Y estas cosas ocurren en algún lugar de por aquí
Hoy he llegado un tanto molesta por algunas historias en el trabajo. Me ha traído un libro y me ha contado sobre el escritor. En el silencio que ha seguido me ha preguntado: ¿qué tal el día?
Ha dado la impresión de darme el disparo de salida para relatarle un día de desavenencias, el repris de mi monólogo ha salido disparado por lo revolucionada que iba. Aquí empezaré por el final.
En según que estratos de la sociedad, la crisis es una compañera fiel.
De esto saben mucho aquellos que hacen números hasta con los cigarrillos que se fuman al día, y no es una cuestión de salud, aunque importante, no tanto como para no darse algún privilegio nocivo, obtener su dosis de morbo y quitar un tanto de pesadez a la vida. Y como siempre no me refiero a gente extrema, a los que llaman la atención por salvajes o por cultos, sino a la gente común que sencillamente subsiste.
El drama y el susto que tienen los de mejor posición, los que generan ese ronroneo constante de lo dura que va a ser la crisis, y gastan menos por si acaso, no tiene nada que ver con los matices que perciben las personas que la tienen por colega, el apretarse el cinturón -que ahora sujeta la pata al cuadro del asiento del sillón, que de tanto usarlo es cómodo por narices- resultan verdaderos economistas y tenaces luchadores contra la desconsideración, llegan a conseguir resultados tan asombrosos en su medio, que se hacen millonarios día a día, millonarios en conseguir lo necesario para vivir, no en cuestiones monetarias. Puntualicemos, las prioridades cambian según bajas o subes escalones sociales.
En esta vida rutinaria de la gente que vive con pocos recursos, incluso teniendo trabajo y cobrando todos los meses, se hacen milagros como los de la Señora Benina en su barrio madrileño allá por el año 1900. Por estos lares parece que no pasan los siglos, con el mismo hueso se hacen varios caldos. Y aquel susto de los de arriba comienza a llegar en un tufillo característico, ahora tiran menos, las calles están más limpias.
En los mercados las casquerias salvan muchos días la mesa, bajan precios para ver si el personal se anima a comprar y eso ayuda. Acercarse a los pueblos por aquello de intentar que el labrador pueda echar una mano con productos que no estén sancionados con tanto beneficio intermediario, y que no pille esta transacción la inspección correspondiente, sin su sello de apto para el consumo y la debida tasa correspondiente.
¿Importará mucho si el producto tiene sello sanitario? A este nivel, te perjudicas si no comes o te perjudicas comiendo, la opción válida es cuestión de lógica. Y no hablemos de las tiendas de chinos, eso es la panacea.
Está claro que las crisis de sistemas no afectan por igual a todos. El ingenio y la supervivencia de los ya versados economistas de lo mínimo, salva familias enteras y hasta algún vecino.
Hay otro estrato por ahí en medio perdido, que me tiene un tanto intrigada, por no decir cabreada. Son aquellos que disponen de un trabajo, más o menos duro, llevan el jornal a casa, pero han cambiado la convivencia con los compañeros usando la crisis como justificación.
El comportamiento muy peculiar se vuelve un tanto animal, como la meada para advertir que es territorio privado y solo con autorización puede cruzarse. Los pequeños defectos personales, como la envidia y los celos pasan a ser armas de posicionamiento.
(Sigue)
Ha dado la impresión de darme el disparo de salida para relatarle un día de desavenencias, el repris de mi monólogo ha salido disparado por lo revolucionada que iba. Aquí empezaré por el final.
En según que estratos de la sociedad, la crisis es una compañera fiel.
De esto saben mucho aquellos que hacen números hasta con los cigarrillos que se fuman al día, y no es una cuestión de salud, aunque importante, no tanto como para no darse algún privilegio nocivo, obtener su dosis de morbo y quitar un tanto de pesadez a la vida. Y como siempre no me refiero a gente extrema, a los que llaman la atención por salvajes o por cultos, sino a la gente común que sencillamente subsiste.
El drama y el susto que tienen los de mejor posición, los que generan ese ronroneo constante de lo dura que va a ser la crisis, y gastan menos por si acaso, no tiene nada que ver con los matices que perciben las personas que la tienen por colega, el apretarse el cinturón -que ahora sujeta la pata al cuadro del asiento del sillón, que de tanto usarlo es cómodo por narices- resultan verdaderos economistas y tenaces luchadores contra la desconsideración, llegan a conseguir resultados tan asombrosos en su medio, que se hacen millonarios día a día, millonarios en conseguir lo necesario para vivir, no en cuestiones monetarias. Puntualicemos, las prioridades cambian según bajas o subes escalones sociales.
En esta vida rutinaria de la gente que vive con pocos recursos, incluso teniendo trabajo y cobrando todos los meses, se hacen milagros como los de la Señora Benina en su barrio madrileño allá por el año 1900. Por estos lares parece que no pasan los siglos, con el mismo hueso se hacen varios caldos. Y aquel susto de los de arriba comienza a llegar en un tufillo característico, ahora tiran menos, las calles están más limpias.
En los mercados las casquerias salvan muchos días la mesa, bajan precios para ver si el personal se anima a comprar y eso ayuda. Acercarse a los pueblos por aquello de intentar que el labrador pueda echar una mano con productos que no estén sancionados con tanto beneficio intermediario, y que no pille esta transacción la inspección correspondiente, sin su sello de apto para el consumo y la debida tasa correspondiente.
¿Importará mucho si el producto tiene sello sanitario? A este nivel, te perjudicas si no comes o te perjudicas comiendo, la opción válida es cuestión de lógica. Y no hablemos de las tiendas de chinos, eso es la panacea.
Está claro que las crisis de sistemas no afectan por igual a todos. El ingenio y la supervivencia de los ya versados economistas de lo mínimo, salva familias enteras y hasta algún vecino.
Hay otro estrato por ahí en medio perdido, que me tiene un tanto intrigada, por no decir cabreada. Son aquellos que disponen de un trabajo, más o menos duro, llevan el jornal a casa, pero han cambiado la convivencia con los compañeros usando la crisis como justificación.
El comportamiento muy peculiar se vuelve un tanto animal, como la meada para advertir que es territorio privado y solo con autorización puede cruzarse. Los pequeños defectos personales, como la envidia y los celos pasan a ser armas de posicionamiento.
(Sigue)
2 comentarios:
Espera que me frote los ojos tras el esfuerzo de leer tu diminuta letra.
La crisis -su palabra o su invención- es para muchos la panacea que permite hacer sin disculpas lo que siempre han deseado.
Así que no creo mucho en ella. Me da la sensación de que se la maneja cuando ha llegado a afectar a los que nunca (y me malicio que ni siquiera ahora) afectó.
Para los de siempre viene a ser igual: siempre fueron escudos humanos para dar la cara por ellos.
Y ellos, naturalmente, ya se habían cubierto las espalda durante los años de vacas gordas.
Besos.
¡Jo! Tienes razón. Me he dado cuenta que, sobre todo en los portátiles, es demasiado pequeña. En mi pantalla, la “normal” se ve tan grande que me molesta. Ahora lo arreglo.
Has resumido en cuatro frases perfectas lo que intentaba decir. Gracias por entenderme.
Besos. Muchos.
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