domingo, 8 de febrero de 2009

Mandas y mantras I (XII)

Elliott Erwitt - Bañistas en la playa
(a contracorriente)


Llegaba con retraso, estaba en la mesa repasando unos papeles con sellos oficiales. Había estado en el notario tratando de poner en orden su patrimonio. Se lamentaba del tendencioso contenido de las leyes que debía asumir. Algo que parece tan sencillo como dejarle la casa a tu hijo, tener protegida a tu pareja y a ti, acaba resultando tan desconcertante como tener que pagar el IVA de las facturas que aún no has cobrado. Le costará varias visitas más hacerlo parecido a cómo lo tenia pensado.

Comentando nuestras experiencias, no siempre agradables, mencionó el caso de una amiga muy cercana que se vio forzada a realizar una serie de procesos confusos y desquiciantes para todo aquél no habituado a estos trámites. He cortado su frase, cogiéndole del brazo “Luego te enseñaré un mantra para que te reconcilies con la energía del universo”, mirada burlona “¿Sabes sanscrito?”, la sonrisa no me dejaba pronunciar bien: “No, pero sé hacer ooommm de formas diferentes” Tras las carcajadas, le he instado a continuar.
Y cómo hace siempre, me relató la historia con ese talante entre jocoso y serio que me embelesa, y consigue que el tiempo pase de manera fulminante.

“Sabia que sus familiares en el pueblo tenían alguna que otra propiedad, pero bueno, la generación de actuales dueños puede hacer lo que quiera, y te desentiendes. La falta de roce hace el resto. Te van llamando conforme se ponen enfermos, acudes a visitarles, estás con ellos, y cuando pasa todo vuelves a tu casa. Así uno tras otro.
Un día te llaman y te dicen, sus familiares han muerto sin testar, son ustedes herederos de la mitad de los bienes con otro familiar que queda vivo. Han de venir a hacerse cargo de ella, de la herencia. Y empieza un jaleo de espérame y no te menees. La familia se une (más o menos), pero toda la parafernalia legal que se monta alrededor de esto es bestial (he buscado sinónimos, pero esta que utilizó lo describe tal cual es). Y empieza la pequeña historia de esta saga.

Hubo peleas entre hermanos toda la vida.
Durante la niñez y la adolescencia unos cuantos garrotazos del padre les mantenían a raya. Tres chicos y una chica. Crecieron en el valor de la fuerza sin aprender a razonar. Cada uno organizó su vida en base a lo bien o mal que le costaba aguantar a los otros. Y crecieron.

Vivían todos en la casa paterna, decidieron hacerle unas habitaciones separadas al mayor al otro lado del patio, para darle cierta independencia. Era jugador de pelota de trinquete, la vida le sonreía y le llevaba de un sitio a otro. Ayudaba en el negocio familiar cuando no tenía partidos. No se le conoció novia oficial ninguna. Novio tampoco. Se dedicó a vivir para sí mismo, en cuerpo y alma, fue un hedonista feliz.

A la hermana, el hombre que quería la dejó al declararse homosexual, allá por los años 40. Un duro golpe para una joven que no tenía más futuro que el matrimonio según manda la santa madre iglesia católica apostólica y romana. Las habladurías en el pueblo del resto de cristianos de la congregación tuvieron tema para años, eso era amar-jodiendo al prójimo, y no lo que hace ahora el entretenimiento televisivo favorito de la mayoría. Aquello era contra alguien cercano. Vigilada y perseguida sin esfuerzo, podían estar a favor o en contra de una o de otro. Mirarla de reojo cuando pasaba y cuchichear, con la sana intención, queremos deducir, de que hiciera pública su opinión del asunto, y con la malvada intención, concluimos, del morbo que provoca meterse en la vida de los demás.

Ella decidió quedarse soltera, puede que por despecho, puede que el dolor la dejará destrozada y no quisiera volver a embarcarse en otra historia, puede que quisiera demostrar que no necesitaba a hombre alguno. Vaya si lo demostró. Levantó un negocio con una fuerza digna de una sacerdotisa egipcia, allí no respiraba nadie sin su consentimiento. Mejoró la casa y llevó el negocio viento en popa. Los terrenos de sus padres los alquiló hasta que vio venir las voraces fauces de los temibles constructores y vendió. No quiso hacer negocio, solo dinero. El negocio familiar, lo regentaba ella, enfrentándose cada día al pueblo entero, a quién quisiera entrar, con una sonrisa de oreja a oreja y las frases más cortantes y directas que tendero alguno dirigía a su clientela. Y siempre estuvo lleno.

