sábado, 26 de diciembre de 2009

Canción de una lejana primavera para un largo invierno






En todos los pueblos del mundo el ser humano siempre ha querido conocer a sus predecesores. Hemos ansiado en todos los tiempos saber cómo pensaban, qué les preocupaba, e incluso poseer un retrato que identifique el tipo de gente de la que provenimos.

En estas consideraciones andaba la otra tarde en la sección de historia de una librería, cuando empecé a pensar que la posteridad también deseará saber cómo somos, cómo era la ciudad de nuestros tiempos, y los escritos de la historia de entonces relataran nuestras vivencias de ahora.

Nosotros hemos hecho hábiles deducciones, puesto que gran parte de las huellas que dejaron nuestros antepasados fueron destruidas, unas veces por ignorancia, otras por guerras feroces, o por la más cruel de todas las circunstancias, la de los que se creen con el derecho y el poder de decidir que es lo bueno o lo malo. Los ciudadanos del futuro no tendrán tanto problema en descubrirnos, en vez de aparecer en cofres o vasijas perdidas fragmentos desconocidos o, sabiamente escondidos los escritos destinados a la desaparición por obra y gracia de unos cuantos, sencillamente accederán a la inmensidad del mundo de Internet, en el que nuestros valientes sucesores navegaran atrapando relatos, historias, verdades, mentiras, creencias, soledades, brutalidades y demás vivencias particulares y generales que ocurren en nuestros días, identificándonos sin problema y deduciendo con bastante fiabilidad nuestro carácter como pueblo.

Y estando en estas llego más lejos, sabemos que no hay pueblo en el mundo actual ni de los anteriores a nosotros, en el que se hayan establecido costumbres ejemplares. En todo caso intentos por mejorar, puede que conseguidos o aún pendientes de hacerlo. Este siglo XXI sigue siendo muy hombre. Continuamos con esa manera tan humana de alardear de buenas intenciones pero que a la hora de la verdad hace prevalecer la hegemonía del más fuerte.

Al salir por la puerta que tengo por costumbre de la librería, me choca ver que ha desaparecido la tiendecita de lencería de enfrente, y en su lugar una mini cafetería megailuminada ocupa el espacio, y de nuevo me siento forastera entre mi casta, donde lo raro, lo extravagante, lo extraño es lo de casa, y lo normal y lo admirable lo de fuera. Hay que reconocer que la facilidad de la información de nuestra época nos ha hecho variar la dirección de muchas costumbres, arrinconamos nuestros originales y les etiquetamos sin utilidad alguna, obsoletos, cuando no lo son en absoluto.

Inmersos en obtener la última invención de la técnica para considerarnos sociedad avanzada, entendiendo que la compra compulsiva sostiene esta sociedad capitalista agonizante, nos estamos viendo enfrascados en un dilema, casi todos queremos pertenecer al mundo siendo parte del grupo que avanza con fuerza y al mismo tiempo tememos perder nuestra identidad como pueblo volviéndonos recelosos de lo nuestro.

Con todo, llevamos a la confusión a los primeros futuros descendientes, puesto que se han encontrado con lo normal globalizado y nuestro recién estrenado afán de sacar los viejos originales inutilizados para recomponer la identidad del país.
Con razón nos toman por un tanto fantasmas y acaban yendo a “su bola”.

Observando desde el punto que ocupamos en la línea histórica, todas las culturas han tenido las mismas necesidades e impulsos básicos humanos, y en todas, hemos desarrollado respuestas análogas al enfrentarnos a circunstancias similares. Los cambios culturales importantes sucedieron sin que nadie comprendiera conscientemente qué estaba ocurriendo.

Los cazadores de mamuts o bisontes gigantes cazaban sin ningún interés en hacer desaparecer la especie. Ninguna tribu de Nueva Guinea tenía la intención de convertir su selva en praderas. Cuando se construyó el automóvil pretendían que nos trasladáramos a mayor distancia en menos tiempo, pero nadie quería que desaparecieran las zonas rurales, que se localizaran los centros sociales en inmensos centros comerciales, o que la densidad de tráfico acabara provocando ansiedad e hipertensión. Creyeron que la química aportaba beneficios, no que los residuos tóxicos acabarían con el aire limpio, el PVC contaminando aguas, la lluvia ácida y la protección de la capa de ozono destruida.

Nadie de ninguna época quiere ni ha querido pobreza, mendigos, recesiones, pero… los hay, ocurre, sigue habiendo.

Y seguimos viviendo y trabajando pensando que nuestras decisiones son buenas, las mejores que llegamos a imaginar. Aquí nuestros descendientes no encontrarán diferencia alguna con nuestros antepasados, nuestras iniciativas tampoco tienen en cuenta las “consecuencias inintencionadas”, seguimos sin ser conscientes plenamente de “que estamos determinando las grandes transformaciones necesarias para la supervivencia de nuestra especie”.

Antes, los cambios culturales se mostraban en varias generaciones, ahora ocurren de una generación a la siguiente, y la generación anterior sigue retardando el cambio de mentalidad a la próxima. Hemos visto que nuestros antepasados luchaban por comprender y dominar este mundo, en tanto que sus mentes sentaban los principios de la ciencia y el arte. Ahora vemos que la ciencia y el arte sobrepasan nuestra comprensión en más de una ocasión, y que la dominación del mundo no es posible, la del mundo como naturaleza, como humanos si que nos hemos dado el gustazo de dejar tremenda huella de que sólo sabemos vivir de una manera, dominando o siendo dominados por otros.

La cultura sigue evolucionando con rapidez y socialmente seguimos retardando la evolución natural. Están vigentes las pautas del pasado de no entender nada, el largo invierno se prolonga tan eficazmente que cantar la canción de primavera hoy en día, suena a memez.

Es algo tan sencillo como que el ser humano culturalmente está muy capacitado y socialmente inhabilitado.

Pues eso. FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO AÑO NUEVO


miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ciudad con alma y cuerpo





Pasó el caluroso verano.
Ya es un lejano recuerdo. Los días sin trabajar, el viaje, la casa del pueblo y las tardes en la plaza con los amigos. Por aquí vivió su alegre y maravilloso acaecer.

El hormiguero de la ciudad despierta perezoso llenando las calles de ajetreo, ir y venir de no se sabe, propósitos, proyectos, objetivos, intentos, se cruzan sin mirarse, atentos a luces y sonidos, al desmadre y al desafío.

A mitad del día el ambiente se relaja hasta una parsimoniosa velocidad, algunos pasean atesorando tímidos rayos de sol, si arrecia el aire o la lluvia los hombros se encogen, las manos desaparecen y los refugios se atiborran.

Cambian las calles a frías y solitarias iluminando de amarillo adivinados cielos grises u oscuros, donde a duras penas descubres puntos brillantes, de los que imitan los escaparates, al igual que esos extraños árboles con sorprendentes aderezos que empiezan a llenar vitrinas.

