domingo, 25 de abril de 2010

Un toque de atención

Azahar
Citrus Aurantium
(flor del naranjo, del limonero, del cidro y otros árboles cítricos)

Mientras caminaba hacia el trabajo dándole vueltas a lo que pensaba publicar, mi ciudad me ha dado un toque de atención. Acaba de escampar y el desmayado sol con esa inmensa luz del este, se refleja en lo mojado mostrándola limpia y recién “peiná”.
Justo en mitad de mi camino alguien le hacia una foto a una pared, instintivamente la he mirado, he levantado la vista dejándome llevar por su asombro y por esa sensación de sorpresa cuando descubres lugares nuevos. Sonríes comprensiva por lo que para ti es habitual, pero te das cuenta que te has vuelto incapaz de apreciar la belleza que te rodea empós de esa misma familiaridad.

Aún sintiendo preferencia por aquellas ciudades desde las que se pueden divisar montañas, reconozco que la costumbre ha hecho que dejara de apreciar lo bonita que es esta, donde vivo. Sus calles son anárquicas, como hechas a voleo, los edificios parecen bailar unos a ritmo de dulzainas y otros de rock and roll en un juego ecléctico de increíble belleza recuperada y de descuidado solariego.
El sol gana fuerza por momentos, produciendo llamaradas metálicas y resaltando el apagado verdor de los jardines, un hiriente rayo pasa entre dos tejados cortando la bruma de un rincón al final de la calle estrecha. Y tiendecitas todas juntas, desbordadas de cosas impensables donde huronear a gusto. El aroma a azahar en las calles y a jazmín, los balcones de hierro forjado que parecen filigranas dibujadas en las fachadas te colman de serenidad. La agradable temperatura hace recordar al abrazo de la abuela en su regazo tibio oliendo a rosas.
Fatigar despacio libros prohibidos o deambular por la Atlántida pudieran ser placeres similares.

Y he empezado a verla, y a verlos, a los ciudadanos, a esos que hace la ciudad donde viven. En algunas son elegantes, visten buena ropa y usan los colores que les hace distinguidos, en otras son señoritos, invaden las calles con el clavel en la solapa y el vino fino en la mano. Aquí cada vez nos cruzamos menos con gente del barrio y más con extraños -extraños muy chocantes, dicen-, el chandal y las zapatillas han pasado a mejor vida, la de practicar deporte, y cada vez menos bajan a por el pan con la bata de guata y las babuchas nuevas.
Entre ellos pululan grupos adolescentes extranjeros de rostros arrebolados, carpetas y cámaras de fotos en mano, que se mueven por la ciudad con la llaneza del barrendero.
El día parece salido de un cuento sin protagonistas en el que vas pasando las hojas y en cada una encuentras un tema diferente.

Ensimismada, saboreando las gratas impresiones, al pasar por un escaparate donde un joven con perilla y el pelo en punta coronándole la cabeza, al estilo siux -me hace pensar en un Don Juan Tenorio moderno- trasteaba sujetando con alfileres un traje de noche granate a una bellísima maniquí. Abstraída mientras caminaba le he mirado más de lo necesario atrayendo su atención, me ha guiñado un ojo que me ha hecho sonreír ampliamente y me ha devuelto otra simpática sonrisa, una vez pasado el escaparate la risoterapia me ha acompañado un trecho y he llegado al trabajo tan feliz que le ha faltado tiempo al compañero cachondo y “metementodo” a soltar la preguntita ”¿Qué? ¿Qué estuviste haciendo anoche?” (Algún día escribiré sobre él)

Y a la vuelta, he vuelto a ser turista de mi ciudad. Cinco de la tarde, empiezan a abrir las tiendecitas de nuevo, las calles se desperezan de la siesta española por antonomasia, o de la gran mayoría española, pero que parece hacer participe a más de un extraño chocante, sentado en una terracita con las piernas estiradas, la cerveza a medias y el sombrero sobre la cara.
Sonriendo noto de nuevo el ¡shiiisss!, al mirar de frente veo en todo su esplendor la Lonja de los Mercaderes, enorme, joven (1482-1548) y presumida. Las cámaras disparan, impresiona ver la escalinata llena de chocantes y en la cera de enfrente buscando posiciones para fotografiarla, que parece que en cualquier momento hará un movimiento para cambiar la pose zarandeando su corona de torretas.

Llego a casa, me pongo a escribir, suena el teléfono, llaman al timbre, me vuelvo a sentar anotando todo lo que he visto de cualquier manera y salgo pitando a darle otro vistazo antes de que el cansancio me devuelva a casa.

viernes, 16 de abril de 2010

Visiones del mundo


Angkor o Angkor Wat
(Ciudad de los templos y el corazón del imperio Jemer) - Camboya

Momento Telúrico
Rascaba con la yema del dedo mugriento en el plástico, y llevándoselo a la boca lo chupaba con deleite. Sabia que aquello podía estar en malas condiciones, pero la experiencia le había demostrado que si el cuerpo se lo admitía es que no era malo. Puede que tuviera productos químicos nada recomendables, y estuviera caducado seguro, pero de alguna forma su organismo podía sacar beneficio cuando no lo rechazaba violentamente, como le había pasado con aquellos brotes verdes que tenían tan buena pinta, vomitó hasta la leche materna, menuda purga. Llevaba unos días en aquel lugar, no había querido encender fuego por no atraer a la policía, pero el día estaba especialmente helado, era difícil meter el coche hasta allí y a pie ni siquiera ellos se atreverían a bajar. Dentro de la miseria que habitaba se sentía bastante confortable. Ya lo había decidido, en cuanto subieran las temperaturas emprendería el camino hacia aquel lugar del que le hablaron en la montaña. Parecía que aquella necesidad imperiosa de destruirse, de despojarse hasta de la piel estaba pasando. Ahora solo quería sosiego, seguir adelante apartado, lejos de lo que fue, de lo que era, pero solo. La gente le molestaba y seguía sin querer compartir nada con nadie. Venía de la fase del todo y había aterrizado en la de la nada. Ahora despojado de todo, quería poco porque ya sabía decir basta. No era como en la india donde se venera a las personas que renuncian a la vida mundana, aquí se considera un privilegiado el que posee todo, o al menos lo parece, “lo suficiente, lo necesario” se considera despreciable. La gente en general es despreciable, y en particular piensan que lo saben todo, tratan de ayudar y te joden un poco más. Mejor si se mantienen alejados, prefieriendo incluso sus miradas de desprecio o miedo.

Momento Interestelar
Mantenía el cuchillo de plata en la mano apoyada en la mesa, con la otra pasaba las hojas del periódico sin marcas, como recién impreso, su olor característico le agradaba. Cuando encontraba un artículo que llamaba su atención volvía despacio a prestar atención a la cena y tras dar un bocado, leía detenidamente masticando con calma. Algo tras el gran ventanal allá dónde debía permanecer oscuro reclamó su mirada, un punto de luz lejano que no estaba en la línea del resto del alumbrado de la ciudad, calculaba que podía situarlo a la altura del nocturno río, de vez en cuando desaparecía y pensó en una fogata, miró distraídamente la chimenea donde crepitaba un fuego limpio y fuerte que devolvió su atención al artículo y a su bocado. Mientras tomaba otra porción recordó la invitación para pasar el fin de semana en casa de unos amigos, pero después de conseguir un par de días de descanso, lo que más le apetecía era la inmensa paz de la que disfrutaba en casa. Normalmente comía en restaurantes y dormía en hoteles casi todas las semanas, para nada se movería de allí, enviaría cualquier disculpa.
Leía sobre el poder concentrado en una sola mano, en un país, un poder de destrucción total sobre el derecho a la vida y a la muerte de todos, preparado para destruir el mundo varias veces. 20 años desde que terminó la guerra fría, ”70 años hace que el genio nuclear salió de su lámpara” decía el artículo. El “arcano” que proporciona el poder de eliminar ese “poder” a quién lo posee.

Dos momentos en la misma dimensión del espacio, ajenos e identificables, dónde las cosas transcurren de distinta manera por sus valores diferentes. A uno le da exactamente igual lo que pase en las horas siguientes, no tiene nada que perder salvo dejar de ser él mismo, y tanto le da dentro de un rato que de unos días. Al otro le tiembla hasta la tuétano solo de pensarlo, perdería el paraíso del que está seguro disfrutará mientras viva.

¿Hubo sumisión voluntaria o fue opresión violenta?

Ocurrió en Summer, en el sur de Irán e Irak, donde una jefatura tribal se convirtió en Estado. Parece probable que al hombre cazador-recolector de finales del período glacial, con el calentamiento de la Tierra y sus consiguientes cambios medioambientales, con el exceso de caza extinguiendo numerosas especies, llegara a comprender que para compensar las pérdidas debía explotar las variedades silvestres de trigo y cebada, que a su vez le obligaron al asentamiento para almacenarlas y, consiguientemente, a la domesticación de animales menores. Y fue en este tiempo, que los arqueólogos denominaron Neolítico, cuando pronto comprobaron que ya no podían huir a otros lugares dejando su medio de subsistencia para desentenderse de las jefaturas y aspirantes a reyes, que ejercían cada vez más presiones para exigirles más impuestos, mano de obra para labores públicas, torres de protección, palacios, guerreros, recolectores y secuaces que articularan esa fuerza, a cambio de protección y reparto en épocas de pobreza. No tardarían en extenderse otros Estados junto al Éufrates hasta el Mediterráneo, los imperios: babilonio, asirio, hicso, egipcio, persa, griego, romano, árabe, otomano y británico. “Nuestra especie había creado y montado una bestia salvaje que devoraba continentes.”

