Hoy y en el fondo de la cuestión de esta nueva revolución mediterránea, la gente de estos pueblos ya no son lo que fueron una vez. Ya no quieren serlo. La paciencia de los conceptos que siempre les han hecho repetir se ha terminado. Se han alejado tanto de su inmovilizada cultura que ya saben hasta en qué dirección desean evolucionar, y ni siquiera lo hemos advertido quienes en nuestra historia contamos con pasados revolucionarios.
Las culturas de este planeta elaboran sus innumerables y contradictorios discursos filosóficos, en función a la repetición de factores con los que se remeda el planeta en una irrompible, aparentemente, cadena de causa-consecuencia, en los que reflejamos nuestros pensamientos deterministas y que no han impedido que el mundo sea como debía ser.
De vez en cuando, la célula compleja de esta sociedad, entiéndase la persona en la que el pensamiento hunde sus raíces en el cuerpo que la define, hace del yo un ente valioso, proclama la unidad material del ser sin términos jerárquicos entre mente y cuerpo, y por tanto ni sumisión ni servidumbre ante nada y ante nadie. Cuando esto sucede salta a la palestra un hápax existencial, se enhebra otro eslabón a esa cadena que resbala inexorable hacia el abismo, llevando a consecuencias sorprendentes aquellas causas repetitivos de las que se vale.
Ahora que ya es notoriamente público -y el concepto está adaptado al entendimiento del sentir general- que los países libres y democráticos mantenemos nuestro estatus gracias a que crueles regímenes despóticos apoyan nuestros grandes intereses económicos, en otras palabras, que nos mantenemos en virtud a la opresión, desigualdad y pobreza de otras personas, estamos preparados para enfrentarnos al espejo, y mirarnos detenidamente, la mayoría con los ojos como platos y los que lo barruntábamos soportando la vergüenza de seguir a la manada imperialista.
Y digo nuestros y nos, porque si nuestro país no tuviera participación in situ, que lo dudo, apoya abiertamente que la haya a costa de intereses con terceros.
Aunque teniendo en cuenta algunos modelos democráticos tampoco es para dramatizar en demasía por esa pérdida de poderes. Sin embargo aprender a oprimir engañando mientras el otro come es menos vergonzoso que, además de vapulearle y despreciarle, se le mate de hambre.
Una alegría extraordinaria para este nuevo siglo, las religiones, las mafias, los fanáticos, los racistas y los violentos, tardarán un poco más en desmembrar nuestra existencia.
Fotografía de: http://solomicrocuentos.blogspot.com/2010/05/el-faraon-dyoser-y-la-crecida-del-nilo.html