Ariadna dormida
(John William Waterhouse)
… de noche en la carretera, andaba, el asfalto despedía calor y la fría brisa no molestaba. Hacía muchas horas que seguía la carretera, apenas pasaban coches, un par habían parado pero no subí. Me encontraba bien, mi cuerpo me respondía con una fuerza que no conocía, e incluso el peligro que en otras ocasiones en sitios solitarios y sola me había angustiado, no lo tenía. Observaba la carretera a la luz de las estrellas, silbaba, reflexionaba sobre mi destino y me percaté que estaba bien abrigada, los pantalones llenos de bolsillos repletos y las botas cómodas. La mochila no agobiaba.
Sin embargo, iba siendo consciente que algo no estaba bien, deje de silbar sorprendida, nunca aprendí a hacerlo. La sensación crecía, era como si yo no fuera, paré un momento pensando, miré alrededor y seguí avanzando más despacio. Mi paso era distinto, más enérgico diría yo, las caderas no las movía igual, percibía los límites de mi cuerpo. De pronto, alarmada, paré en seco, mi cuerpo, era mi cuerpo, no era de mujer… era un hombre… ¡yo, era un hombre!
Noté como el corazón me palpitaba ansioso, como si estuviese desplazada en aquel cuerpo en ese instante, y mi cuerpo que no era fuera aquel que me llevaba. Estaba varada ¿¡Cómo!? No sentía nostalgia de mi cuello, ni pechos, ni muslos, me sentía pletórica ¿o pletórico? La necesidad de seguir sintiendo esa gloria de otro cuerpo se hacía imperiosa. Eché a correr ¡Qué maravilla! Respondía con una fuerza que no disminuía sino que aumentaba, con movimientos precisos cada músculo obedecía acompasando el ritmo del corazón y la respiración. Me sentía capaz de todo, sin miedo, libre de andar por todos lados, con autoridad y sin dudas.
Otro coche. Para y subo. El tipo simpático se ofreció a llevarme hasta la ciudad… hablaba sin parar, me transmitía complicidad, con un si o un no a sus preguntas se sentía satisfecho, le miraba de frente cuando giraba la cabeza, directamente a los ojos, con la frente alta a la manera correcta masculina, en una aceptación simbólica de merecer hablar francamente esquivando la típica respuesta femenina del “no sé”, no importaba como estuviera sentada, ni donde pusiera la manos, mi postura no daba opción a equívocos. Llegábamos a la ciudad y escuchamos el estruendo de una sirena de camión…
El despertador repetía el mismo sonido una y otra vez, me senté en la cama de un salto y lo paré, un ataque de tos me impidió reír.
En separar al hombre del universo femenino consiste la educación y la culturización. Enciende los mecanismos del miedo de ser una-o misma-o, de no ser reconocido virilmente por los otros-as, de no ser atractiva para los otros-as, de no alcanzar los cánones de masculinidad o feminidad establecidos. Ese sueño, destellos de imágines y sensaciones que alimentaban al consciente del inconsciente, dónde barrunto que soy victima victimizada por mi misma en un eterno círculo que yo perpetúo, al tiempo que veo las salidas volviendo la espalda al mundo creado para mi cuerpo de mujer, rivalizando con mi mente en la que no han echado raíces las simbólicas e invisibles fuerzas culturizantes, salvo como utilidad para pasar inadvertida, aunque a veces me haya resultado imposible no asumirlas.
En un cuerpo desconocido y potente, si, pero con una mente femenina, o al menos, sin perder la consciencia de lo femenino, sin embargo suficiente para obtener la seguridad de que el comportamiento social es radicalmente imbuido y repetido hasta la saciedad en la mente de las personas.
Lugar de conspiración de Virginia Woolf dónde todos actuamos según nuestro papel aprendido.
