lunes, 8 de junio de 2009

Terapias









El negocio de la medicina es seguro. Lo prueba la rápida aparición de clínicas privadas para todo, desde tratamientos del dolor hasta las más sofisticadas clínicas dentales, pasando por todo tipo de cirugías. Solo hace falta podérselo permitir.

De momento nos vamos apañando los que no podemos. Aún nos prometen que no desaparecerá, dicen, la seguridad social así en minúsculas. Lo que si ha empezado a desaparecer es el prestigio del médico, y no el prestigio social que llena las universidades de medicina, sino el de la pérdida de confianza del paciente. Se subordina la atención y el bienestar del mismo a la búsqueda de beneficios como en cualquier empresa moderna. Menos tiempo de atención y más profesionales tecnificados e impacientes.

No se puede esperar que se entienda algo cuando tu sueldo depende de que no lo entiendas. Algo así como que te preparan profesionalmente para que apliques esquemas, reglas y normativas, y no para que escuches, observes y emplees tus conocimientos de la manera más eficiente al problema que tienes delante.

No tienes más que necesitar acudir a ellos, necesidad que tarde o temprano tenemos todos.
Pasas helada de la sala de espera agradeciendo el calorcillo de la nueva estancia. Tres terapeutas se hacen cargo de las personas que llegan mientras entran y salen haciendo indicaciones para que te sientes o te tumbes aquí o allá en la gran sala, donde unas cuantas sillas y camillas están rodeadas de todo tipo de piezas para andar, levantar, poner en remojo pies y manos y el resto de técnicas que utilizan para ejercitar los músculos afectados.

Los pacientes diarios van moviéndose con total familiaridad entre los sitios disponibles para hacer los ejercicios que el terapeuta evalúa con una mirada mientras va de un sitio a otro. Corrientes, rayos de calor, ultrasonidos, masajes, son los únicos momentos que permanecen junto al paciente, mientras hablan entre ellos de reuniones, se preguntan por cuestiones de trabajo o participan en una conversación sobre como está el mundo con algún paciente en la otra punta de la sala a voz en grito. Si no te interesa la conversación o no estas de humor para memeces, te llevas un libro o mejor el ipod para relajarte un tanto. Hasta que te dicen ya hemos terminado, vuelva mañana.

Acudes al mismo tiempo a la medicina alternativa. Estás sola en una camilla rodeada de olores agradables, luz baja y temperatura adecuada, o dispones de facilidad para abrir una ventana o taparte con una manta, según te encuentres.
Después de charlar un rato con el terapeuta en la que le cuentas lo que te ronda por la cabeza y respondes a unas cuantas preguntas sencillas y claras, te pone el tratamiento diciéndote por y para qué. Cuando termina te da alguna orientación sobre qué debes corregir en tus hábitos si lo estimas oportuno.

Ambas terapias te dan objetividad con el resultado que consiguen en ti, convirtiéndose en alternativa o complementaria la una de la otra. Unos pecan de prepotentes y los otros de humildes, teniendo ambas mucho que aportar. Y la diferencia tan sólo esta en la forma de interpretar y actuar ante la enfermedad. La enfermedad es algo natural y no debería tomarse como una tragedia cada vez que aparece, se trata de buscar de nuevo el equilibrio allí dónde alguna parte del cuerpo ha dejado de funcionar correctamente. Sin olvidar la psiquis de la persona nunca.
El éxito ya no está en el “poder” del médico, sino en el “poder” de la persona que las utiliza según sus necesidades o conveniencias.

No hay duda que la ciencia y la medicina oficial han avanzado mucho y pueden sanar a mucha más gente cada vez. Pero si esto va en detrimento de la relación entre el paciente, su entorno, sus necesidades y sus causas, la medicina oficial pronto dejará de ser interesante para la persona enferma, salvo en cuestiones de gravedad que no puedan ser solucionadas desde otras alternativas –si te rompes una pierna es preferible que te sujeten la rotura a que te den un abrazo, evidentemente- te traten como te traten.
Y es sencillo de comprender, que te trajinen como al coche o a la lavadora no es nada estimulante.

De hecho la humanidad a pesar de alejarse tanto del ámbito natural del mundo, no deja de comportarse como lo hace la naturaleza. Si el tratamiento del nuevo sistema no funciona, no es apto o no soluciona sus problemas van con total decisión invirtiendo las tendencias.
Cuestión de tiempo.


4 comentarios:

eliHatlehol dijo...

I don't know what you are writing, but i like your header! :D

gaia07 dijo...

A tus 16 años eliHatlehol es un placer saber que te gusta mi cabecera. En cuanto aprendas mi idioma, o yo el tuyo, me gustará saber también que opinas de lo escrito.

Tu curiosidad ha despertado la mía :-D

ybris dijo...

Buena reflexión.
Ya me gustaría a mí que la medicina privada hiciera su negocio sin construirse sobre las ruinas de la pública y acudieran a ella quienes -pudiéndoselo permitir- apreciaran lo que ella aporta.
Yo prefiero menos espectáculo y más eficacia en lo que se puede y más sinceridad en lo que no se puede.
Y sigo creyendo que eso debe hacerlo -y cada vez mejor y con más medios- la sanidad pública.

Besos.

gaia07 dijo...

Estoy completamente de acuerdo contigo Ybris, sin embargo la tendencia no demuestra que vayamos a conseguirlo.

Dice en la síntesis de un estudio hecho por Bernardo Gonzalo González “La protección Social: Perspectiva Histórico-Crítica” (2001):
“El conjunto numeroso de las medidas de reforma previstas, e incluso a medio aplicar (“Pacto de Toledo”, “Acuerdo de Pensiones”, Ley de 1997 ...) esta en consonancia con el común de las políticas reformistas europeas. Todas esas medidas, en efecto, pueden resumirse en estas dos: la de reducción de las prestaciones sociales públicas básicas; y la de su entrega genérica al mercado, cuyos agentes habrán de ocuparse de gestionarlas en parte y, en todo caso, de completar sus niveles de reforzada insuficiencia."

Utopías más extraordinarias se han logrado, creo firmemente en ellas. No tiremos la toalla.

Besos.