La ciudad siempre provisional inventa cada vez y cada época cosas que no son, para entretenernos lejos de las cosas que son, desviviendo las intenciones de vivir intensamente. Reniega del tráfico y se une a él. Despotrica de los horarios y siempre quiere saber a qué hora sucede todo. Busca tranquilidad y se amontona en lugares de moda. Imperceptibles actitudes para miradas habituales.
Como una gran partitura de Beethoven, fuerte y enérgica a la vez que dulce y melodiosa, jugueteando desde los exquisitos y placenteros murmullos callejeros a la fuerte avalancha de los estresantes metálicos en las avenidas.

Sobreviviendo en este lugar de nadie, despiadado en ocasiones, que invita y acoge al azar, que usurpa todo lo que niega su deseo, que aprovecha el fuego destructor, el viento atronador, maltratando y domando al que la maldice, aquí, vegetan, existen, se quedan, rebullen los poetas, filósofos, escritores, cantores, virtuosos y creadores, con las crisis, hambres, recuerdos, ignorancias, codicias, voces, y con la impasible belleza de las rosas.

Y el invierno ha inundado el otoño.
Qué fácil resulta ahora, en este punto, separar el alma del cuerpo.
La ciudad maquinal del invierno, fácil de conquistar por aquellos embaucadores que adoctrinan cómo cuidar el alma e ignorar el cuerpo.
Destruirse o amarse, perversa alternativa o amenaza con premio post mórtem.

Uno, se eleva en la luz diseccionada por los copos de nieve, no siente, etéreo se deja traspasar y penetra allá dónde quiere. El otro quejumbroso, pesado, grotesco, apenas se mueve si no le alimentas, le cuidas y le proteges. Sus veleidades dañan haciéndole depender absolutamente del albedrío del otro. Pero si el alma es soberana, autónoma, libre, practica en el aquí y ahora, y el cuerpo obediente se detiene, descansa, y agradecido responde, conocerán la grandeza de la vida.

La confianza en la carne, los sentidos, nada de falsos pudores, nada de ignominiosas contradicciones, si uno sufre el otro tiene poder para serenarle, proveerle, protegerle, enseñarle a soportar o abstenerse cuando lo que escapa a su voluntad sucede. Pero jamás utilizando el dolor como medidor de fuerzas y capacidades. La muerte no les concierne, ni vivos ni muertos, identifican el bienestar por la ausencia de turbación, los deseos los naturales y necesarios, los otros no, la moral y la ética importantes para con ellos mismos.

Si ya es difícil gobernar tus propios instintos ¿Cómo hacer comprender a las múltiples almas de los múltiples cuerpos de la ciudad que no pueden separarse?

Llueve. Acaban de sonar las dulces campanadas que indican las horas. Suaves y lejanas.
Acogedora, durmiente, segura la ciudad con alma y cuerpo.


miércoles, 25 de noviembre de 2009

Continúa…

Hacia ninguna parte ¿resurrección?


25 de Noviembre Día Internacional contra la violencia de género

Habían pasado muchos años. Estaban sentados en el café del pueblo merendando, él jugaba al mus con los habituales. Ella se sentaba con la maestra y la dueña del bar a charlar o a leer, o a comentar la próxima película que iban a pasar en el cine del pueblo de al lado, planeando la escapada. Incluso hablaban de Internet y la de cosas que se podían hacer con él.

El pueblo, en un tiempo silencioso y solitario, desde que rehabilitaron el antiguo torreón e hicieron el refugio y la casa rural había vuelto a revivir. Al menos durante unos meses al año en pleno verano y en pleno invierno, se llenaba de gentes tan variopintas que les daban tema de conversación para el resto del año. Se acostumbraron más rápido de lo que suponían a estar rodeados de extraños cuando empezaron a ver que su nivel de vida mejoraba, y se comprometieron haciendo agradable la estancia a todo aquel que se instalaba unos días entre ellos.

Llegaba de una caminata bastante larga y tras una ducha reconfortante, con hambre de loba me dirigía a la bodega para deleitarme con un estupendo plato montañés hecho por manos expertas. Saludaba a rostros sonrientes y me sentaba en una mesa junto a la ventana que daba al río, junto a la de ellas. Al segundo día de estar por allí me trataban como si me conocieran de tiempo -impensable en una ciudad- y tras hacer comentarios sobre el trecho que había recorrido y explicarme cosas de los sitios que me habían impresionado, me sentaba en la mesa y leía hasta que me traían la comida. Terminada la partida se reunían todos a cenar. Solía demorarme leyendo durante un buen rato, arropada con el murmullo de las risas y conversaciones.

Aquella noche cuando ya me vencía el sueño y me disponía a marchar, preste atención a la voz que explicaba al resto de silenciosos tertulianos el acontecimiento que les preocupaba a todos en relación con una de las carreteras que atravesaría una zona problemática, esperaba el momento adecuado para no cortar la exposición con mi despedida y me uní al atento silencio desde mi asiento. Ya había oído comentarios en los días que llevaba allí.

Comenzaron a dar sus opiniones, y aunque parecían estar todos de acuerdo, la conversación se animaba por momentos. Tanto que todos los que estábamos nos incorporamos a la tertulia, incluidos unos extranjeros que dominaban a duras penas el castellano, pero escuchaban atentamente asintiendo o poniendo cara de no entender, alternativamente. Los tertulianos repetían debidamente la idea, hasta que el gesto de comprensión se dibujaba en sus caras.

A estas alturas se me había pasado el sueño, la charla era amena y relajante, la alegraban con anécdotas ocurridas en los lugares por donde, estuvieran o no estuvieran de acuerdo, el recorrido de la obra acabaría haciendo desaparecer. Él y ella me habían hecho sitio a su lado, y en varias ocasiones se comentó la peculiar historia de los dos. Cortas pinceladas que aún la hacían mas interesante, pero no me atrevía a indagar por no pecar de indiscreta. Aunque mi imaginación ya le ponía posibles porqués.

Los extranjeros hacia rato que habían marchado, apenas quedábamos media docena de tertulianos que nos disponíamos ya al encuentro con Morfeo. Salimos de la bodega juntos, yo hacia la casa rural y ellos dos hacia su morada allá en la pradera.

Durante el trayecto hasta su coche continuamos la conversación, y antes de despedirnos me invitaron a desayunar al día siguiente. Después prometieron llevarme al salto del río, que resultó espectacular, no por el salto en sí, sino por la increíble zona de difícil acceso donde se encontraba. Parecía un cuento de hadas, el agua al caer filtrada por las corrientes de aire formaba una nube densa coloreada o sombreada por los rayos que llegaban a través de la vegetación, dando la sensación de un sitio irreal y manteniendo tu nivel de alerta agudizado. Pero no era esto lo que quería contar.

El desayuno para repetir.
Acogedores y entusiastas de su tierra, ellos hablaban, yo desayunaba superagusto. Pasé el resto del día con ellos hasta que me llevaron de vuelta al pueblo. De camino hacia el salto, les pregunté. Y me contaron lo justo, en la primera parte de esta historia hay más imaginación mía que lo que me contaron entonces.

