-jodiendo al prójimo, y no lo que hace ahora el entretenimiento televisivo favorito de la mayoría. Aquello era contra alguien cercano. Vigilada y perseguida sin esfuerzo, podían estar a favor o en contra de una o de otro. Mirarla de reojo cuando pasaba y cuchichear, con la sana intención, queremos deducir, de que hiciera pública su opinión del asunto, y con la malvada intención, concluimos, del morbo que provoca meterse en la vida de los demás.

Ella decidió quedarse soltera, puede que por despecho, puede que el dolor la dejará destrozada y no quisiera volver a embarcarse en otra historia, puede que quisiera demostrar que no necesitaba a hombre alguno. Vaya si lo demostró. Levantó un negocio con una fuerza digna de una sacerdotisa egipcia, allí no respiraba nadie sin su consentimiento. Mejoró la casa y llevó el negocio viento en popa. Los terrenos de sus padres los alquiló hasta que vio venir las voraces fauces de los temibles constructores y vendió. No quiso hacer negocio, solo dinero. El negocio familiar, lo regentaba ella, enfrentándose cada día al pueblo entero, a quién quisiera entrar, con una sonrisa de oreja a oreja y las frases más cortantes y directas que tendero alguno dirigía a su clientela. Y siempre estuvo lleno.

El tercero emigró, escogió a una chica del pueblo y contra los deseos de ella de viajar al extranjero, fueron al sur. Era el más aventurero. Vivía a su manera. Jugaba al póker con las normas, las utilizaba para apostar, las ignoraba cuando no le interesaban, y cuando alguna le daba la razón la convertía en religión. Montó un par de buenos negocios, que florecieron con fuerza y desaparecieron con rapidez, le gustaban las cosas a lo grande. No era bebedor ni mujeriego, pero todo lo que conseguía se lo jugaba a las cartas.

Ella era diferente, necesitaba estabilidad, no le gustaba hacer las cosas sin prever lo que pudiera ocurrir. Negociaba por sus tres hijos. El poco dinero que llegaba a sus manos lo hacía desaparecer casi al instante, unas telas para vestirlos, unos zapatos, los libros del colegio; lo único que no pudo conseguir es que acudieran a misa cada domingo, él se negó en rotundo. No estaba dispuesta a tratar de conocerlo y enseñarle a razonar, ella tenía razón, que importaba lo trascendente de ese negocio si no tenían la seguridad de comer todos los días.

Dedicó su vida a intentar meter a ese hombre en un trabajo de horarios, de movimientos mecánicos, sin libertad de acción, de decisión, de peligro. No lo consiguió y acabó con una crisis nerviosa, le diagnosticaron epilepsia, recetándole unas pastillas que estuvo tomándose durante 30 años. En su vejez un médico quiso saber más sobre ese diagnostico y le hicieron pruebas. No padecía ese trastorno, debía dejar las pastillitas poco a poco (me pregunto si los efectos secundarios de un medicamento agresivo que no necesitas durante tantos años, puede ser causante de algunos, por no decir todos, los males que ahora se le acumulan).”
(Sigue…)




Discover Frank Sinatra!


domingo, 1 de febrero de 2009

Nadie me salvará de este naufragio (XI)


Sentados ante las tazas hablábamos. Manteníamos una discusión relajada sobre la forma de entender la convivencia. Coincidimos en que es una cuestión de supervivencia. Y disentimos en la forma de conseguirla.

Es en esos momentos en que la enfermedad te atrapa y pierdes la capacidad de cuidarte, de procurar los mínimos recursos para restablecerte cuando te das cuenta que la soledad es imperfecta. Una mano en tu frente, una bebida caliente ofrecida en mitad de la noche, una sencilla pregunta, e incluso una mirada de atención, son siempre la iniciación a ese estado de disposición de tu propia mente y cuerpo para comenzar a trabajar en la lucha contra sus agresores.

