sábado, 15 de octubre de 2011

Tercer tiempo y el Poder


The last passanger
Oscar Carrasco Ragel*


”Allí donde dos seres se miran, antes incluso de hablarse,
allí el poder trabaja la relación, la socava, la determina.
La lucha de las conciencias de sí en oposición, que se da en Heggel,
el combate para determinar lo que corresponde a la dominación y
lo que pertenece al campo de la servidumbre,
todo esto es materia de una verdad al mismo tiempo ética y política”
Política del rebelde, Michel Onfray



Ha caído la mole. El polvo ha vuelto opaco el aire haciendo necesario alejarse un tiempo para poder ver y respirar. No quise irme demasiado lejos por no perder de vista las ruinas y contemplar el espacio borrado y deforme de la que fue mi vida, aquella donde había estado asumiendo como algo habitual los baluartes que soportan la autogeneración del poder.  

Una vez descubierto sin afectaciones absurdas el funcionamiento del arribismo de ese poder, su verdadera naturaleza y su metamorfoseada forma de abducirnos y controlarnos, tras buscar husmeando allí donde la autoridad prohibía, dilucidando mis propias impresiones sobre las pistas de otros que apenas revelaban nada en sus mensajes cifrados, apostada las 24 horas de guardia sin perder los nervios mientras dejaba pasar cuanto deseaba y cargaba con lo intolerable, acabé reconociendo que las luchas durante tantos siglos repetidas contra él no han tenido nunca ningún sentido.

Guerra-postguerra-dominación (de unos o de otros) representan siglos en una rueda endemoniada y sin fin. No se puede luchar contra él porque el poder no es nada en concreto, no le representa un estamento, edificio o grupo en particular ni se sirve de un lugar fijo para esgrimir la autoridad pues le valen todos, sino que se ejecuta en cada individuo, en cada uno de nosotros, da igual el ideal por el que luches una vez conseguido el poder te absorbe, te infecta, te convierte, te domina y te vuelve tan destructor como lo fue aquél contra quién luchaste para arrebatárselo.

Esos baluartes, esos bastiones donde apoyamos nuestro hacer, nuestra Moral, con la que argumentamos lo Justo, el Estado, el Orden, la Seguridad, son los que nos llevan de una sociedad disciplinaria a una sociedad obediente y culpable, y de ésta a una sociedad de control que acaba extenuando la paciencia de los ilotas hasta que nos rebelamos y vuelve a empezar la rueda.
No hacemos más que fijar el poder en vez de hacerle vacilar y desequilibrarle, en vez de airearlo lo volvemos putrefacto.

“El poder se impone únicamente por el consentimiento de quienes lo padecen” La Boétie.
Somos tan sádicos que disfrutamos con el sometimiento y cuando se nos enciende una luz, algunos la convertimos en el resentimiento con el que alimentar las fuerzas populistas y neofascistas.

Mi primera reacción fue excluirme y no considerarme culpable de nada en absoluto, obraba como me habían enseñado, haciendo aquello que me permitía sobrevivir, soportaba, obedecía, utilizaba y usaba la autoridad a mi conveniencia porque estaba a mi servicio, para mi protección del resto de la sociedad, de los otros, de los míos incluso… y entonces lo vi, allí estaba el Poder sonriéndome, dándome palmaditas en la espalda, mostrándome cómo podía tener acceso a todo cuanto me apeteciera, a cambio solo tenía que encorvar el lomo y producir en espera de mi turno para poder disfrutar de todas las promesas. Una religión fantástica.

Revolución absoluta en mi, destrucción de bastiones, conexiones, sometimientos, necesidades sin fundamento. Ahora el poder y la autoridad sacan sus armas desde miradas ajenas que pretenden reconectarme de nuevo al sistema, aún soy útil.
Y ahora vuelve a ser traslúcido el aire, mi mirada al frente contempla matices antes impensables entre las vapores de la preocupación, el estrés, la ansiedad o la borrachera de turno.


Caminar entre escombros no es nada fácil, pero estas noches tienen luna llena, hermosa, vital y deslumbrante. No dejo de repetir mi mantra “la eternidad es este instante”