Ella se quedó. No preguntó ni pidió permiso, no intentó llegar a ningún acuerdo. Se quedó y ya está.
Cuando volvió él, estaba instalada. Vestía las mismas prendas del primer día y no había ningún objeto suyo a la vista, a excepción de las flores. Estaba instalada su presencia, su persona. Y tampoco dijo nada. Entraba y salía, hacía lo de siempre, reparó el establo. Tenía ropa limpia, comida caliente, la casa ordenada, y pocas veces le molestaba. Siempre estaba en el mismo sitio cuando llegaba, leyendo. Ni siquiera se preguntó de dónde sacaba tanto libro. Después de terminar los pocos que tenía suyos, llenó un par de rincones de la casa con otro montón.

Mucho tiempo después le contó que pasó aquél día que se conocieron. La familia. La bendita y abominable familia que puede llegar a crear una sociedad cerrada y clasista. La habían repudiado por no querer entrar a formar parte de los planes para salvar a la familia de la quiebra. Planes muy desagradables, dijo ella, y no pregunté más.

Se habituaron a estar juntos. Se cuidaban mutuamente y se tomaron cariño. La convivencia tiene esas cosas.
-¿Y el sexo? pregunté de sopetón.
-Al principio -dijo ella- nos comportábamos como familia. Pero después la naturaleza hizo de las suyas.

Con la mayor naturalidad del mundo ella decidió un día. Sencillamente se presentó una noche en su habitación.
Y sencillamente él le hizo sitio a su lado.
Sencillamente.

-¡Con lo que nos complicamos todos la existencia en la búsqueda de compañeros! ¿O será cuestión de suerte? -dije yo-
-¿Suerte? -contestó ella, le miró y me miro a mi- ¿Y eso qué es?
Ambos se sonrieron subiendo al coche. Se despedían desde la ventanilla aún sonrientes, con un gesto de cabeza él y mostrándome su palma ella.
Lo que más recuerdo de esos días es la sensación de tranquilidad que respiraba.


Hoy... por terrible que sea una situación, por hundida que estés, siempre, siempre, hay otra opción.
Nunca mañana, nunca después.
HOY.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Reconocer el éxito por el grado de bienestar



El idioma del caos


El sitio revuelto, en cada una, una zona recogida.
Las más lejanas la primera parte almacenada, las más cercanas la última.
Después de unos días revolviendo buscando lo necesario, lo primero y lo último ya no prevalecen.

El orden es, en filosofía lo que se opone al caos, en biología una categoría de la taxonomía o ciencia de la clasificación. En femenino, un imperativo.

Confort y bienestar mantienen una relación de vasallaje y devoción difícilmente separable. Su falta impide la concentración en una actividad puesto que es necesaria la indiferencia frente al ambiente. Dicen.
Para conseguirlo se necesita que la intención de orden sea eficaz y precisa, esa interdependencia entre confort y bienestar hace que el ambiente consiga funcionalidad perdiendo su individualidad cada parte, formando un todo. También dicen.

Así que tenemos orden, confort y bienestar. Y además la caótica necesidad femenina de tenerlo todo a mano. Una orden es un imperativo, es femenino, pero nuestro orden, el femenino, dista mucho de ser filosófico o biológico. La creencia popular establecida y enseñada a las damas en la que el orden es una cuestión de inteligencia y control, que deben adoptar como algo ingénito femenino es una falacia como un templo.

El caos es la expresión de la existencia que nuestra mente no es capaz de soportar, porque su imprecisión y su incertidumbre nos producen inseguridad. El orden aporta paz a nuestro espíritu ya que no nos interesa la verdad existente que nos rodea, el caos, y es lógico puesto que a la verdad, hasta el momento, no se le ha encontrado utilidad alguna.

Existe una armonía o concierto -quizá disciplina o dependencia más que orden- en las relaciones más nimias del caos que no tenemos la habilidad de manejar ni entender, pero si osamos acceder a su núcleo e incluso en sus límites observando detenidamente, acabamos entendiendo cómo funciona e incluso llega a gustar más que el orden. El caos sorprende. El otro es aburrido.

Me encuentro metida en un laberinto, copia humana del caos. Mis pequeños problemas desaparecen cuando me sumerjo en él. Accedo a esa relación de las cosas que no tienen nada que ver según la taxonomía y desaparezco del mundo. Tanto, que he llegado a encender una vela pequeña para una vez extinguida, no tener más remedio que salir fuera.
Una amiga me ha sugerido el titulo al evaluar mi actitud ante el desastre. Desastre, palabra que utilizó y que no volverá a utilizar desde que me acompañó al laberinto de mi caos.

Esta experiencia me lleva a crear mi “orden” caótico, de manera que todo está a mano si no usas la clasificación vigente y el imperativo.
Me estoy divirtiendo de lo lindo. Ahora que lo escribo estoy empezando a pensar que haré cuando termine. Y acabo de darme cuenta que no tiene fin, has de seguir corrigiendo el camino que lleva a la armonía y a la disciplina, desde donde llegas a percibir el incesante cambio que diariamente dirige el mundo.

Y solo se ha tratado de una sencilla y caótica mudanza.

lunes, 19 de octubre de 2009

El lenguaje silencioso de las cosas simples


Chema Madoz


Quizás si escucháramos más y mejor, comprenderíamos que mucho de lo que nos ocurre está descrito con antelación a nuestro alrededor.
Las pequeñas cosas, las cosas más simples, la insignificancia misma es la que te hace volver a revivir en aquél lugar donde fuiste verdaderamente feliz, el momento, la risa, la felicidad. Si fuéramos capaces de retenerlos no volveríamos a preguntar qué es la felicidad.

Hacemos todo lo contrario, tratamos de olvidar ese instante porque al instante siguiente nos sentimos tan desdichados de no tenerlo ya, que dejamos de disfrutar el que estamos viviendo.

Si el día amanece triste o lluvioso, nos desesperamos y permanecemos ajenos a este gran símbolo de la vida, de la inmortalidad, de la juventud. Corremos azorados porque nos mojamos, cogemos el coche para recorrer 1 Km., rezongamos del mal tiempo y del día gris.

No nos rodeamos de flores y despreciamos los frutos, signos de la simpatía voluptuosa y la belleza ardiente, la magnificencia y la gentileza, todos estos mensajes ya no son valorados y mucho menos interpretados. Preferimos el kinder, los bio-fabricados, y el ambientador traga-olores.

Las formas de un edificio y su disposición nos llevan al orden, la armonía, el equilibrio, aunque solo buscamos las conexiones digitales, lo lejos o lo cerca de dónde queremos y el aparcamiento. Signos de estrés sin duda.

Sombras y luces, calor o frío, importantes en lo cotidiano para favorecer los intercambios, las conversaciones, la camaradería. Lo intentamos una y otra vez en las cafeterías atestadas, las calles ruidosas, en fiestas alborotadas, en lugares y en momentos en los que a las ganas de volver a casa solo se antepone el grado de alcohol que lleves en el cuerpo. Y claro está, así no hay quién se entienda.

