Hoy al sumergirme en la ciudad en el paseo diario olía a verano. Las calles están llenas de colores, de gente que mira y señala los mismos edificios a la vez, de sombreros y gorras, de paseos relajados, de sonrisa fácil.
Ya busco las aceras sombreadas, escuchando a los trasgos de ciudad que malhumorados entorpecen el quehacer humano. Han trabajado de lo lindo durante las noches, han hecho cuanto les hemos pedido, y ahora todos se van de vacaciones y ellos se quedan.
Así que estos días se dedican a incordiar, llenan las aceras de vallas, levantan los adoquines, cambian de sitio los setos, dejan caer miles de semillas de los árboles alfombrando el suelo, tocan el claxon como descosidos, dejan las placas de hierro de las arquetas sin tornillos…
Al de casa le encanta ver a Horowitz al piano. Es bastante culto aunque de vez en cuando le sale la vena traviesa y me toca las narices.
Nos llevamos bastante bien, él trabaja de noche y yo lo hago de día. Es el que me ha contado lo que ocurre en la ciudad, y lo que debo hacer para no caer en la trampa de ninguno de sus congéneres, como andar en zigzag por las callejuelas, ponerme tapones en los oídos, y hacer como que no veo lo que veo. Si no te cabreas tarde o temprano lo ponen todo en su sitio y se van.
Tienen un largo historial en incautarse de todo cuanto quieren con total inmunidad pasando desapercibidos. Su mayor ventaja es que casi nadie cree en su existencia, y andan por la ciudad poniéndola patas arriba sin que les digan nada, porque para colmo colocan unos carteles en los que dicen “Trabajamos para ti, no molestes” (aunque no utilicen estas palabras exactas es lo que vienen a decir, prácticamente).
Y tienen muy mala leche, si te sientas en un parque te rodean de moscas abonando, si te vas a la playa te pican las medusas que no dejaron recoger en alta mar, si paseas por el campo te multan por ir por propiedades y accesos prohibidos.
Total, que al final lo mejor es llevarse bien con cuanto trasgo se te cruce, porque estos de este siglo son capaces de conseguir cuanto reto les propongas y quedarse fastidiando toda la vida, la suya al menos.
lunes, 20 de julio de 2009
Los trasgos de ciudad
Calle de mi ciudad (Levante-emv)
lunes, 13 de julio de 2009
La normalidad del mundo
Dinastía Ming
Aplastantes
Segunda mitad del siglo II, Valentín de Febron deja escrito: “Lo que soy no lo elijo, lo padezco, como todo lo que existe en el orden del universo”
Solo el ser humano actual, en todo lo largo y ancho de este mundo, cree que tiene libertad para decidir sobre su vida. Cree, porque tiene conocimiento del “yo”, de su existencia y de la existencia de su entorno, e insiste en que la providencia le protege. Y parece que muy pocos somos capaces de detectar cuanta vanidad y prepotencia hay en esto. Además decidimos que somos los elegidos, no sabemos aún muy bien de quién exactamente, pero nos comportamos como favoritos de algo que está por “encima de todo”, pensamos que el resto del mundo nos pertenece. No quiero decir que lo meditamos, sólo que actuamos como si así fuera.
Casi nada.
No todos fantaseamos del mismo modo, y no sé si dar las gracias o aterrorizarme. Y me encuentro aquí de nuevo con aquello que decía en otro post, los que tienen algo que decir prefieren callar para no crear polémica, dejando que todo caiga por su propio peso. Mal momento este para callar y dejar hacer.
Y con todo hemos hecho imperar una normalidad en el mundo, una normalidad inventada y decidida por nosotros, además de sustentada en una fantástica base de creencias esotéricas que siglo tras siglo van desmoronándose ante nuestros ojos. Si profundizamos, solo son una sarta de invenciones para no obsesionarnos con el corto espacio de tiempo que permanecemos en el mundo conscientes de quienes somos o creemos ser, entretenidos más bien en… ¿cómo decirlo?… “reestructurar” aquello que nos ha sido dado por no sabemos quién.
Pero no hay tal normalidad, ni la ha habido nunca.
Llevamos elevando a la categoría de generalidad cada caso particular de negatividad que nos traen histéricos que se autoproclaman profetas desde hace siglos. Sentimos la necesidad de creer en lo imposible, porque lo posible no nos gusta, de manera que pasamos nuestra vida no admitiendo realidades que contradigan lo que nos imponemos, y la mayoría lo cacarea como dogma en pos de aliviarnos una vez dejemos de existir, porque la vida aquí no importa.
Y justo estos histéricos son los que dejamos que decidan por nosotros. Pero en algunas ocasiones ocurre algo que nos hace ver nuestra pequeñez y la importancia de la vida aquí, en comparación con lo que nos rodea.
Las actuales tragedias de China, Afganistán y Gaza, Somalia, India… pasando por los peligrosos movimientos políticos en Sudamérica, demuestran que se avecinan cambios. Solo hay que darle un repaso a publicaciones antropológicas que estudian los cambios que se produjeron antes y después de la desaparición de los Imperios Azteca y Romano, de las Dinastías Chinas, de los Persas,… devastadoras formas de producción y rendimiento de la tierra mediando el control del agua, les hicieron desaparecer, luego siguieron los feudos europeos que también desaparecieron tras una forma de producción más artesanal y otra manera de convivir.
Hoy, de momento, seguimos en la era de la tecnología y el capitalismo, que visto lo visto, en este siglo parece empezar su declive.
Los intereses mueven el mundo y estos cambian cada vez que la cataplasma humana devora cuanto le alimenta. Bien podríamos en esta etapa comprobar si hemos aprendido algo. En la nueva transición de una forma de producción a otra, veremos si estamos preparados para hacer una elección consciente e inteligente de sistema, o por el contrario volveremos a dejar que los intereses de unos pocos consigan, una vez más, que el despotismo de beneficios particulares se haga con el poder, dificultando el avance del conocimiento humano durante unos miles de años más.
Un mundo en el que ya, una gran mayoría detesta las reverencias y la humillación, y piensa que la sociedad es más importante que el Estado, no debe estar dispuesto a que esos magníficos derechos y libertades de los que gozamos algunos, desaparezcan. La amenaza del ocaso de la alta producción capitalista por el exceso de la intensificación de la producción y la disminución del rendimiento, puede hacer zozobrar la idea de que el bienestar general de cada vez mayor cantidad de personas pueda ser una realidad. En estos momentos la tecnología pierde la carrera que mantiene con el deterioro de las condiciones de producción.
No tenemos la capacidad de elegir lo que somos, ni de dirigir cómo funciona el mundo, pero sí somos capaces de aprender. Y son ya muchos los siglos de existencia, los últimos, con datos más que suficientes para entrever que esa posibilidad de cambio en la forma de utilizar el mundo podemos adoptarla con vistas a una provechosa subsistencia humana o, volver de nuevo a priorizar la bonanza durante el corto plazo que dura una sola existencia. La nuestra.
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