Dominadores, dominadas y dominados, todos usando el mismo lenguaje y respetando las mismas reglas. La subordinación, la sumisión, la dominación, como parte natural de la normativa de convivencia, dónde todo está reglado para que el macho domine y la hembra se subordine, y para que aquella o aquél que se salga del reglamento sea catalogada de bruja, pérfida, deshonesta, marica, débil…
Tenemos un compromiso femenino para aprender a ejecutar, a concebir, a exigir, a buscar tipos de organización, de acción colectivas, armas simbólicas efectivas para quebrantar las instituciones estatales y jurídicas que dejen de eternizar la subordinación. Que obliguen al orden establecido de dominación, de derechos, atropellos, privilegios, injusticias, a dejar de perpetuarse con tanta facilidad y a aparecer tan a menudo como algo natural.
Mi mente puede vivir perfectamente en el cuerpo masculino, pero desde luego no iba a estar dispuesto a la trampa masculina de la tensión y la contención permanentes, a la vulnerabilidad de demostrar lo viril que soy ante mujer u hombre alguno, ni a escupir o mear más lejos para obtener un sitio privilegiado entre los demás. Mi fuerza tendría una utilidad particular mucho más placentera, que formar parte de una mole insensata e inútil, en esa simbólica violencia invisible social.
Mi fuerza femenina, llena (hinchada), cerrada (difícil, cerca), dentro (casa, jardín, fuente, leña), debajo (tendido, pilar central), húmeda (vientre, gallina, secreto, sangre, sueño, tierra, muerte, luna, frío, norte, noche), todo esto que quieren que sea según sus reglas atributos de lo femenino, fundido, rehecho en luz, belleza, materia, magia, sosiego, paz, silencio, y acogimiento igualitario de todo lo masculino, sin mezclas extrañas, sin fantasías exuberantes de dónde viene o a dónde va cada quién.
Mi crimen, ser persona antes que mujer. Su castigo, el aislamiento.
Pulsado, sopesado, evaluado, calificado y juzgado… cometo el crimen.
Y lamento decirles a los que siguen el esquema pertinente que hay más como yo. (uffff, loada sea la tierra, masculina y femenina)
Pulsado, sopesado, evaluado, calificado y juzgado… cometo el crimen.
Y lamento decirles a los que siguen el esquema pertinente que hay más como yo. (uffff, loada sea la tierra, masculina y femenina)
Foto: courtesy of http://www.johnwilliamwaterhouse.net/Ariadne--1898.html
7 comentarios:
Del embotamiento catarral a la lucidez patente, amiga.
Los que cometemos el crimen de ser antes personas que mujeres o varones sabemos bien cuánta razón tienes y cuánto hay que luchar contra los estereotipos.
Quizás el día en que la fuerza quede relegada a su justo sitio tan por detrás de la inteligencia o de la personalidad sea el momento en que se restablezca el orden que nunca debiera haberse trastocado.
Besos.
Te adoro.
:-)
Hay muchas más, querida Gaia, seguro.
Y yo te leo y te releo, porque me gusta tu óptica.
Y vuelvo.
Ese día, querido Ybris, seremos tan poco vulnerables, tan difícilmente manejables, que habremos conseguido deshacernos del deseo de superioridad sobre los demás.
Solo tengo el anhelo de que hayamos tocado fondo, pues no se puede caer más bajo, y que desaparezca la duda en si el interés mayoritario estará en alcanzar el camino de la extinción progresiva de cualquier tipo de dominación, haciendo real la universalidad constitucional, que como bien dices es “el orden que nunca debiera haberse trastocado”.
Un abrazo.
Mirada, un día de estos, tomaremos unas cervezas y disfrutaremos de la naturaleza y de los hombres, por supuesto.
En tu tierra o en la mía nos recrearemos descalzas, con las raíces pegadas a la tierra.
Un beso.
Esas “muchas más” Virgi, esas muchas más son las que me hacen fácil el escribir lo que siento, os veo, os escucho, os quiero. Pero sabes lo mejor, que son “ellos” esos “muchos más”, dominadores forzados, “esos” Ybris que alimentan su parte femenina sin pudores, sin dejar de ser ellos mismos, los que tienen acceso al poder, los que dicen, los que escriben, los que no desfallecen ante insultos y menosprecios, los que con autoridad dejan huella de que allí hay personas a las que se les debe parte por honor, por humanidad, por derecho, porque su actitud natural y su doxa personal se lo exigen.
Hecho :-)
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