Y lo peor de todo, si disfrutas de la lluvia, compras flores, comes abundante fruta, te llama la atención la gracia de una puerta o un tejado, buscas sitios antiguos silenciosos llenos de luz natural, resultas rara, hipiie, ecologista pesada, o cuanto menos retro, porque te toca la moral estar apretando botones todo el santo día.
A ver, tampoco se trata de despreciar los adelantos tecnológicos, ni muchos menos. Pero si aceptarlos conlleva desvirtuar la percepción de nuestros sentidos, entonces si se trata de arrinconar al estante adecuado el aparato de turno.

Hoy paseando por mi ciudad, he disfrutado de ese lenguaje, edificios de muros que no alcanzas a abrazar, con puertas para el avance de calesas altísimas, biblioteca del antiguo hospital de guerra que tan solo recorriéndolo te detalla su historia mientras sus enormes ventanales permanecen abiertos al resto de la ciudad ajena, fabulosos puestos repletos de magnificencia y ardiente belleza entre el Ayuntamiento y Correos, y el Mercado Central, rebosante de vida, de ofrecimiento, de color, de gente sabia y risueña, y también huraña y malediciente ¿por qué no? el malestar debe ser expresado allí donde la voluptuosa simpatía y la gentileza puedan dar buena cuenta de él.

He parado en una calle silenciosa del centro antiguo, me he sentado en una terraza, vacía aún en horario laboral, y me he dedicado a escuchar.
Hablaba el asfalto, y el árbol a otro árbol, el viento y el frío, todos contaban del otoño.
Hablaba el aspecto de la gente al pasar.
Hablaba el balcón de enfrente con macetas de colores bellamente colocadas.
Hablaba el parroquiano al barman acodado en la barra, asuntos importantes trataban por sus gestos graves.
Todo armonía, sentido y razón.


Hoy me han inspirado Onfray y Mercedes Sosa.

Fotografía de Chema Madoz http://www.chemamadoz.com/gallery6.htm


lunes, 12 de octubre de 2009

Hacia ninguna parte ¿Resurrección?


Anastática. Rosa de Jericó.

Se sentía airada. Manaba violencia por cada poro de su piel. Expresiones groseras le atropellaban la mente y rivalizaban para pronunciarlas. El gesto contraído y la mirada llena de repudio y odio. Apenas era capaz de controlar sus movimientos.

Andaba deprisa, tratando de descargar su cuerpo del resto de mal humor que llevaba consigo. Repasaba cuanto había sucedido y se sentía cada vez peor. No le gustaba verse en ese estado. No le gustaba en absoluto. No debía volver a ponerse de esa manera. Entre la rabia que aún brotaba de su interior y el malestar creciente por su descontrol, las lágrimas pugnaban por salir a borbotones. Pero no quería llorar, todavía no, primero tenía que llegar a algún sitio para poder gritar, gritar y gritar.

Advirtió su agotamiento, llevaba andando un buen rato. Miró desconcertada por donde iba y en un primer momento no reconoció el lugar, intento tranquilizarse y supo que estaba cerca de una pradera y a bastante distancia, calculó que debía haber estado caminando una hora. Suficiente. Entró en la espesura y gritó con todas sus fuerzas hasta casi enronquecer.

Cayó sentada y estalló en sollozos. Era liberador y al mismo tiempo, dolía tanto. Las cosas iban a cambiar. Las cosas habían empezado a cambiar. Ella ya no era la misma que la que había llevado hasta allí, y aunque no se gustará en un primer momento, tendría que admitirse, conocerse y educarse. Se asombraba ahora al reconocerse. Había pasado por su mente mientras caminaba, en una ráfaga, la idea de acabar con todo. Se suponía que debía estar destrozada, maltrecha y suicida. Pero no, estaba dispuesta a continuar.

Iba calmándose poco a poco. Su pecho jadeaba suspirando entrecortadamente. Le ardían los ojos y la boca. Trataba de secarse la nariz con la manga. Reclinó la cabeza sobre el tronco del árbol y quedó muy quieta, mientras su respiración se acompasaba. De vez en cuando un temblor en el pecho le recorría el cuerpo y la hacia suspirar mientras hipaba.

Le vio. Estaba un poco más arriba, en la subida, sentado como un indio contra un árbol, el rifle sobre sus piernas, y algo manipulaba en sus manos. No se asustó. En ese momento le importaba un comino lo que pasara. Le daba igual. Cerró los ojos e intento llevar sus pensamientos hacia su agobiante tristeza. Y resolvió que le importaba otro comino aquel asunto también, ya. No necesitaba pensarlo más. Ahora solo estaba ella, ella y nadie más… bueno y aquel tipo que seguía allí, y le miro de reojo. Se sentía capaz de arrancarle los ojos si se atrevía a acercarse con malas intenciones.

Debía regresar pero no quería volver. No muy lejos brillaba una luz, se levantó despacio aún temblorosa. Miro hacia allí con la mente en blanco, al cabo de un rato, como volviendo en si, recordó que era la casa de unos pastores a los que su padre visitaba de vez en cuando. Alguna vez le acompañó, debían ser muy mayores. Se dirigió hacia la casa sin volver a mirar al tipo aquél, se había olvidado completamente de él.

Llegaba al cercado, aún alejado de la casa, pero lo suficiente para ver que estaba en mejores condiciones de lo que recordaba. Parecía recién pintada, aunque no veía ni luces ni movimiento dentro. Paso por encima de la valla y quedó un momento quieta junto a ella. No había perros, caminaba junto a la cerca hasta un estrecho camino que cruzaba desde la arboleda a la fachada norte. Rodeó la casa, estaba cerrada, y se sentó en los escalones de la entrada. No había nadie, trataría de encontrar un rincón donde pasar la noche. Sin esperar nada, se quedó allí mirando el camino, la cerca y el horizonte.


Caminaba despacio hacia el prado donde pastaba el rebaño. Tenía un largo trecho hasta allá arriba, liaba un cigarro repasando mentalmente como reparar la vía de agua que se había abierto en el establo. Debía pensar en las nieves del invierno sino quería acabar con el ganado dentro de su casa. El tío Zac tenía razón, era costoso pero a la larga más conveniente, pero otra vez debía renunciar a su sueño del cuatriciclo. Le vendría de perlas, se estaba haciendo mayor.

De pronto unos gritos aterrorizados le paralizaron y le hicieron girar la cabeza. Dejó caer el cigarro medio envuelto preguntándose qué pasaba. Se dirigió con cautela hacia dónde oía gritar. La vio medio inclinada chillando con fuerza, miro alrededor, estaba sola. Quedó varado un momento, los gritos eran desesperados, pero parecía estar bien. Pensó en alejarse y luego decidió quedarse y esperar a ver qué pasaba. Se sentó y con paciencia sacó la bolsa y preparó otro cigarro.

La mujer se había dejado caer al suelo y lloraba con fuerza. Un rato después empezó a calmarse. La observaba, debía ser terrible lo que fuera que le hubiera pasado. Un día de estos se iba a meter en un buen lío, a ver quién narices le mandaba quedarse allí husmeando. Pero… si pasaba algo más quería estar al tanto. Aquel era su lugar de paso, ocurriera lo que ocurriera, acabarían viniendo a pedirle explicaciones.

