domingo, 8 de marzo de 2009

Cuestión de crisis. II (…)


Será cuestión de orígenes y regeneración


Cuando las cosas van bien acostumbramos a achacar la buena racha de alguien a la suerte o a que es un/a pelota de cuidado. Una cierta envidia general se expresa en los gestos de todos, pero hay veces que si observas bien no van los rumores tan desencaminados. Consigue una buena posición en el grupo de trabajo, los jefes confían en sus decisiones, le muestran cierto cariño dejándole su casa de veraneo e invitándole en navidad con su familia. Cierto es, también, que los jefes no suelen ser tontos, y reconocen en ellos la buena disposición y la capacidad para el trabajo que les encomiendan. Pero has de ser rematadamente tonto para creer que estas vacunado contra los malos tiempos, y para no saber que ciertos favores han de ser devueltos.

Llegan los malos tiempos, ahora los jefes ya no confían en nadie. Quieren estar presentes en todo, quieren saberlo todo. Quieren reducir esto o lo otro y van empequeñeciendo el círculo de decisiones. De saber con claridad que vas a hacer al día siguiente, te encuentras a expensas del humor con el que lleguen a primera hora y te digan que resultados quieren. Casi siempre vuelven a implantar lo que más te fastidiaba hacer y te había costado tanto modificar en tu beneficio, ahora, el cliente manda, y si tienes que hacer tres veces la misma rutina, aunque tu trabajo sea triple, la haces y punto.

La reacción de un prepotente es digna de estudio. Bien está, que demuestres tu disgusto por el cambio de situación. Pero de ahí a que una vez perdidos los privilegios intentes que prevalezca tu autoridad, no por tu trabajo de mando intermedio, sino por cuestión de derecho e inmunidad, incluso intentando solapar al jefe, es propia de un suicida sin imaginación. Que además arrolla a todo el que le toma en serio y le sigue.

Hace peña con algunos compañeros atacando a quienes no se dejan manipular. Se pavonea con tanta altanería, que parece un payaso en un circo particular y un perdonavidas. Pide audiencias en el despacho, sube nervioso y baja colorado. Es al primero que cierran la boca cuando reclama sus derechos con echarle en cara todo lo que han hecho por él. La gallita de turno, una jovencita recién contratada, que le apoya en voz alta y contesta de forma grosera, y pone una sonrisita irónica cuando le cambian las órdenes, se regodea en su poder de adjunta al mando intermedio, haciendo demostraciones de sus altos conocimientos en un trabajo que el resto lleva haciendo toda la vida. Estos, los otros, no se percatan de las situaciones más susceptibles, ven cambios y tratan de adaptarse aguantando lo que les echen, están acostumbrados a no tener opiniones, no piensan, hacen, y cuanto menos se les note mejor. Saben que están muchas horas de trabajo junto a él, y si se les pregunta su respuesta es evasiva.

En otros departamentos, en los que tras varios intentos no ha conseguido hacerse con autoridad, no solo no le tienen en cuenta, sino que cada vez que mete la nariz se la cortan. Debe tener repuestos a montón, siempre la tiene perfecta para un nuevo intento.
Uno de los jefes, jubilado en activo, con más vista y vivencias de las que se puede imaginar, los tiene calados desde hace tiempo. Ahora no solo le quita responsabilidades, sino que le advierte de su peligrosa situación, y mueve al resto de personal como en una partida de ajedrez, con movimientos tan precisos que sin un solo grito, le aísla completamente.

Ya ha comprendido que su situación ha cambiado, pero su actitud sigue siendo la misma, salvo en dos pequeños aspectos. Procura que su altanería solo sea patente cuando los jefes no están cerca. Y su peloteo es tan evidente que solo le falta postrarse con la frente en el suelo. El único valor que tiene a su favor, que no es poco, es un trabajo bien hecho, reconocido por todo el personal, incluso los que no comulgamos con él. Salta a la palestra cada vez que uno de los jefes se acerca en demasía a cualquier compañero, interrumpiendo o haciéndose notar para pedir turno.

¿Cómo hacerle comprender que no necesita nada más que un trabajo bien hecho para ser considerado un buen colaborador? ¿Cómo explicarle que no tiene alternativa a formar parte de la gerencia sencillamente por qué es un negocio familiar, con una familia muy grande? Cada día, en sus intentos por recuperar un control que realmente nunca ha tenido, pone en jaque al personal tanto de su departamento como de los demás. Alguna que otra vez consigue su propósito de hacer pensar que sin su intervención no se habría salvado la situación. O al menos eso cree él.

Pero lo peor ocurre cuando llega la ayuda de algún otro familiar al que se le dan ciertos privilegios, como es natural. Revolotea a su alrededor con una mezcla de ofrecimiento y ayuda para lo que necesite y una demostración de sus virtudes más sobresalientes. El efecto es deprimente. Pasas olímpicamente ya de sus historias, estás tan acostumbrado que le ignoras, cada uno tiene sus maneras. Te acostumbras. Pero cuando ves la mirada inquisitiva del nuevo, su asombro y estupefacción ante tal forma de hacer el ridículo, no tienes más remedio que echarle arrestos y cerrar la boca. Sonríes, levantas los hombros y le haces gestos de que le ignore y le deje estar.

Si estos personajes llegan a puestos importantes en la cadena de mando, a puestos en los que se tomen decisiones claves, actuando de la misma forma que en sus pequeños cotos ¿funcionaría su currículo personal de valores? Supongo que si. De hecho en el mundo de la política, muy desacreditado ya pero primordial para esta forma de sociedad que ejercemos, se ven actitudes similares y bastante más desarrolladas.

Pero no es cuestión de deprimirse, habrá que utilizar la imaginación y llevarles de vuelta al camino con “la zanahoria colgando ante sus ojos”, y hacer que no se distraigan de sus objetivos, que no es ni más ni menos, que un trabajo bien hecho. Aunque como en el caso de este compañero, parte de la culpa es de los jefes que les ponen al mando de forma contradictoria y poco clara.
Les adulan y les critican, les damos poder y les quitamos el apoyo. Sinceramente nos falta buen criterio para ser electores.



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2 comentarios:

Carz dijo...

No recuerdo quién dijo que todos ascendemos hasta nuestro nivel de incompetencia: en el momento en el que somos incompetentes nos estancamos. Así que si todos descendiéramos un nivel todo iría mejor.
Claro, los pelotas-seres-viscosos (este calificativo se lo robo a una amiga) ascienden muchos niveles por su nivel de incompetencia, pero eso me pone de mala leche, y como ando algo taciturno y chopiniano (este adjetivo se lo robo a mi padre) pues me gustaría llevarte a bailar y a tomar unas birras o lo que sea que quieras tomar. O a dar un paseo por la Malvarrosa. Vamos, lo que quieras.

Un beso nada incompetente.

gaia07 dijo...

Interesante eso de descender un nivel, puede que si no levantáramos tanto la nariz para respirar más alto, veríamos los vanos resultados de tanto esfuerzo.

Taciturno, chopiniano, de mala leche, y aún así dispuesto a complacerme. Ven, ven, que lo que quiero ya me lo pienso mientras vamos.

Un beso aprovechado (ya que nos ponemos).