Ésta es una de las presiones que más nos afecta a la hora de decidir no estar solos, tanto, como para soportar los roles a los que te integras al acceder a la categoría “de pareja”, tanto como dejar que la presión del grupo te obligue a conformarte con lo establecido, tanto como pasar toda una vida junto a una persona que ha evolucionado de manera distinta con intereses distintos, tanto como para establecerte en una doble vida, la real y la que sueñas.
Esos otros que consiguen volver al proyecto común (los menos), capaces de respetar la libertad del otro sin sentirse amenazados, sin coaccionar la lealtad a lo prometido -solo los he visto fuera de las leyes sociales imperantes desde que Constantino las hizo oficiales- viven teniendo una actividad reflexiva, cabal y de meditación, creando una existencia consecuente.

Todo esto conforma el círculo de una vida que se cierra en el mismo punto del que partes, indefenso, desprotegido, necesitado…. Con la diferencia que al comienzo hay cada vez más belleza y fuerza, y al cerrarlo solo prevalece la belleza de lo que guardas en los memes y el designio de dejar de ser uno, solo tú. Y del que no queremos ser conscientes.

Ha seguido un silencio largo.
Hemos quedado una tarde, cuando comience la primavera, en hacer un recorrido por la parte antigua de la ciudad que él conoce, y me hablará y contará cuanto recuerde.
Pensaba en mi acierto al abordarle aquella tarde y dejar que me enseñara.

Sin previo aviso comienza a recitar una poesía, entona pausadamente, como si estuviera relatando una historia. Ha levantado la mirada de dónde la tenía perdida y ha sonreído al ver la mía asombrada.
Su voz lenta, segura, grave, me ha transportado allí de dónde hablaba. Ha sido hechizante ver sus manos, ojos y cabeza, poniendo fuerza, alegría y tensión a la poesía.

He quedado tan despagada cuando ha terminado que le he pedido que la repitiera. Y lo ha hecho.


Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes;
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas
voy en este naufragio de vaivenes,
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.
Miguel Hernández




Discover Coleman Hawkins!


Esa increíble foto la he conseguido en esta página http://static4.bareka.com/photos/medium/3393267/barco-hundido-pecio-shipwreck.jpg

domingo, 25 de enero de 2009

Una conciencia de estilo de vida (X)




Laoconte y sus hijos
Escultura de Agesandre y sus hijos Polidor y Atenodor, de Rodas


Hoy ha sido una continua sensación en la que me manejaban fuerzas superiores. Me hallaba en un momento, y casi al instante en otro, aún cuando la mente es rápida cambiando de pensamientos y situaciones la realidad me ha superado, sorprendiéndome a cada momento. Tras un problema ha llegado otro mayor, y tras este otro, encadenados o sin conexión. La cuestión es que ninguno de ellos afectaba a mi labor, pero me he visto obligada por fuerza a participar en su análisis, deducción, resolución, y búsqueda de posibles respuestas para calmar los ánimos.

Cuando ya me hallaba al borde del enfado he parado, físicamente, y me he plantado delante de cada uno de los hostigadores que arrastraba el problema, mandándolos a cagar. Literalmente. He vuelto a mi trabajo y cinco minutos después, todo el mundo ha encontrado soluciones, resolviendo o poniendo parches a cada problema. Esto se merece cuanto menos un análisis.

Pasó hace un par de días. Costumbre urbana ésta de preguntar siempre quién tiene la solución a su problema en vez de buscar por sí mismo. En una forma de vida competitiva, impersonal y comercializada, se tiene tanta desconfianza a todo y de todo, que el descrédito lleva hasta renegar de la propia capacidad de decidir.

Ya he leído en más de un texto, que nuestra civilización está en su declive. Las civilizaciones nacen, crecen, culminan, decrecen y desaparecen, de ejemplos está llena la historia. Ambas, la que nos cuentan los que copian unos de otros con algún que otro arreglito, dicen que para mejorar la comprensión, y las que los investigadores en las sombras sacan a la luz con más o menos virulencia, si consiguen que no les acallen los apoltronados en sus puestos de mando, esos que también dicen actuar en bien de la humanidad. Con un análisis rápido de la situación, esto está que se hunde, y no me refiero a crisis económicas, no, esto es más profundo.

