El sonido del mundo
Se casó con una joven de salud frágil, también del pueblo, que aguantó más que la hermana. Se querían, o al menos no demostraron jamás lo contrario. No tuvieron hijos. Él había sido el ligón del barrio, acabaría convirtiéndose en un maduro salido, siempre según las mujeres de por allí. Contando con el morbo que proporciona un tendero faldero, mucho mejor que gastar dinero en atractivos anuncios. Admiraba a su hermana y siempre estuvo presto a ayudarla. Entre los tres y el mayor cuando no tenía partidas, atendían el negocio. Construyeron la casa pared con pared con la de sus padres, y siguieron juntos toda la vida. La cuñada calmaba los ánimos unas veces, otras hostigaba. Pero consiguieron convivir dentro de cierta armonía. Los sobrinos pasaron algunas temporadas en casa de los abuelos, y en vista de las malas rachas del tercer hermano, propusieron quedarse con la mayor, cuestión a la que la madre se enfrentó con un terminante no. Le cayó la sombra del despecho para siempre.
Murió primero el aventurero, quizá la naturaleza decidió que había aprovechado suficientemente la vida. Bastantes años después el mayor. Seguido al cabo de un par de años por la hermana, y al año siguiente la mujer del pequeño.”
Tras terminar su relato (por cierto, mucho más largo al escribirlo) entramos en un debate sumamente interesante.
Descubres una realidad que no conoces (adivinabas si acaso) dónde solo eres un nombre, antes tan familiar y ahora pronunciado por voces autoritarias y rotundas, casi que ni lo reconoces. Te asignan varios números que usas dependiendo a la institución que te dirijas. Tu valor está en una cuenta que otros manejan, utilizan y negocian, y a los que pagas por hacerlo. Tú identidad la bordan tus huellas dactilares en un documento, que otros manejan, utilizan y controlan. Que también pagas. Tienes que escoger con cuidado las palabras que utilizas, cómo dices las cosas, de qué manera cuestionas el asunto que otros redactan, estipulan, y juzgan. Ejerces de mero peón en un tablero que ni siquiera sabias que pisabas, sin conocer si avanzas o retrocedes, giras o tuerces. Admiten y concluyen al fin que eres quién dices ser. Y ahora que eres tú, nombrado y numerado, pagas (y tira porque te toca).
Antes eran los dioses, ahora la burocracia.
Pasas por momentos extraños no sabiendo a qué te enfrentas, por dónde vas y cuál debe ser tu siguiente paso, siempre en manos de los que vigilan tus derechos, dicen. Reconoces una fuerza opresiva, misteriosa y distante, con extraordinaria complejidad y carácter contradictorio que dificulta el trato directo con ellos, obligándote a buscar profesionales. Por un rato consigues librarte de todo, te da por pensar si realmente merece la pena llegar a sentirte como un pelele a cambio de un poco de dinero y un tercio de una mitad de una casa. Y te partes de risa (por no ponerte a llorar).
"Te vuelves escéptica, como que te da un poco igual, le comentaba ella. Penetras en un espacio sepulcral, con el corazón apretado, el notario lee las escrituras llenas de palabras extrañas, y pregunta si se quiere alguna aclaración ¿Alguna? Te animas y preguntas -A ver, entonces, yo tengo que pagar 3.000 euros para recibir los 7.000, descontando los 2.000 que me cuesta la notaria, el abogado y demás trámites. Con lo que me quedaré con 2.000 limpios, y el tercio de la mitad de una casa de gastos e impuestos correspondientes a partir de ahora-. Haces un esfuerzo por no soltar la risita y parecer seria (mientras piensas “me cago en mi rica familia ¡la leche que pesadilla!”) E intentas no cabrearte más cuando oyes a los otros, dueños de otro tercio, decir que están la mar de contentos porque se consideran afortunados. Les dedicas una mirada de compasión y les dejas estar.
Entonces caes en la cuenta que también tú estás usándote como mercancía, exiges tus números correspondientes, tu sitio y tu encasillado preferente, a ser posible, a cambio de lo que eres capaz de producir."
Esto derivó la conversación sobre la capacidad del ser humano de luchar contra la necesidad, reducirla e inventar su libertad. El valor intelectual y espiritual del que tanto alardeamos y que nos aleja de nuestros comportamientos animales, también es una cárcel. Me habla de Diderot (da para otro post)
“Si os proponéis ser su tirano civilizadlo […] Desconfiad de quién quiere restablecer el orden. Ordenar es siempre convertirse en dueño de los demás molestándoles” Denis Diderot
Casi deseas la felicidad del ignorante. Pero no. Mejor sacrificado sabiendo, que un feliz sacrificado. Estamos de acuerdo.
Tras un periodo de enajenación mental a la que te lleva la diosa Burocracia, no vendrá nada mal un poco de sosiego. Las formas de conseguirlo pueden ser diversas, desde irse de compras hasta subir al pico de una montaña. Mi propuesta es menos costosa (financiera y físicamente) pero advierto que no se debe perder de vista que el inmenso vacío en el mundo es necesario, no hace falta rellenarlo con nada ni con nadie, solo contemplarlo y disfrutarlo.
El hecho de que vivamos al final de un pozo de gravedad, en la superficie de un planeta cubierto de gas, que gira alrededor de una bola de fuego nuclear noventa millones de millas más allá y que pensemos que eso es normal es obviamente una indicación de cuán retorcida tiende a ser nuestra perspectiva.
Douglas Adams.
La palabra mantra proviene del sánscrito man, que significa mente, y tra, que tiene el sentido de protección, y también de instrumento. Los mantras son recursos para proteger a nuestra mente contra los ciclos improductivos de pensamiento y acción. Aparte de sus aspectos vibracionales benéficos, los mantras sirven para enfocar y sosegar la mente. Al concentrarse en la repetición del sonido, todos los demás pensamientos se desvanecen poco a poco hasta que la mente queda clara y tranquila.
2 comentarios:
interesante...
Confieso haber estado perdida ante el comentario al igual –imagino- que lo habrás estado con mi texto.
El tiempo dedicado y algunos de los significados de la palabra que elegiste, me hacen pensar que algo te ha provocado.
Con todo SoL LuNaR, ha resultado un placer tu comentario.
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