El tercero emigró, escogió a una chica del pueblo y contra los deseos de ella de viajar al extranjero, fueron al sur. Era el más aventurero. Vivía a su manera. Jugaba al póker con las normas, las utilizaba para apostar, las ignoraba cuando no le interesaban, y cuando alguna le daba la razón la convertía en religión. Montó un par de buenos negocios, que florecieron con fuerza y desaparecieron con rapidez, le gustaban las cosas a lo grande. No era bebedor ni mujeriego, pero todo lo que conseguía se lo jugaba a las cartas.

Ella era diferente, necesitaba estabilidad, no le gustaba hacer las cosas sin prever lo que pudiera ocurrir. Negociaba por sus tres hijos. El poco dinero que llegaba a sus manos lo hacía desaparecer casi al instante, unas telas para vestirlos, unos zapatos, los libros del colegio; lo único que no pudo conseguir es que acudieran a misa cada domingo, él se negó en rotundo. No estaba dispuesta a tratar de conocerlo y enseñarle a razonar, ella tenía razón, que importaba lo trascendente de ese negocio si no tenían la seguridad de comer todos los días.

Dedicó su vida a intentar meter a ese hombre en un trabajo de horarios, de movimientos mecánicos, sin libertad de acción, de decisión, de peligro. No lo consiguió y acabó con una crisis nerviosa, le diagnosticaron epilepsia, recetándole unas pastillas que estuvo tomándose durante 30 años. En su vejez un médico quiso saber más sobre ese diagnostico y le hicieron pruebas. No padecía ese trastorno, debía dejar las pastillitas poco a poco (me pregunto si los efectos secundarios de un medicamento agresivo que no necesitas durante tantos años, puede ser causante de algunos, por no decir todos, los males que ahora se le acumulan).”
(Sigue…)




Discover Frank Sinatra!


5 comentarios:

ybris dijo...

De tal palo tal astilla.
De tales convicciones tales propósitos.
Ella es diferente. Vaya que sí.
A ver qué nos cuentas en lo sucesivo. De momento quedo con ganas de más.

Besos.

gaia07 dijo...

No puedes imaginarte, Ybris, en qué grado me ha llegado a demostrar la vida, que llevamos grabados en nuestros genes y memes las convicciones del palo del que procedemos. Sobreviven aquellos que saben sacar lo mejor y conseguir un criterio propio con qué grabar los suyos, de modo que la siguiente astilla no tenga un propósito nocivo y no esté obligada a desaparecer.

Es cuanto menos entretenido, pero lo que realmente pretendo es exponer la lección que quiso referirme con esta historia, o más bien, la que yo entendí.
Al menos intentar transmitir lo cavilosa que quedé.
Un beso.

Carz dijo...

Decía Azúa que "introducir en el alma una ortopedia completa no puede sino conducir a la ruina". Y es que no se puede cambiar a las personas sin aniquilarlas, una forma de amor muy utilizada a lo largo de la historia.
Casualmente las pastillas que estoy tomando para la parestesia son básicamente un antiepiléptico con algunos efectos secundarios un tanto jodidos que espero no sufrir... y es que (parafraseando a Kundera) los pájaros aprendieron a volar de las casualidades.

Hoy te invito a tumbarnos en un prado a ver volar casualidades.

gaia07 dijo...

Tenía razón Azúa, el chantaje emocional está muy arraigado en eso que quieren llamar amor. Cierto es, que hay normas necesarias para controlar las muchedumbres, pero de ahí a querer normalizar los sentimientos es de locos. Medio mundo castrado y el otro medio intentando que no le castren.
Tranquilo Carz ¿por qué ibas a ser tú ese 5 % de personas sensibles a los más variados efectos secundarios?

Andaba necesitada de esa invitación. Aunque tendrás que ayudarme a ver las casualidades, soy adicta a las causalidades.

Carz dijo...

Aquí tienes una :)


Causalmente, un beso.