Selva natural (Marimauá) y Selva artificial
Así es la vida. Caminas por el mundo inmersa en un día a día que copa toda pretensión de hacer algo diferente.
Cuando ocurre lo que ha estado gestándose a tu lado, de lo que no has sido totalmente consciente hasta que ha estallado, te coge tan desprevenida que aterra. Convives sin pretender molestar ni que te molesten, pero lo haces. Empiezas a darte cuenta de ciertos detalles que no tuviste en cuenta, que parecían normales, de una vida normal. Pues no lo eran.
Ya es bastante duro trabajar todo el día, para encima tener que reparar en necesidades pusilánimes y sin valor. Pero no lo son.
Son verdaderas artimañas de dioses con mala leche, dispuestos a darte una lección que jamás olvidaras.
Y tu mundo ya no está. Miles de preguntas con respuestas inverosímiles que dan los otros. Verdad y realidad en los ojos y sentir de ellos. Imposible que hablen de ti, no te reconoces en su terminología extraña.
El tiempo solo es la perspectiva, descubrimiento lúcido de que lo que no tiene importancia es cuestión de alto riesgo.
Confesiones de qué nos ha pasado a todas, a muchos, a la mayoría. ¿Qué es importante en el abismo, entender que pasó o saber cómo soy? Respuestas dadas por quienes perdieron sus mundos con tanta pesadumbre.
Entenderlo todo es imposible. Conocerte y saber qué quieres y qué estás dispuesto a jugarte es lo realmente importante a partir de ahora. Desvarías.
Destrozada tu base segura, dónde apoyabas decisiones, tu vida presente, pasada y futura, plataforma convertida en una nube de algodón que tan solo el viento puede desmenuzar. Impresiona.
La cultura de la familia, del trabajo, de la sociedad, crean la seguridad del “no pasa nada”, cuidan de ti.
Pero la realidad es que sigues tan sola como en medio de la selva de Mamirauá expuesta a las inclemencias, a las alimañas y a las veleidades de los dominantes. Aquí al menos vives en alerta continua y aprendes a confiar en ti.
Sumida en una lucha donde presionan, retuercen, golpean y acribillan con lo que hiciste, lo que dijiste, el tú y el yo, provoca la salida caótica de la vaina que te rodea de un solo tajo, para verte desnuda e impotente ante tanta justicia y normalidad.
Imbécil por creer, por no darte cuenta, por no hacer nada, sientes vergüenza y reniegas de ti. ¿Qué futuro puede tener alguien tan inadaptado para vivir? ¿Cómo si no ocurren estos desbarros?
Y ahora, puesta en pie y mirando al frente, te dispones a vivir contigo sabiendo que cuando vuelvas a confiar ya no habrá nubes de algodón donde pisar. En alerta continua y confiando en ti.
Cuando ocurre lo que ha estado gestándose a tu lado, de lo que no has sido totalmente consciente hasta que ha estallado, te coge tan desprevenida que aterra. Convives sin pretender molestar ni que te molesten, pero lo haces. Empiezas a darte cuenta de ciertos detalles que no tuviste en cuenta, que parecían normales, de una vida normal. Pues no lo eran.
Ya es bastante duro trabajar todo el día, para encima tener que reparar en necesidades pusilánimes y sin valor. Pero no lo son.
Son verdaderas artimañas de dioses con mala leche, dispuestos a darte una lección que jamás olvidaras.
Y tu mundo ya no está. Miles de preguntas con respuestas inverosímiles que dan los otros. Verdad y realidad en los ojos y sentir de ellos. Imposible que hablen de ti, no te reconoces en su terminología extraña.
El tiempo solo es la perspectiva, descubrimiento lúcido de que lo que no tiene importancia es cuestión de alto riesgo.
Confesiones de qué nos ha pasado a todas, a muchos, a la mayoría. ¿Qué es importante en el abismo, entender que pasó o saber cómo soy? Respuestas dadas por quienes perdieron sus mundos con tanta pesadumbre.
Entenderlo todo es imposible. Conocerte y saber qué quieres y qué estás dispuesto a jugarte es lo realmente importante a partir de ahora. Desvarías.
Destrozada tu base segura, dónde apoyabas decisiones, tu vida presente, pasada y futura, plataforma convertida en una nube de algodón que tan solo el viento puede desmenuzar. Impresiona.
La cultura de la familia, del trabajo, de la sociedad, crean la seguridad del “no pasa nada”, cuidan de ti.
Pero la realidad es que sigues tan sola como en medio de la selva de Mamirauá expuesta a las inclemencias, a las alimañas y a las veleidades de los dominantes. Aquí al menos vives en alerta continua y aprendes a confiar en ti.
Sumida en una lucha donde presionan, retuercen, golpean y acribillan con lo que hiciste, lo que dijiste, el tú y el yo, provoca la salida caótica de la vaina que te rodea de un solo tajo, para verte desnuda e impotente ante tanta justicia y normalidad.
Imbécil por creer, por no darte cuenta, por no hacer nada, sientes vergüenza y reniegas de ti. ¿Qué futuro puede tener alguien tan inadaptado para vivir? ¿Cómo si no ocurren estos desbarros?
Y ahora, puesta en pie y mirando al frente, te dispones a vivir contigo sabiendo que cuando vuelvas a confiar ya no habrá nubes de algodón donde pisar. En alerta continua y confiando en ti.
4 comentarios:
Pues sí.
Pasamos del lugar a la persona, del sitio en que vivimos a la persona que somos o quisiéramos ser.
Y siempre nos sentimos en una selva donde el último reto es aprender a vivir con nosotros mismos.
Besos.
Lo que más me llama la atención de todo esto Ybris, es que nos está negado conocer esa parte de la versatilidad humana.
Somos individualistas, empeñarnos en conseguir una dependencia física ha sido todo un éxito, la emocional un descalabro total.
Me temo que como no consigamos aunar ambas, las enfermedades mentales sobrepasaran las físicas.
Y para ello los posicionamientos rígidos han de erradicarse y el prestigio cambiar de aspecto.
Duro camino.
Besos.
Por supervivencia.
Qué razon llevas.
Un abrazo.
Dices bien Mirada, la supervivencia es una gran maestra.
Lástima que sólo recurramos a ella cuando ya estamos al borde del precipicio y con los recursos al mínimo.
Un abrazo.
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