En estas consideraciones andaba la otra tarde en la sección de historia de una librería, cuando empecé a pensar que la posteridad también deseará saber cómo somos, cómo era la ciudad de nuestros tiempos, y los escritos de la historia de entonces relataran nuestras vivencias de ahora.
Nosotros hemos hecho hábiles deducciones, puesto que gran parte de las huellas que dejaron nuestros antepasados fueron destruidas, unas veces por ignorancia, otras por guerras feroces, o por la más cruel de todas las circunstancias, la de los que se creen con el derecho y el poder de decidir que es lo bueno o lo malo. Los ciudadanos del futuro no tendrán tanto problema en descubrirnos, en vez de aparecer en cofres o vasijas perdidas fragmentos desconocidos o, sabiamente escondidos los escritos destinados a la desaparición por obra y gracia de unos cuantos, sencillamente accederán a la inmensidad del mundo de Internet, en el que nuestros valientes sucesores navegaran atrapando relatos, historias, verdades, mentiras, creencias, soledades, brutalidades y demás vivencias particulares y generales que ocurren en nuestros días, identificándonos sin problema y deduciendo con bastante fiabilidad nuestro carácter como pueblo.
Y estando en estas llego más lejos, sabemos que no hay pueblo en el mundo actual ni de los anteriores a nosotros, en el que se hayan establecido costumbres ejemplares. En todo caso intentos por mejorar, puede que conseguidos o aún pendientes de hacerlo. Este siglo XXI sigue siendo muy hombre. Continuamos con esa manera tan humana de alardear de buenas intenciones pero que a la hora de la verdad hace prevalecer la hegemonía del más fuerte.
Al salir por la puerta que tengo por costumbre de la librería, me choca ver que ha desaparecido la tiendecita de lencería de enfrente, y en su lugar una mini cafetería megailuminada ocupa el espacio, y de nuevo me siento forastera entre mi casta, donde lo raro, lo extravagante, lo extraño es lo de casa, y lo normal y lo admirable lo de fuera. Hay que reconocer que la facilidad de la información de nuestra época nos ha hecho variar la dirección de muchas costumbres, arrinconamos nuestros originales y les etiquetamos sin utilidad alguna, obsoletos, cuando no lo son en absoluto.
Inmersos en obtener la última invención de la técnica para considerarnos sociedad avanzada, entendiendo que la compra compulsiva sostiene esta sociedad capitalista agonizante, nos estamos viendo enfrascados en un dilema, casi todos queremos pertenecer al mundo siendo parte del grupo que avanza con fuerza y al mismo tiempo tememos perder nuestra identidad como pueblo volviéndonos recelosos de lo nuestro.
Con todo, llevamos a la confusión a los primeros futuros descendientes, puesto que se han encontrado con lo normal globalizado y nuestro recién estrenado afán de sacar los viejos originales inutilizados para recomponer la identidad del país.
Con razón nos toman por un tanto fantasmas y acaban yendo a “su bola”.
Observando desde el punto que ocupamos en la línea histórica, todas las culturas han tenido las mismas necesidades e impulsos básicos humanos, y en todas, hemos desarrollado respuestas análogas al enfrentarnos a circunstancias similares. Los cambios culturales importantes sucedieron sin que nadie comprendiera conscientemente qué estaba ocurriendo.
Los cazadores de mamuts o bisontes gigantes cazaban sin ningún interés en hacer desaparecer la especie. Ninguna tribu de Nueva Guinea tenía la intención de convertir su selva en praderas. Cuando se construyó el automóvil pretendían que nos trasladáramos a mayor distancia en menos tiempo, pero nadie quería que desaparecieran las zonas rurales, que se localizaran los centros sociales en inmensos centros comerciales, o que la densidad de tráfico acabara provocando ansiedad e hipertensión. Creyeron que la química aportaba beneficios, no que los residuos tóxicos acabarían con el aire limpio, el PVC contaminando aguas, la lluvia ácida y la protección de la capa de ozono destruida.
Nadie de ninguna época quiere ni ha querido pobreza, mendigos, recesiones, pero… los hay, ocurre, sigue habiendo.
Y seguimos viviendo y trabajando pensando que nuestras decisiones son buenas, las mejores que llegamos a imaginar. Aquí nuestros descendientes no encontrarán diferencia alguna con nuestros antepasados, nuestras iniciativas tampoco tienen en cuenta las “consecuencias inintencionadas”, seguimos sin ser conscientes plenamente de “que estamos determinando las grandes transformaciones necesarias para la supervivencia de nuestra especie”.
Antes, los cambios culturales se mostraban en varias generaciones, ahora ocurren de una generación a la siguiente, y la generación anterior sigue retardando el cambio de mentalidad a la próxima. Hemos visto que nuestros antepasados luchaban por comprender y dominar este mundo, en tanto que sus mentes sentaban los principios de la ciencia y el arte. Ahora vemos que la ciencia y el arte sobrepasan nuestra comprensión en más de una ocasión, y que la dominación del mundo no es posible, la del mundo como naturaleza, como humanos si que nos hemos dado el gustazo de dejar tremenda huella de que sólo sabemos vivir de una manera, dominando o siendo dominados por otros.
La cultura sigue evolucionando con rapidez y socialmente seguimos retardando la evolución natural. Están vigentes las pautas del pasado de no entender nada, el largo invierno se prolonga tan eficazmente que cantar la canción de primavera hoy en día, suena a memez.
Es algo tan sencillo como que el ser humano culturalmente está muy capacitado y socialmente inhabilitado.
Pues eso. FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO