miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ciudad con alma y cuerpo





Pasó el caluroso verano.
Ya es un lejano recuerdo. Los días sin trabajar, el viaje, la casa del pueblo y las tardes en la plaza con los amigos. Por aquí vivió su alegre y maravilloso acaecer.

El hormiguero de la ciudad despierta perezoso llenando las calles de ajetreo, ir y venir de no se sabe, propósitos, proyectos, objetivos, intentos, se cruzan sin mirarse, atentos a luces y sonidos, al desmadre y al desafío.

A mitad del día el ambiente se relaja hasta una parsimoniosa velocidad, algunos pasean atesorando tímidos rayos de sol, si arrecia el aire o la lluvia los hombros se encogen, las manos desaparecen y los refugios se atiborran.

Cambian las calles a frías y solitarias iluminando de amarillo adivinados cielos grises u oscuros, donde a duras penas descubres puntos brillantes, de los que imitan los escaparates, al igual que esos extraños árboles con sorprendentes aderezos que empiezan a llenar vitrinas.

La ciudad siempre provisional inventa cada vez y cada época cosas que no son, para entretenernos lejos de las cosas que son, desviviendo las intenciones de vivir intensamente. Reniega del tráfico y se une a él. Despotrica de los horarios y siempre quiere saber a qué hora sucede todo. Busca tranquilidad y se amontona en lugares de moda. Imperceptibles actitudes para miradas habituales.
Como una gran partitura de Beethoven, fuerte y enérgica a la vez que dulce y melodiosa, jugueteando desde los exquisitos y placenteros murmullos callejeros a la fuerte avalancha de los estresantes metálicos en las avenidas.

Sobreviviendo en este lugar de nadie, despiadado en ocasiones, que invita y acoge al azar, que usurpa todo lo que niega su deseo, que aprovecha el fuego destructor, el viento atronador, maltratando y domando al que la maldice, aquí, vegetan, existen, se quedan, rebullen los poetas, filósofos, escritores, cantores, virtuosos y creadores, con las crisis, hambres, recuerdos, ignorancias, codicias, voces, y con la impasible belleza de las rosas.

Y el invierno ha inundado el otoño.
Qué fácil resulta ahora, en este punto, separar el alma del cuerpo.
La ciudad maquinal del invierno, fácil de conquistar por aquellos embaucadores que adoctrinan cómo cuidar el alma e ignorar el cuerpo.
Destruirse o amarse, perversa alternativa o amenaza con premio post mórtem.

Uno, se eleva en la luz diseccionada por los copos de nieve, no siente, etéreo se deja traspasar y penetra allá dónde quiere. El otro quejumbroso, pesado, grotesco, apenas se mueve si no le alimentas, le cuidas y le proteges. Sus veleidades dañan haciéndole depender absolutamente del albedrío del otro. Pero si el alma es soberana, autónoma, libre, practica en el aquí y ahora, y el cuerpo obediente se detiene, descansa, y agradecido responde, conocerán la grandeza de la vida.

La confianza en la carne, los sentidos, nada de falsos pudores, nada de ignominiosas contradicciones, si uno sufre el otro tiene poder para serenarle, proveerle, protegerle, enseñarle a soportar o abstenerse cuando lo que escapa a su voluntad sucede. Pero jamás utilizando el dolor como medidor de fuerzas y capacidades. La muerte no les concierne, ni vivos ni muertos, identifican el bienestar por la ausencia de turbación, los deseos los naturales y necesarios, los otros no, la moral y la ética importantes para con ellos mismos.

Si ya es difícil gobernar tus propios instintos ¿Cómo hacer comprender a las múltiples almas de los múltiples cuerpos de la ciudad que no pueden separarse?

Llueve. Acaban de sonar las dulces campanadas que indican las horas. Suaves y lejanas.
Acogedora, durmiente, segura la ciudad con alma y cuerpo.


4 comentarios:

Camille dijo...

De todas las temporadas, mi favorita es el otoño. Su luz, los colores, las nubes. Pero si algo me encanta es estar atenta a los cambios de temporada en una misma ciudad. Hoy he recorrido tus estaciones, las de tu ciudad y las de más adentro...
Precioso relato!

gaia07 dijo...

Los cambios son estímulos que nos mantienen alerta.
Nosotros somos el alma de la ciudad, somos quienes la hacemos, la movemos, la cambiamos.

Gracias Camille.

virgi dijo...

Esos vaivenes entre unos y otros.
La oquedad entre ellos.
No siempre los espejos reflejan lo que quisiéramos, esa unión entre alma y cuerpo.

Besos y dulzura, Gaia

gaia07 dijo...

Los espejos reflejan aquello que nosotros hacemos de nosotros.
La unión interior tiene consecuencias en el exterior.

Besos y dulzura siempre Virgi