Cuando se calmó y alzó la vista supo que le había visto. Si necesitaba ayuda le haría alguna señal. No hizo nada y pareció ignorarle. Mejor, si se asustaba, a ver quién la calmaba en ese estado. No se movió. Al cabo de un buen rato pensó en seguir su camino, se hacía tarde y era probable que decidiera irse. Sería una mala idea que no se moviera y quisiera quedarse allí. No era una zona peligrosa, pero para pasar la noche a la intemperie hay que estar muy acostumbrado, y no le parecía que la mujer estuviera preparada. La ropa que llevaba, desde luego, no era la más adecuada. Se levantaba por fin.

Parecía perdida, miraba el camino pero no se movía. Esperó antes de tomar la iniciativa de acercarse, y entonces la vio que andaba, no hacia el camino, sino en dirección a la casa. ¿Y ahora qué? ¡Mierda!

La siguió de lejos. Cuando la vio sentarse en el porche ya lo tenía decidido. Se dirigió hacia allí, la observaba de reojo por si hacia algún movimiento para alejarse o para acercársele, y sin decir ni media palabra, abrió la puerta y entró en la casa dejándola abierta.


Le vio acercarse. Era el tipo del bosque. No sabía que haría, pero no pensaba moverse de allí. Quizá le pidiera refugio, o una manta, o nada. ¿Y si le atacaba? Se sentía tan ultrajada que un poco más no le afectaría demasiado y no se movió. Había entrado en la casa sin decirle nada, no tenía ganas de pensar si eso era malo o bueno. Le oía trastear dentro. Pensó que de querer algo de ella ya le habría interrogado.

Al cabo de un rato el hombre salió de la casa y dejando la mochila y el saco en el segundo escalón volvió a entrar. Se iba, debería decidir que hacer pero su mente ni siquiera se molestaba, estaba en un estado en que todo le daba lo mismo. Volvió a salir, dejó el rifle junto a la mochila y se sentó al otro lado del escalón.

Mientras liaba el cigarro le dijo:
- “Me voy al prado con mis ovejas un par de noches. Puedes quedarte en la casa si quieres. Cuando te vayas deja todo como lo encontraste y cierra bien. Si veo algo que no me gusta te buscaré y te haré pagarlo. ¿De acuerdo?”
- “De acuerdo. Gracias”
- “No hay de qué”

Terminó de liar el cigarro con parsimonia, lo encendió y se lo llevo a la boca, se coloco la mochila y el saco, y con el rifle en la mano se marchó camino del prado allá arriba. ¿Es que no iba a cambiar nunca? Siempre haciendo de buen samaritano y siempre metido en fregados. Allá dónde iba aparecía alguien con problemas, y como siempre, abría su puerta. No escarmentaría en la vida. Era su sino.

Continuará…

PS. ... ¿? ni siquiera yo lo sé.

Cuando el precioso lago rebosa tienes dos opciones, o dejarle que anegue más terreno, o rodearle hacia arriba para que se quede al fondo. La solución que en un primer momento parece la ideal a la larga suele ser la peor. La inmensidad del lago de ella cuando se desborda es mejor dejar que fluya, si intentas apresarla terminas por asfixiarte en el fondo. Algunos lo saben. La mayoría acaba ahogándose.

A Nicolás le ha gustado. Le he pedido que lo termine, me ha dado un par de ideas y poco más. ¡Hombres!
¡Qué fastidios más maravillosos!


lunes, 28 de septiembre de 2009

Despertar o resurgir con sosiego






Ante todo las mujeres hemos de hacer frente a tres grandes mitos sociales que actúan entrelazándose como mecanismos para subordinarnos, la mujer-madre, la pasividad erótica femenina y el amor romántico. Nuestra alma y nuestro cuerpo llevan caminos diferentes.
Ocurrió que las feministas no consiguieron interpretar adecuadamente los signos del cambio que se avecinaba. No lograron llegar a las mentes de las amas de casa analfabetas, no entraron en sus camas, en sus lavaderos, en sus palizas, en su sustento.

Después, democracia, globalización, educación, emancipación, pasaron inadvertidos entre las brumas de lo que se creía eran la esencia degradante de lo femenino, la moda del cuerpo esbelto, conseguir el aspecto eterno de los 20 años o el modelo familiar americano.
Vanos intentos de usar el poder de la voluntad contra sentimientos e instintos naturales femeninos, en pos de introducirnos de cualquier manera en la eficiencia masculina.
Despistadas, perdidas, optaron por acabar solas y escondidas, el sistema ya no las encontraba útiles y se descubrieron irreconocibles para ellas mismas.

Allí, entre tanta proclama y discurso, convertidas en mujeres tan solo permitidas, no entendidas, empezaron a abogar por una educación femenina en la que premiáramos aspectos de nuestra manera peculiar de enfrentarnos al mundo tanto como de la feminidad que nos hace insustituibles. Conducir una moto con tacones de aguja, o tender, hablar por teléfono y hacer café al mismo tiempo, o cuidar de los mayores, llevar los niños al colegio y acudir a la oficina, con la natural tendencia femenina a seguir la moda manteniendo un aspecto agradable.

Y he aquí que nos vimos, de lejos aún, tal vez difuminadas, pero nos reconocimos en aquella deformada sombra.
¿Los misterios de la mujer? La contradicción transformada en paradoja, ni más ni menos.
Aquel ímpetu del principio masculino, punto de vista fijo y rígido, comprensible, accesible a la razón, codificable en dogmas y catecismos como sabiduría colectiva institucionalizada, mataba, a sangre fría además, a nuestro principio femenino de lo incompresible, lo no racional, lo no repetible, lo no constante, perteneciente al aquí y ahora, al momento inmediato, momento en el que se concibe la vida, no de un modo repetible, sino como algo único, particular y del instante.

Los manifiestos han cambiado, ya nos damos cancha. Carecíamos de espacio para deshacer los límites sin despojarnos de nosotras, amar a un hombre o a los hombres sin depender de ellos, crear una familia sin que todo penda de la madre, acudir a un puesto de trabajo que nos emancipe sin trabajar las 24 horas.
Desconocíamos el intrincado lenguaje social de las leyes que dominan quienes nos subyugan, pero cada vez estamos más preparadas para crear mecanismos de respuesta y salvaguardar ese espacio salvaje y creativo como prolongación de nuestro cuerpo, en el que nadie se crea con derecho a convertirlo en un jardín sistemático y perfecto en nombre de megalómanos/as pavos reales.

Puesto que el sistema nos consideraba fuente de pecado y peligrosas, nos era negado el conocimiento.
Pero no es eliminando a los pobres como se soluciona el persistente problema de la pobreza, sino eliminando a los ricos.
De la misma manera no es destrozando la “fuente mujer” como se combate el pecado y por tanto el peligro, sino eliminando el pecado como término de esclavitud para supeditar la inteligencia y la diversidad.

