martes, 23 de junio de 2009

Relaciones


Cosiendo la vela - Joaquín Sorolla



Advierto ahora, antes de comenzar, que no se trata de una historia de amor o de pasión y desenfreno. Así pues quién tenga necesidad de ternuras y demás licencias amorosas puede seguir al próximo blog y no continuar con esta lectura, nada más lejano a mi intención que importunar a lectores soñadores con un titulo sugestivo o un texto coherente con él (con el titulo).

Y no es que no me interesen dichas relaciones, de hecho alguna alusión al tema acabaré intercalando, pero mi intención no es hablar de desamores -tengo mis experiencias, que no vienen al caso ahora- sino de las maneras que tenemos los humanos de juntarnos, asociarnos, tocarnos, ayudarnos, y de pisotearnos, deteriorarnos, despreciarnos… en fin, de todo.

Quizás debería haber añadido “humanas” pero no me ha gustado, demasiado redondo para un tema tan complejo.

He leído que la densidad de población fue la causa, en gran medida, que facilitó el intercambio de ideas y habilidades individuales haciendo patente la mayor cantidad conocida de “innovaciones útiles”, y llevando a la conducta humana a desarrollarse tal y como la conocemos hoy. Se desprende un razonamiento de todo esto, el de que no ha sido ni la inteligencia ni un cerebro más desarrollado lo que nos ha hecho disfrutar del alto nivel tecnológico conseguido, sino la interacción entre los individuos trabajando eficazmente en grupo y sobre todo, de su capacidad de comunicación.

Que las relaciones humanas han sido básicas para desarrollar nuestro cerebro e inteligencia, sería en suma la respuesta. Hay otro detalle no menos importante a tener en cuenta, si los encuentros individuales en la red social tienen ese impacto en las innovaciones tecnológicas, también podemos pensar lo mismo en las interacciones sociales y sentimentales, comprendiendo en esa capacidad de comunicación de los sentimientos individuales, la forma en que se desarrollan hasta conseguir ese intercambio útil de ideas y habilidades sociales.

De manera que la comprensión, apertura de miras, la sensibilidad para con otras formas de pensar, la sociabilidad comprendiendo la naturaleza y estructura de nuestro entorno, la adaptación a las consecuencias, la objetividad de la cruda realidad, el respeto a las personas con experiencia… es lo que nos hace ser inteligentes y cada vez más hábiles.

Claro que también hay que contar con los factores negativos que algunos podemos desarrollar, la agresión que manifiesta la frustración, la fijación que nos ata al pasado, el sometimiento que no acepta opiniones, el asilamiento, las fantasías o la superioridad o inferioridad… que nos hacen ser competitivos y viscerales, perdiendo la oportunidad de utilizar toda la fuerza de una alianza.
La amistad sobresale en este tipo de relaciones como algo que se ofrece sin pedir nada a cambio.

De otro estudio reciente otra hipótesis trata de la forma en que evaluamos a los amigos, tiene más valor el apoyo real que ese amigo pueda darnos que su riqueza o popularidad. Cuanto más nos valoren a nosotros mejor posición tendrán en nuestro ranking de amistades, siendo proporcional a la prontitud de su apoyo en un conflicto.

Puede ese valor generado en la comunicación provocar los cambios en nuestras relaciones haciéndonos invulnerables de tan vulnerables, insensibles de tanto sentir, seguir en la fe a pesar del nunca, el jamás, el amor y el llanto, desplegar una fuerza global pudiendo dar respuestas a muchos de los interrogantes sobre cómo funciona una sociedad que avanza tanto en unos ámbitos, y se descontrola de manera tan inverosímil en otros.

Pero lo inesperado siempre nos acecha en un tiempo antagonista que acuna al odio. Historias de amor de malquerencias y manipulaciones… condenas a las demostraciones afectivas… sufrir la espera y seguir ahí fiel a la cita, esperando…
Las connotaciones prácticas y sencillas de cuanto hacemos, decimos, y por lo tanto compartimos se nos escapan.

Lo que parece que ha pasado y ya no es, sigue siendo un eslabón más de la larga cadena que conforma la evolución de sentires y comportamientos en nuestra forma de modelar la sociedad. Las leyes, las normas, las reglas, no son más que cuerdas a las que agarrarse para no caer en un precipicio por el que andamos subiendo millones de años, y por el que seguimos aprendiendo y desarrollando habilidades.

Los que pretenden crear parcelas de experiencias y dejar de compartir, vendiendo o cambiando, se exponen al estancamiento en sus ricas estancias seguras por contra angustiosas, perdiéndose la maravilla o el terror de descubrir más mundos en la escalada.
Estancamiento que puede llevar a la pérdida de habilidades e inteligencia. Que esperemos no contribuya a crear una subclase de humanos con el cerebro reducido por falta de práctica.

Habría que cuidar con muchísimo mimo todo lo que podemos compartir, vigilar las formas y las maneras en que nuestras habilidades influyen en los demás, preservar de la mejor forma posible las relaciones con cada uno de los que interactuamos en nuestro entorno, serenar el pensamiento, detenerse, pensar y luego relacionarse activamente y comunicar.

Y todo esto sin dejar de tener presente la cruda y dura realidad de subsistir cada día.

2 comentarios:

ybris dijo...

Las relaciones humanas son tan profundas en sus manifestaciones y en sus exigencias que no se pueden dejar bajo el único aspecto de la ternura.
Por eso quizás nos resultan imprescindibles y enriquecedoras.

Besos.

gaia07 dijo...

Que cierto Ybris, la ternura solo es el compás del intercambio.

Un beso.