Los problemas generados en la vida diaria y resueltos con muchos desvelos, no permiten disfrutar del bienestar íntimo sumamente importante para estabilizar las fuerzas y la fe en lo que haces. Consiguen muy al contrario entristecerte. Si la vida consiste en dar continuos saltos y hacer incesantes esfuerzos para superar todas las controversias, sin disfrutar de un tiempo de tranquilidad, no merece la pena.
Algo falla, en países donde la renta per capita es alta viven personas insatisfechas en un alto porcentaje. ¿Qué es lo que perdemos en el camino? ¿Son estos los resultados de esa ansia de conseguir cada vez más?
La vida a un ritmo muy acelerado acorta el tiempo de alcanzar lo que te propones, y también de poder disfrutarlo.
Nuestros recientes vecinos inmigrantes de países en los que el sistema de vida no está aún impregnado de prisas y ajustes de tiempo, nos muestran la diferencia. Incluso nos pone nerviosos ver la calma con la que se toman las cosas. Allí donde nosotros damos importancia ellos no ven ninguna. Producimos hoy para mañana, ellos viven hoy sin apenas pensar en mañana. Dilatan el tiempo. No hace mucho España funcionaba de la misma manera, éramos los lentos de Europa. Aún conservamos la siesta y el buen humor gracias a la costumbre.
Tenemos cada vez más posibilidades de mejorar y cubrir nuestras necesidades pero la miseria sigue instalada entre nosotros, vivimos con un pie en la abundancia y otro en la pobreza. Somos conscientes que si este sistema nos falla, y falla con bastante facilidad, nos quedamos sin lo logrado.
Perder el trabajo es un drama, un virus que se regenera, una amenaza. No existe el trueque, si no tienes dinero no puedes optar a vivienda, comida, vestido. Sin poder satisfacer las necesidades más básicas nos echamos a temblar cada vez que a nuestro alrededor hay movimientos extraños.
Nos dijeron que se acabó el trabajo de toda la vida y nos enfrentamos a continuos cambios de labor, continuo aprendizaje no solo de la nueva tarea sino de la forma de trabajo de cada nuevo maestro. Además de necesitar pericia en tus capacidades para la elaboración, has de tener conocimientos de psicología para entrever que quieren, que proponen, y hacer los cambios pertinentes en ti adaptándote a las exigencias, y al menos conseguir llegar al segundo descarte de futuro colaborador.
Esto cuando no te dicen que hagas un estudio de mercado para adecuar tu curriculum, ya no eres una persona, un trabajador, te han convertido en un ente. Cuestión fácil ya, nombrado y numerado, de persona a objeto solo hay una línea casi invisible.
Los países subdesarrollados lo son, no por no poder conseguir los medios para subsistir si no porque nuestra degeneración ha llegado a su forma de vida sin que estuvieran preparados y aleccionados para seguir el ritmo.
Colonizamos con la idea de que nuestro sistema es lo mejor y no damos opciones. No respetamos sus maneras de entender el mundo. Provocamos destrucción, ignorancia y malestar. Les enseñamos nuestros dogmas y creamos seres corruptos.
Somos la especie más peligrosa del mundo, no por disponer de garras o de más fiereza o agilidad, sino por nuestra cultura que resulta ser la mayor adaptación biológica de este planeta.
Además de importar avances tecnológicos y médicos, llevamos histerias, bajos valores éticos, fundamentalismos y nuestra mayor derrota, la dependencia de los demás convertida en dogma.
La educación, la más importante de nuestras bazas, durante siglos se ha convertido en la más sutil y devastadora forma de dominio, siempre impuesta por los organizadores sociales que no precisan pensadores, sino mano de obra barata y sumisa. Y lo hemos permitido.
La técnica como privilegio. Formamos mentes para producir, no para pensar. Filosofar es perder el tiempo. La demostración más evidente de la ineficacia de nuestra educación y de nuestra cultura la tenemos con solo echar un vistazo a cómo se desarrolla el mundo. Pensar, hablar, discutir, comprender, probar, es perder el tiempo.Los que hablan para entendidos, convierten sus ideas en debates técnicos, incomprensibles para no doctos en el tema que tratan.
En nuestra desorientación hemos dejado de ver que el verdadero filósofo es aquel capaz de guiar a los trabajadores, a los hombres y mujeres de la calle, en el mundo real.
Lo único que me hace mantener la esperanza es que a pesar de los radicalismos y el desprecio hacia el pensamiento y lo diferente, siguen brotando por todas partes las ideas, las protestas, las mentes preclaras ante los que proponen los guetos que intentan establecer derechos de posesión a favor de los que –dicen- no entendemos, no sabemos y no tenemos capacidad para resolver nuestros problemas cotidianos.
Necesitamos que ellos-as, esos pocos-as, sigan intentando hacer patente que existe un arte de saber vivir. Aunque les llamemos locos, utópicos y excéntricos. Los que utilizan de forma diferente el mundo, los que gritan las equivocaciones, los que nos retan a probar nuevos sistemas. Los que todavía creen en lo humano.
Nosotros dos durante estas tardes, damos fe que las distintas generaciones y géneros, las distintas visiones del mundo son totalmente compatibles, discutibles y posibles de llevar a cabo. Y solo depende de lo que cada uno esté dispuesto a dejar de poseer.