Estas absurdas creencias machistas tan variopintas tienen su inicio en los pueblos primitivos, que utilizaban a la población como mano de obra. A ellos, sujetos aptos para la guerra, y a ellas, cuerpos, herramientas de control del crecimiento de la población para no desbordar la previsión alimentaria, las metas de desarrollo y como campo de experimentación de la industria farmacológica (Montaño, 1966, op cit, pp168).
Cuestiones en boga aún en este siglo como “formulación de políticas de población”, sin evolución patente, tecnología punta a cambio de regresión mental.
Pero no nos distraigamos, somos nosotras las que debemos ser capaces de estar en nuestro centro vital, si el mundo esta regido por las leyes de los hombres las mujeres no tenemos por qué seguirlas.

Contra todas las normas eclesiásticas, patriarcales, y demás zarandajas dictatoriales, existen innumerables estudios que demuestran que cuando el nivel de vida aumenta, y con él las oportunidades laborales y educacionales, las tasas de fecundidad bajan.
Cuando la maternidad deja de ser considerada dentro del romantizado ámbito privado, y se la ve tal como es, placer femenino por antonomasia, íntimo e intransferible, al mismo tiempo que un dispositivo de continuación de la especie, cuidado y educado, la fecundidad aumenta.
… en realidad el lograr o no el desarrollo económico depende menos del tamaño que tenga la población mundial, que de nuestra decisión de ocuparnos de las causas de la pobreza y la degradación ambiental” Jodi Jacobson

El mundo está lleno de mujeres como Nawal el Sadaawi, escritora egipcia, médico, perseguida por su gobierno por escribir sobre la sexualidad femenina de su país. Encarcelada durante un año, fundó la Asociación Solidaria de Mujeres Árabes consagrada a “quitar el velo de las mentes” de las mujeres árabes. Hay mujeres como ella, que han sido capaces de superar una represión tan fuerte como la islámica contra los derechos de un ser humano.

Cuando nos observo andando por la calle, en nuestras casas, en nuestros trabajos, de compras o sentadas en las cafeterías me pregunto si somos conscientes de nuestro poder. No del que ordena y manda, sino del que cura, protege y revitaliza el orden, y del que construye, osa y hace posible el mando.
No lo parece.

Adición a la perfección. Marión Woodman

lunes, 7 de septiembre de 2009

¿Cómo vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?



Monumento al Maestro - Palencia



Hace una mañana espléndida. Amanece a las cinco de la madrugada, el silencio del inmenso jardín del hotel deja oír un fondo de tráfico alucinante, es como el murmullo lejano de una tormenta, se fusiona con los pájaros que cantan bajo un cielo que aún está azul y claro.
Dentro de unas horas todo el Cairo estará cubierto de una inmensa cúpula de fina arena del desierto amarillenta y polución grisácea. Dos horas más tarde sale el sol, apenas unas horas después estará en el cenit de su recorrido, y a las cinco de la tarde empieza a descender. Aún quedarán unas cuantas horas de luz, y en su letargo aparece la luna, cuya presencia no dura más de dos o tres horas. Dejando tras ella toda la bóveda plagada de estrellas hasta el amanecer sin sol.

Antes eran las caravanas de camellos, hoy los convoys de autobuses. Vamos de nuevo a sumergirnos entre las gentes recelosas, que han creado un mecanismo invisible por el que tú solo puedes estar de paso…
El Cairo, bullicio y tristeza, sectarismo y tolerancia, lo que puede llegar a hacer Don Dinero con acérrimas costumbres, creencias u obligaciones a las que llevan los extremismos donde imperan la necesidad y la ignorancia. Aquí todo es fachada. La sinceridad no ayuda a la supervivencia diaria.

Tras las explicaciones diarias que escuchas in situ, las continuas alusiones a basar la certeza del ahora en las creencias de un antes inventado tan groseramente que hasta el más iluso puede sospechar, te paras y piensas. Luego te informas, buscas opiniones, indagas en estudios. Y entonces entiendes.

Nace el dios Sol en la mañana, Kepri, el escarabajo, al medio día Ra, hombre con cabeza de halcón, por la tarde Atum, hombre con cabeza de carnero. Kepri, niño, Ra, adulto, Atum, anciano. El politeísmo tradicional Egipcio hizo del curso del sol unos iconos que la teología interpreta como las fases del fenómeno cósmico. La forma de contar su manera de ver el mundo no está en el texto que pudieran representar sus iconos, sino en los objetos y hechos a los que aluden, de forma que no hacían distinción entre tiempo y eternidad, entre ser y devenir, entre vida o muerte.

Nace Kepri en la madrugada que sigue a la noche, madura en Ra que lucha contra sus enemigos durante el día, la fuerza vital recogida en la derrota al enemigo por Atum, que muere en el atardecer para reunirse en la noche con su padre Osiris, siendo ambos, los dos aspectos de la plenitud del tiempo cósmico que los egipcios distinguían como neneh y djet, virtualidad y resultatividad. Y vuelve a empezar cada día con el nacimiento del dios Sol en Kepri.*

Pasó y pasa lo mismo con el resto de creencias religiosas del mundo. Los que vienen detrás o las ocultan, o las destruyen, o las rehacen a su gusto.
Pero he aquí un detalle sumamente importante ocurrido en el Renacimiento: “Las consecuencias de la imprenta van más allá de la revolución técnica.” “El libro revoluciona el pensamiento” ** Ya no sirve cualquier copia de cualquiera, sin autoridad y sin documentar, se abordan los acontecimientos con ayuda de la arqueología y la epigrafía como serios y responsables historiadores y no como idealistas religiosos. Pueden ser leídos y entendidos por cada vez más personas cultas, no necesariamente eruditos. La mentalidad social se resquebraja, se conocen otras maneras de pensar, otras formas de entender el mundo. La ciencia constata y sella sus descubrimientos para los entendidos y sobre todo, para la posteridad que lee, aprende y mejora. El mundo se educa.

Pero la educación no interesa a quienes han decidido prosperar en base a que tú ames al prójimo. Cuando decides pensar por ti mismo, al oír a las distintas religiones observas una paradoja que te ilustra en como funcionan estas personas, puedes amar a unos pero debes odiar al que no piensa ni actúa como dicen aquellos que se debe pensar o actuar. Con lo cuál mientras ames al prójimo que te dicen, y les dejes que maten al prójimo que ellos deciden que no debes amar, te dejarán penar en paz en este mundo.

Tras haber vivido de cerca por unos días, más que suficientes, una sociedad en que la ignorancia reina junto al orgullo de pensar que ellos ostentan la verdad de la muerte, y se doblegan a ella para alcanzarla dónde y cómo sea, lo más rápidamente posible incluso, mirándote con desprecio por lo que te espera tras tu vida impenitente, me he convencido con más firmeza si cabe, que tan sólo una educación de calidad, laica, sin dogmas, con unidad y equidad, y sobre todo con un profesorado bien preparado y entusiasta, es la única estrategia que puede sacarnos de la hegemonía de los poderes autoritarios.