Hemos llegado a la conclusión y con bastante acuerdo, que puede que estemos de nuevo ante una “conciencia de estilo de vida” como la de los inquisidores del siglo XIII, dónde los dominantes hacen creer a la plebe que son las brujas, y no los príncipes y papas abusadores y holgazanes, las culpables de todas sus desgracias.
Pues que no cuenten conmigo. No voy a seguir a los fantasmas que crean los poderes democráticos –que por cierto, empiezo a no tener claro que es democracia, o mejor aún, en qué narices la estamos convirtiendo- y desde luego no me refiero a los visibles, los menos peligrosos.
Me niego a volver a la caza de brujas, a creer que los pobres y desposeídos no tienen capacidades, que son necesitados de algo más grande que les agrupe, les proteja y les salve de ser uno, individual y autosuficiente.

O cambiamos nuestra conciencia enderezando las actividades prácticas que nos hacen creer en fantasmas, o nuestro futuro será de nuevo el de aquel siglo. Y desde luego tengamos claro que no se puede eliminar a besos el corporativismo de los poderes como si fuera un encantamiento. Hagámonos a la idea que hay que ser activistas en la práctica ahora, y no solo con la palabra.
Utilicemos la razón y la evidencia para enfrentarnos a cualquier llamamiento al “combate decisivo” y a la objetividad para buscar caminos.

Y mira que me gusta la gente. No consigo encontrar un tema de conversación que no me lleve a criticar cada una de las muchas equivocaciones en las que estamos sumergidos. Encontrar culpables es el deporte mundial. Quizá deberíamos mirarnos más por dentro, preguntarnos de qué estamos necesitados realmente, y empezar a solucionarlo. Puede que ocasionemos pequeñas y sinuosas olas que choquen con los que pretenden navegar siempre con calma chicha, zozobren y despierten.





Poema de un soldado alemán a punto de partir hacia los Cárpatos, a las dos mujeres que disputaban su amor.
“Me parece altamente significativo que los alemanes estuvieran dispuestos a cantar a su propia muerte –apunta Sala Rose-. Algunos eran soldados curtidísimos, que habían participado en masacres y se ponían a llorar nada más oír la canción. Lili les daba la idea de que aún tenían un alma”.


domingo, 18 de enero de 2009

Indigentes de experiencias (IX)

Tres o cuatro días después



Andando a la salida del trabajo hacia casa, mis pensamientos van y vienen entre los momentos estresantes del día. Saludando a la gente del barrio sin darme cuenta vuelvo a pensar en mi nuevo amigo. ¿Dónde me llevará una amistad que solo depende de la tarde a la semana que nos encontramos y hablamos?

Cuanto más me alejo del centro, las calles se hacen más anchas, y al levantar la vista puedo ver un cielo impresionante. Retazos muy azules entre nubes de algodón blancas, grises y negras, que hacia el oeste se tornan amarillas y rojizas al compás de mis pasos, cuanto más avanza la tarde se intensifican los colores. El sol, invisible ya, las pinta de color y de sombras. Como si de una mano enorme se tratara, el viento difumina aquí y allá el gris y el blanco a manotazos, rasgando nubes y deshaciéndolas en fina lluvia que no acaba de caer.

Hace días que doy vueltas al sentido de esa palabra tan manida, amistad. Y pensando en mi amigo ante tanta maravilla me sorprendo preguntándome ¿qué importa de dónde venga tanta belleza? O qué se pueda hacer con ella, salvo disfrutarla. Acaba la tarde desvaneciendo los colores, mañana habrá un nuevo espectáculo. Hoy ha sido un deleite. Desde que sé qué ocurre allá arriba no dejo de mirar ninguna tarde. Y no dejaré de volver a la cafetería.

Le hablaba sobre la amistad y toda mi teoría giraba en torno a la felicidad individual. De vez en cuando asentía, y de cuando en cuando daba la impresión que me miraba socarrón. Mientras hablaba espiaba sus ojos y sus reacciones, esperaba que cortara mi charla en cualquier momento, observaba cualquier atisbo de humor que se le escapara, oteaba su expresión esperando adivinar que pensaba de lo que oía. Hubo un momento, ante el gesto de bajar la mirada para tomar la taza, que callé, tan atenta estaba a sus movimientos que perdí el hilo, me miró mientras bebía, quizá con sorpresa por el silencio, y entonces no tuve más remedio que tras una corta risa soltarle todo lo que estaba pensando al tiempo que le hablaba.