Y hoy el temible arcano del poder que ostentan varios Estados sobre el mundo haciéndoles sus propios prisioneros, al mismo tiempo que nos mantiene a unos en la inseguridad, a otros en la ignorancia y a la mayoría en la indiferencia, no supone el respeto y la obediencia de los demás sino su esclavitud. Quizá si Roosevelt no hubiera dado el pistoletazo de salida al programa nuclear para luchar contra los nazis y Truman no lo hubiera probado en Nagasaki, el conflicto no sería el mismo de nuestros antepasados, encontrar dónde huir y dejar a los belicosos aprovechados matarse entre ellos -y tras haber aprendido que la fuerza no está en la destrucción de lo que nos sustenta, aunque algunos se dedicaron a adoctrinar lo contrario y muchos otros a darles crédito- sino en el aprovechamiento inteligente, cuidando, protegiendo y cambiando los hábitos para que los intereses y beneficios se obtuviesen a largo plazo alcanzando a la mayoría, de manera que los descontentos y los inadaptados fueran cada vez menos.
Y debiéramos preguntarnos, de paso, si nuestra capacidad de asimilar lo no habitual, lo diferente, lo raro o extraño, la tenemos intacta o se nos ha atrofiado. Cuestión que aunque parece insignificante alude a la templanza para saber cuando hay que dejar de ofuscarse con los placeres momentáneos y disfrutar de la contemplación y el alejamiento en beneficio propio.

Dicho esto, y haciendo alarde de extrema inocencia, me pregunto si no deberíamos -también, ya que estamos- empezar a comprobar en qué puntos no coinciden los círculos de las probables bombas atómicas y allí hacer un agujero lo bastante profundo para protegernos los más posibles. Eso sí, nadie que haya ostentado un cargo público sobre la tierra estará admitido debajo de ella.
Aunque bien pensado, tras la última frase escrita, terminaríamos por instaurar cualquier otra forma de predominio o supremacía. Mejor dejemos que la bomba haga su cometido y borre cualquier célula humana del universo. Me uno sin traumas al levantamiento de hombros del hombre telúrico.

“Qué cosa fuera, qué cosa fuera la maza sin cantera…”

“El genio regresa a la lámpara” Lluis Bassets 15/04/2010 El País
“Nuestra especie”-Los primeros Estados. Marvin Harris
Foto de http://www.3viajesaldia.com/angkor-el-corazon-del-imperio-jemer


lunes, 5 de abril de 2010

Rituales simbólicos eternos



Ariadna dormida
(John William Waterhouse)



Abotargada la mente con los ojos llorosos y la nariz inservible, la boca marcha con todo lo necesario para funcionar. Respira, estornuda, traga la medicina, comunica, se agota afónica denotando el esfuerzo. El oído chista pero le ignoran, ni con dolor ni con sonidos lo consigue, se retrae y espera. Entre toses y estornudos transcurren los últimos días de trabajo. En los tres siguientes se alejan de la cama lo justo, siempre siguiendo a la boca, alienados e incomunicados. Apenas hoy empiezan a percibir cierta mejoría, todo se sosiega, la mente recobra el mando. Y entre brumas la tranquilidad se instala…

… de noche en la carretera, andaba, el asfalto despedía calor y la fría brisa no molestaba. Hacía muchas horas que seguía la carretera, apenas pasaban coches, un par habían parado pero no subí. Me encontraba bien, mi cuerpo me respondía con una fuerza que no conocía, e incluso el peligro que en otras ocasiones en sitios solitarios y sola me había angustiado, no lo tenía. Observaba la carretera a la luz de las estrellas, silbaba, reflexionaba sobre mi destino y me percaté que estaba bien abrigada, los pantalones llenos de bolsillos repletos y las botas cómodas. La mochila no agobiaba.

Sin embargo, iba siendo consciente que algo no estaba bien, deje de silbar sorprendida, nunca aprendí a hacerlo. La sensación crecía, era como si yo no fuera, paré un momento pensando, miré alrededor y seguí avanzando más despacio. Mi paso era distinto, más enérgico diría yo, las caderas no las movía igual, percibía los límites de mi cuerpo. De pronto, alarmada, paré en seco, mi cuerpo, era mi cuerpo, no era de mujer… era un hombre… ¡yo, era un hombre!

Noté como el corazón me palpitaba ansioso, como si estuviese desplazada en aquel cuerpo en ese instante, y mi cuerpo que no era fuera aquel que me llevaba. Estaba varada ¿¡Cómo!? No sentía nostalgia de mi cuello, ni pechos, ni muslos, me sentía pletórica ¿o pletórico? La necesidad de seguir sintiendo esa gloria de otro cuerpo se hacía imperiosa. Eché a correr ¡Qué maravilla! Respondía con una fuerza que no disminuía sino que aumentaba, con movimientos precisos cada músculo obedecía acompasando el ritmo del corazón y la respiración. Me sentía capaz de todo, sin miedo, libre de andar por todos lados, con autoridad y sin dudas.

Otro coche. Para y subo. El tipo simpático se ofreció a llevarme hasta la ciudad… hablaba sin parar, me transmitía complicidad, con un si o un no a sus preguntas se sentía satisfecho, le miraba de frente cuando giraba la cabeza, directamente a los ojos, con la frente alta a la manera correcta masculina, en una aceptación simbólica de merecer hablar francamente esquivando la típica respuesta femenina del
“no sé”, no importaba como estuviera sentada, ni donde pusiera la manos, mi postura no daba opción a equívocos. Llegábamos a la ciudad y escuchamos el estruendo de una sirena de camión…
El despertador repetía el mismo sonido una y otra vez, me senté en la cama de un salto y lo paré, un ataque de tos me impidió reír.

En separar al hombre del universo femenino consiste la educación y la culturización. Enciende los mecanismos del miedo de ser una-o misma-o, de no ser reconocido virilmente por los otros-as, de no ser atractiva para los otros-as, de no alcanzar los cánones de masculinidad o feminidad establecidos. Ese sueño, destellos de imágines y sensaciones que alimentaban al consciente del inconsciente, dónde barrunto que soy victima victimizada por mi misma en un eterno círculo que yo perpetúo, al tiempo que veo las salidas volviendo la espalda al mundo creado para mi cuerpo de mujer, rivalizando con mi mente en la que no han echado raíces las simbólicas e invisibles fuerzas culturizantes, salvo como utilidad para pasar inadvertida, aunque a veces me haya resultado imposible no asumirlas.

En un cuerpo desconocido y potente, si, pero con una mente femenina, o al menos, sin perder la consciencia de lo femenino, sin embargo suficiente para obtener la seguridad de que el comportamiento social es radicalmente imbuido y repetido hasta la saciedad en la mente de las personas.
Lugar de conspiración de Virginia Woolf dónde todos actuamos según nuestro papel aprendido.
Dominadores, dominadas y dominados, todos usando el mismo lenguaje y respetando las mismas reglas. La subordinación, la sumisión, la dominación, como parte natural de la normativa de convivencia, dónde todo está reglado para que el macho domine y la hembra se subordine, y para que aquella o aquél que se salga del reglamento sea catalogada de bruja, pérfida, deshonesta, marica, débil…

Tenemos un compromiso femenino para aprender a ejecutar, a concebir, a exigir, a buscar tipos de organización, de acción colectivas, armas simbólicas efectivas para quebrantar las instituciones estatales y jurídicas que dejen de eternizar la subordinación. Que obliguen al orden establecido de dominación, de derechos, atropellos, privilegios, injusticias, a dejar de perpetuarse con tanta facilidad y a aparecer tan a menudo como algo natural.

Mi mente puede vivir perfectamente en el cuerpo masculino, pero desde luego no iba a estar dispuesto a la trampa masculina de la tensión y la contención permanentes, a la vulnerabilidad de demostrar lo viril que soy ante mujer u hombre alguno, ni a escupir o mear más lejos para obtener un sitio privilegiado entre los demás. Mi fuerza tendría una utilidad particular mucho más placentera, que formar parte de una mole insensata e inútil, en esa simbólica violencia invisible social.

Mi fuerza femenina, llena (hinchada), cerrada (difícil, cerca), dentro (casa, jardín, fuente, leña), debajo (tendido, pilar central), húmeda (vientre, gallina, secreto, sangre, sueño, tierra, muerte, luna, frío, norte, noche), todo esto que quieren que sea según sus reglas atributos de lo femenino, fundido, rehecho en luz, belleza, materia, magia, sosiego, paz, silencio, y acogimiento igualitario de todo lo masculino, sin mezclas extrañas, sin fantasías exuberantes de dónde viene o a dónde va cada quién.

Mi crimen, ser persona antes que mujer. Su castigo, el aislamiento.
Pulsado, sopesado, evaluado, calificado y juzgado… cometo el crimen.
Y lamento decirles a los que siguen el esquema pertinente que hay más como yo. (uffff, loada sea la tierra, masculina y femenina)



Foto: courtesy of http://www.johnwilliamwaterhouse.net/Ariadne--1898.html