Se necesita un riguroso proceso de selección, en el que se evalúe como necesidad iindiscutible, la capacidad de enseñanza del futuro docente antes que su nivel de conocimientos. Conseguiríamos así un cuerpo de docentes realmente influyente en una sociedad equilibrada, educada y participativa. Los únicos, estos docentes, con capacidad para elegir los libros de texto, dirigir las evaluaciones, elaborar los programas, y concertar la cooperación con los padres. Y esto no es nada nuevo, existe. Finlandia, ahí un poco más al norte, lo ha conseguido. Y funciona. ***

Tarja Kaarina Halonen, presidenta de Finlandia:
“Un pueblo educado elegirá presidentes honestos y competentes.
Estos elegirán los mejores asesores.
Un pueblo educado no tolera la corrupción.
Un pueblo educado sabe muy bien diferenciar un discurso serio y una prédica demagógica.
Un pueblo ignorante desperdicia sus recursos y empobrece.
Un pueblo ignorante vive de ilusiones.
Un pueblo educado prospera también en condiciones adversas.”

Claro que sería como en aquel cuento chino en el que el maestro le dice a un alumno que se sentía infravalorado: “Tú eres una joya valiosa y única. Y como tal, sólo puede valorarte un experto. ¿Cómo vas por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor?”

Habrá que contar con expertos para conseguir buenos expertos. Pero de esos que te enseñan a no huir de tus debilidades, a construirte a ti mismo aprendiendo de los errores sin pagar un precio injusto, a saber discutir una verdad descubierta sin recurrir a lo políticamente correcto, porque cuanto más dignas, auténticas y libres sean las personas, más digna, auténtica y libre será la sociedad.
Jamás al contrario como pretenden los sectarios.



* http://gramena.blogspot.com/2008/12/el-oceano-primordial.html
** Contrahistoria de la filosofía II. Michael Onfray (Tercer tiempo, cap.I-3)
***http://www.ecobachillerato.com/blog6/2006/08/finlandia-modelo-educativo-seguir.html

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Iteru



Iteru o Nilo


Amanece en la autovía, un sol espectacular rojo-anaranjado surcado de una nube alargada por debajo de su centro, tiñe un alucinante mar tarraconense de tonalidades calientes.

Hemos ido tan relajadas que todos los mapas de carreteras, desvíos, direcciones y demás puntos de referencia que llevaba no he podido utilizarlas. De repente estábamos en la salida 31, justo la que teníamos que coger, ¿si? ¿no? y ¡alaaa! pasada de largo. En el peaje a
la C-32 amablemente nos han indicado la entrada que necesitábamos a quince minutos del primer destino.
La llegada a la ciudad condal se llena con las llamadas de los amigos que nos esperan para acompañarnos al aeropuerto y hacerse cargo de nuestro coche hasta la vuelta.

Nos recibe el aire cálido, caliente para los que estamos acostumbrados a diez grados menos, desde la terraza del barco predomina el verde con el desierto de fondo. Avanzamos suavemente por el Nilo deslizándose de una orilla a la otra haciendo eses en el gran río, seguimos a otras dos naves en una tranquila carrera de navíos dispuestos a pasar la exclusa sin esperar demasiado. De repente unos gritos alegres desde la orilla nos hacen girar la cabeza a todos, un montón de niños dentro del agua junto a la orilla agitando los brazos y chillando. Nos saludan, hacen gestos vitoreando al capitán. El olaje suave que produce la nave llega hasta ellos que se preparan para nadar contra corriente, para luego esperar al siguiente barco.

Con una madre del África negra, Burundi, Iteru o Nilo fluye en sus casi
7.000 km llevando su valiosa carga de sedimentos con la que sustentó a una población que se dedicó a otras artes y necesidades puesto que él, les proporcionó los alimentos básicos durante sus tres mil años de existencia. Hoy sigue dando sustento a una población que ha aumentado considerablemente pero que sin embargo sus últimos conquistadores no han sabido sacar partido a tanto privilegio.
Éstos intentan utilizar las denostadas tradiciones faraónicas para mantener vivo el interés del resto del mundo y atraerles a una difícil sociedad en la que su manera de ver el mundo les priva de valorar que la vida en la tierra es un privilegio del que hay que saber disfrutar, aprender y mejorar.

El predominio masculino se respira en el ambiente. Ni una sola mujer nos ha atendido en ningún momento del viaje de Aswan a Lúxor. El guía cuenta la historia en los antiguos templos egipcios haciendo lecturas muy particulares, a la medida de las creencias egipcias actuales. Incluso de la misma manera y en el mismo tono que nosotros les contamos los cuentos más fantásticos a nuestros hijos.
Debo decir que en conjunto fueron respetuosos, aunque entre broma y broma el guía y yo dejáramos caer nuestras respectivas afinidades sobre los géneros, pero en más de una ocasión me esforcé por contenerme.

A pesar de todos y cada uno de los rigores de este viaje a un ambiente donde el espíritu de libertad no reside en existir sino en morir, dato este que me hizo recordar aquello que dejó escrito Nietzsche “El primer pensamiento del día, la mejor manera de comenzar bien cada día es, al despertar, pensar si en ese día podemos complacer al menos a una persona. Si esto pudiera admitirse en sustitución de la costumbre religiosa de la oración, los demás saldrían beneficiados con el cambio.”
Como digo a pesar de todo ello, y abarco todo lo espiritual y lo material, la belleza del legado faraónico, egipcios, nubios y demás etnias de la era, consiguen hacer de este viaje una verdadera y fantástica travesía por un mundo sabio y profundo, lleno de aciertos y errores.

Solo he podido observar con cierta claridad, que comienzan a percibir la diferencia, a vislumbrar otras formas de pensar, a valorar qué és calidad de vida, y a actuar moderadamente en una sociedad que tímidamente adopta los vaqueros y el Ketchup, y que sonríen suspicaces ante mis razonamientos (pocos, pero algunos hubo) sobre su negatividad.
Pudimos ver a una musulmana arquitecto dirigiendo una excavación cerca de la entrada de un templo, con la mirada socarrona que me dirigió el guía mientras lo contaba, me faltó tiempo para decirle en alto que “ya era hora que nos mostrara la verdadera alma egipcia”.

jueves, 20 de agosto de 2009

Preparativos de conciencia viajera



Rey Menkaure y Reina Jamerernebty II

Guiza, Dinastía IV (tempus Menkaure/Micerinos)

Museum of Fine Arts, Boston


Manteníamos una charla un grupo de amigas sobre la diferente mentalidad de los países donde sus valores sociales difieren de los nuestros.

Nos enzarzamos apasionadamente, estilo femenino por supuesto, en un enfoque que nos pareció sumamente importante e interesante, basándolo en la dependencia sobre las necesidades básicas que oprimen al ser humano, a partir de donde éste establece importantes diferencias entre la forma de percibir, pensar, valorar y actuar socialmente. Optando por una visión específica de la realidad totalmente distinta y “formando así los patrones de ideas y sistemas de valores que caracterizan a cualquier sociedad”*.