Risueño, se ha reído de mi tan a gusto que no he podido tomármelo a mal.
Hemos seguido hablando atando cabos sueltos de cuanto había dicho, en unos hemos estado de acuerdo, otros los hemos discutido.
Tengo en cuenta que su experiencia es mayor, en lo vivido y en lo que ha visto, pero desde luego no ha experimentado lo que yo, y tampoco lo ha hecho de la misma manera. Es realmente enriquecedor compartir sin los pesados patrones de opiniones, interpretaciones, dogmas o doctrinas que imponen aquellos que creen tener la verdad, o gran parte de ella en sus juicios de valor.

Me asaltó el pensamiento de estar convirtiéndonos en indigentes de experiencias, apartados por un mundo que produce pero no piensa, no piensa qué produce ni para qué, no piensa que vive hoy ni cómo lo hace, no piensa que sus necesidades físicas están saturadas, empieza a atiborrarse en sus necesidades biológicas, y está falto de muchas de sus necesidades mentales.
Tema para debatir. Habrá que buscar un buen fuego.




Discover Luis Saltos!




lunes, 12 de enero de 2009

Relaciones interpersonales (VIII)

Quino - Mafalda


La más intrincada y difícil cuestión sobre la que nos hacemos preguntas a lo largo de todas las etapas de la vida, es la de las relaciones con las otras personas que nos interesan: los amigos y los enamorados.
Tratamos de dar respuestas y definiciones, e incluso llegar a estudios serios para conseguir un consenso.

¿Qué nos lleva a querer conocer a una persona y no a otra?

No siempre el atractivo físico impera, aunque tenga cierta importancia, la mayoría de la gente que paseamos por la calle no destacamos precisamente por ello. El aspecto físico identifica un estatus, con el cuidado del cuerpo, la forma de vestir, ademanes y gestos, muy significativos para las mujeres, y el de que si la belleza predomina por fuera no menos debe ser lo que guarda dentro, significativo masculino. También cuenta el grado de acuerdo o no, al que llegues con los estereotipos de belleza implantados.

La forma o el momento en que se conoce a esa persona, tienen una incidencia directa con la necesidad o el gusto por volver a verla, e incluso del gozo que te embarga cuando la vuelves a ver.
Has tenido que valorarla positivamente, normalmente porque esa persona te responde con la misma simpatía o atención que tú le ofreces, halagado tu ego deduces que si tiene el buen gusto de hacerte caso, bien merece la pena corresponder. Con todo, tenemos muy en cuenta la valoración de los demás, si es aceptado nos cuesta menos interesarnos.

Los filósofos socráticos y platónicos, diferencian entre Amistad (compatibilidad y respeto) y Amor (afecto y atracción física).
Veamos ¿si hay amistad no puede haber afecto y atracción física, y si hay amor no habrá compatibilidad y respeto?
Respondemos a los acercamientos con la timidez o auto-estima que nos han imbuido al tratarnos, al educarnos. Y desarrollamos la relación dependiendo de lo que consigamos a cambio. Evaluamos el coste que supone el intercambio y comparamos esto con la alternativa de ¿si no es esto que tengo? Otra amistad posible o la soledad.

Buscas en un amigo compartir actividades, buenos ratos, apoyo. Pero no le pides que esté pendiente de ti a todas horas. Respetas su intimidad y acudes en su ayuda cuando te lo pide. En cambio cuando tienes una pareja, los roles ya no son los mismos.
Tras decidir que te gusta y familiarizarte con la persona, puedes predecir su comportamiento, tratando de hacer las cosas que le agraden y no las que le enfaden. La fuerza o la superioridad, la debilidad o la autocompasión se hacen patentes, tanto más, cuanto más tiempo pases cerca de ella. Son creencias populares y no necesariamente lógicas estos cambios de actitud entre amistad y amor.

