Hubo una vez un tiempo
cuando las estrellas eran aún desconocidas
que la grandeza del mundo
habitaba en el sonido
y su belleza
en el equilibrio de los colores.
Menuda paradoja la vida, condenada a sufrirla por orden divina. Utilizan ese poder simbólico inscrito a perpetuidad en nuestras percepciones e inclinaciones (a admirar, a respetar, a amar…) con el que nos manejan imperceptiblemente, anulando cualquier posibilidad de actuar libre e individualmente, e invalida la expresión de aquello que sentimos tal y como lo apreciamos.
Entre destellos de lucidez, el preciado beneficio al que “debo” aspirar no dejará huella entre mis manos, y me vuelve escéptica, al mismo tiempo que descubro dónde empiezan y dónde acaban los límites a la hora de vivir. Salvaguardo constante mi fuerza y mi soberanía absoluta a capa y espada, ante el compromiso social de pertenecer a una masa inconsistente y pretendidamente protectora.
¿Protección a cambio de mi individualidad, mi sentir, mi compromiso conmigo, mi sosiego? No.
Prestarme, por supuesto, entregarme, nunca.
La motivación: ser feliz. Vivir en calma.
La felicidad versus beneficio, (con el origen latino de versus: “de la felicidad hacia el beneficio”). No buscar su verdad no significa admitir su mentira, los grandes beneficios prometidos, a largo plazo, suelen nublar la mente. Vivir con y para los demás puede resultar placentero siempre que el “yo” tenga pleno control sobre esos límites, que traspasados abocan al displacer, prescindir de su compañía para evitarlo implicaría poseer un entendimiento íntimamente trabajado.
No hay nada nuevo sobre la faz de la tierra.
1275-80/1342-43 Marsilio de Padua, abogaba por mantener los asuntos espirituales separados de los temporales.
1533/1592 Michel de Montaigne, declara la guerra al dolor “…¡Querer al dolor, como si el que existe no fuera suficiente!”
1541/1603 Pierre Charron, “… La duda metódica… eliminar los consejos de la mayoría, desembarazándose de los lugares comunes, arrojando por la borda las opiniones del hombre común…”
1588/1672 François de La Mothe Le Vayer, “…no hay verdad, sino sólo verosimilitud; los excesos son condenables, deseemos el justo medio; la razón es impotente, sometámonos a las costumbres; el dogmatismo echa a perder la vida, el escepticismo le da encanto; la intranquilidad es detestable, la acatalepsia nos salva. El goce de uno mismo. “
1592/1655 Pierre Gassendi, “…solo con ayuda de esta carne llegamos a conocer el mundo…”
Y hay más. Muchos más.
Esas épocas en las que los pensadores usaban su tiempo para filosofar, tiempos donde el centro del universo era divino y cada círculo concéntrico en que se dividía la moral social, se movía en torno a él. Aquel que seguía líneas distintas era vituperado y expulsado, aquella quemada. Sobrevivir al poder dogmático obligaba a batirse entre un escepticismo interior y una manutención entre los hombres. Unos morían por ser ellos mismos, otros lo eran sin declararlo.
Estas épocas dónde la individualidad supone ignorar al resto, tampoco es muy acertada. Sin embargo, las ideas están aquí. Sorprende cómo a pesar de las limpiezas pretendidas de los mal llamados eruditos, el goteo de sabiduría siga moviéndose en nuestro tiempo y llegue hasta los que no saben, y no quieren, leer.
¿Quién tiene, quién se cree con tanta autoridad para elegir qué debo pensar, qué debo creer, qué debo leer, qué debo ser…? NADIE, salvo yo.
Qué nadie se atreva a hacer desaparecer ninguna de las opciones con las que pueda conjeturar, interpretar, elegir, comulgar o disentir.
El no elegir también es mi opción.