Hasta no hace mucho en este país nuestro existían patrones de comportamiento que no se alejaban mucho de las sociedades extremistas. Conforme han ido cambiando esas necesidades básicas hemos ido subsanando las carestías de una conciencia que busca una educación de calidad (que no cultura, ser culto no tiene nada que ver con ser educado), haciéndonos desarrollar una concordancia entre las necesidades y el abastecimiento de las mismas, llegando a considerar como clave las consecuencias antes que la inmediatez. Por lo tanto en estos cambios, hoy, la tecnología es un medio no un fin.

El convertir la debilidad en fortaleza es cuestión en la que las mujeres entendemos en demasía. Cuestión de educar la conciencia.

Y en esto estamos, vamos a sumergirnos en un país que desarrolló en el inicio de su historia una educación superior en las relaciones sociales por las que ahora luchamos todos, que acabó cayendo en brazos de un extremismo religioso, que anda retorciéndose en sus entrañas de sabiduría ancestral y sometida a las leyes del ilusionismo de la pulsión de muerte, luchando con sus penurias domésticas en una sociedad donde el pobre lo es en extremo y el rico nada en la abundancia, hechos que nos harán mas abrumadora si cabe la pugna cultural.

De la tranquilidad que da saber que tienes medios para protegerte del poderoso a la incertidumbre y la improvisación de cada segundo. No queda lugar a dudas que nuestro adormecido sentido de alerta va a tener trabajo.

20 millones de personas en la ciudad de El Cairo, en toda España somos poco más de 46, en la ciudad de Madrid poco más de 3 millones. El turismo es básico para una subsistencia tan pobre que vive básicamente de las propinas. Los bolsillos llenos de libras, piastras y bolígrafos.

Pesa demasiado el carro del mundo a los pueblos desarrollados arrastrando hambrunas, guerras, terrorismos, déspotas, usureros, ricos ociosos y demás basura terrestre, y hasta que rodemos a la misma velocidad estaremos todos con un pie en la más que posible miseria y con otro en la improbable seguridad del bienestar.

Y mientras esperamos a que “la ciencia acomode a la conciencia como una realidad causal”*, iremos a mostrar a cara descubierta que para ser buena, decente y respetada solo hace falta rodearse de gente con conciencia, capacitada y humana.

Una vez percibida la posibilidad, una vez entendida la diferencia, una vez valorada la duda… la actuación real aún inconscientemente, será la correcta.



*El cambio de mentalidad: la promesa del siglo XXI (Willis Harman)

domingo, 9 de agosto de 2009

Lucy



Diosa Isis


La mujer más vieja del mundo tiene 3,2 millones de años. Y la mitocondria, una pequeña parte de la célula materna es 84.000 años mayor que el cromosoma Y.

Pusieron en duda la forma de entender el mundo de las mujeres que luchaban contra la lógica de las cosas muertas, proclamando que no era la forma adecuada e implantando la ley del más fuerte y el más cruel.
3,2 millones de años después de Lucy, el hombre claudica ante su impotencia contra un planeta que decide por si solo y se vuelve violento cuando interfieren en su proceso de cambio evolutivo, y cuando no, también.

La mayoría social somos conformistas y cumplimos las normas, solo unos pocos se atreven a luchar por un cambio radical en nuestras prácticas profundamente asentadas. Y el resto se salen completamente de vara usando la fuerza y el terror para imponer su forma de pensar o sus deseos.

Los cambios sociales se han estado produciendo a lo largo de nuestra historia con un consenso misterioso que generación tras generación va modificando la ética en la forma de entender la convivencia, consiguiendo desmantelar década tras década las imposiciones de los déspotas del mundo, o la esclavitud, logrando el sufragio femenino y los derechos inherentes al ser humano.
Al mismo tiempo podemos deducir que no somos predecibles y todo depende tanto de la suerte como de la libre voluntad individual de pensar por nosotros mismos. Suerte en cuanto a que cada decisión individual, de conformidad o aporte de ideas, altera la probabilidad entre unas u otras tendencias frente a ese consenso de un próximo cambio.

El ser conscientes de cuanto ocurre en nuestro mundo es trascendental.
Pongo un ejemplo, la disyuntiva en el tema de las centralizaciones: pueden ser aceptables como también pueden no serlo. Como la de la energía centrada en unos pocos organismos y sociedades con acceso a unas cuantas clavijas que les capacitan para dejarnos morir de hambre, quedar congelados, hundidos en la oscuridad o paralizados. Temas políticos y sociales que deberíamos sopesar con rigor.

Puede que de esta forma, logremos ver ese “espíritu de los tiempos” en las siguientes generaciones antes que desaparezca la nuestra. Y en todo caso si el cambio no resulta del todo bueno luchar con más vehemencia, siempre entre los límites de esos pocos que quieren dejar semillas ideológicas sobre que otra forma de vivir es posible, nunca desde el punto de vista del resto que arrasa, destruye y obliga.

Y no deberíamos perder de vista esos microchips que quieren implantarnos para nuestra seguridad ¡¡Peligro amig@s!!

Todo esto viene, porque hace unos días oí decir a un técnico superior en reorganización de empresas, algo así como que “los problemas con el personal que se estaban desarrollando en la plantilla ocurrían por culpa de la autoridad femenina que daba mucha manga ancha”. Seguramente utilizó palabras más técnicas pero el resultado y la intención es la que lees, yo estaba presente en la comida por razones de trabajo, me pidió excusas ya que yo pertenecía al paquete del personal. Y ya que estaba allí y con el respeto que me merece, por supuesto, intenté hacerle entender que no era la autoridad femenina, sino la falta de criterio, conocimiento y capacidad de un señor acostumbrado al ritual varonil de “aquí mando yo y tú te callas”.

Este señor que no sabe donde está su sitio, y que aunque se cuente con su opinión no se le está dando el mando de la empresa, no está capacitado para trabajar en esta era, donde los mandos femeninos no pretenden ordenar y mandar, sino participar. Las jerarquías varoniles establecidas durante los primeros tiempos artesanales funcionaban, pero actualmente no están dando buenos resultados, lo que se produce es cada vez de peor calidad y el trato con el cliente detestable, la lucha por subir escalafones y pisar cabezas resta tiempo al buen hacer. No hay más que ir a comprar algo. Los técnicos deberían empezar a desarrollar habilidades en estas lides y adaptarse a este “espíritu de los tiempos”, o no van a saber como desenvolverse en las cada vez más numerosas empresas femeninas. Y con esto no quiero decir que no haya señoras déspotas y pisa cabezas, aclaro.


Y todo esto viene a que me voy de vacaciones al continente de ahí al lado. Voy a reencontrarme con Lucy.
Voy a buscarla en las profundidades de las pupilas negras serenas y luminosas de las descendientes de Isis. A observar su manera de usar las plantas, la tierra, los animales, el agua. Una lectura de primera mano.
Tras siglos de convivencia igualitaria y complementaria entre ambos sexos, y de su complicidad en la ausencia de rivalidad espiritual e intelectual, voy a aprender de sus errores y del miedo que les hizo subyugarse a la fuerza de unos cuantos fuertes, fríos y autoritarios poseedores del cromosoma Y.