¿Y qué pasa con ese estado emocional salvaje que experimentas con algunas personas? Ocurre tanto con estímulos positivos como negativos, en un estado de felicidad tras la salida de una representación cómica, o tras pasar por una angustiosa experiencia, al mirar al otro que te ofrece protección o comparte tu alegría, la activación fisiológica precipitan al apasionamiento. Y puede derivar tanto en una relación de compañerismo como en un alejamiento. Hay quien lo experimentan una y otra vez, mientras otras no lo hacen nunca. Siendo razonables, por maravilloso que sea ese tiempo y esas sensaciones confusas (ternura y sexualidad, júbilo y dolor, ansiedad y descanso, altruismo y celos) físicamente sería un desgaste bastante fuerte que durara toda una vida.

Los pocos estudios hechos hasta ahora concluyen que en los matrimonios las personas están más sanas que los solteros y divorciados.
Y por supuesto no estoy en absoluto de acuerdo. Una persona puede ser feliz y sana, sea cual sea su estado social. Si nos guiamos por estadísticas, probablemente habría que tener en cuenta que toda la vida social te lleva a seguir pautas de comportamiento para conseguir estatus y por ende la aprobación de los demás, y no para conseguir tu felicidad como individuo.

No ha venido. Hace demasiado frío. Eché de menos sus opiniones.





Discover Benny Goodman!


domingo, 4 de enero de 2009

Géneros y generaciones (VII)



Alex Alemany

Cómo tratar con aquellos que se guían por estereotipos. Cómo hablar con los que no escuchan, o escuchan, pero no les cuadras dentro de sus arquetipos, y se pierden, te pierden. Las relaciones entre los dos géneros son difíciles, si a eso le añades distintas generaciones, ya ni te cuento. Me pregunto si es verdad que resulta tan dramático saber lo que quieres, y decirlo con todas las letras. A veces por no hacer daño se hace tanto que no puedes imaginarlo. Vamos que si me dicen vete, lo entiendo, y me voy. Pero si me dicen ven y no están, me hunden. Debo ser muy extraña para este tipo de personas.

Y ahora nuestra sociedad –la misma a la que he aludido en otras ocasiones- empieza a considerar la creencia de que la mujer se siente más libre en este siglo. Como concediéndole otro papel diferente al que ha estado sujeta por imperativos sociales fundamentalistas.
Sentirte extraña a un mundo en el que intentas no sobresalir ni ser diferente para que te dejen en paz, es una dura lección de supervivencia. Pero con un poco que te dediques a investigar la historia, compruebas que siempre ha habido mujeres y hombres que se han salido de la norma.

Me entiendo muy bien con las generaciones anteriores a mí, e incluso me llevo genial con los jóvenes, pero no hay manera con las dos generaciones siguientes a la mía. Digo libertad y entienden libertinaje. Digo ahora, en el momento, y entienden siempre. Digo amor y entienden compromiso. Digo compromiso y entienden cadena.
Vivir es un compromiso, los amigos son compromisos, ser feliz es un compromiso, el mundo es compromiso.
Si no son conscientes de esto ¿cómo van a saber lo que quieren? Por mucho que busquen jamás estarán satisfechos.

La cuestión no es cuál sea tu papel en el entorno, sino la idea que te haces de las circunstancias que te rodean.
En tanto yo concluyo, que mi felicidad tan sólo consiste en volver favorables a mi idea todo aquello que me sucede, mi nuevo amigo piensa que la suya consiste en conseguir aquello que le hace cambiar de idea volviéndola favorable.
¿Materialismo? -pregunto yo- No, intervencionismo –contesta él-
¿Idealismo? -pregunta él- No, quinto poder –contesto yo-. Ambos reímos.

Vive con ella desde hace varios años. Viudos los dos. Cada uno lleva su vida social a su manera, y en su intimidad disfrutan de los gustos comunes y respetan los que no comparten. Lo llama “hay sal” (AISAL, Asociación independiente sin ánimo de lucro).

Ha pasado el tiempo tan rápido que al despedirse como todas las tardes me ha parecido regresar de otro mundo.
Magnifica sensación, a la que solo le faltó música.





Discover Stacey Kent!