domingo, 19 de abril de 2009

Santa Semana



Claustro de Évora y Alange

Es fiesta, el cielo está gris y el aire sopla frío.
Me cuenta sus vivencias en una de las ciudades de mi itinerario, pregunto interesada por algún detalle del que me informa cumplidamente.

Los rugidos metálicos, las señales acústicas en la inmensa sala, la mesurada voz que anuncia la salida o llegada de otras ciudades, el murmullo confuso del trajín, ruedas que resuenan en distintas direcciones, te sumergen en una barahúnda en la que todo parece vigilado.
Sin perder de vista al de delante y al cartel allá arriba que anuncia los cambios continuos de información, te convences que estás dónde tienes que estar y permites el control de cuanto llevas.

Sola en el asiento doble de un vagón repleto. Gente desconocida que durante un día comparten anécdotas, llenando el reducido espacio alargado de risas e historias tristes. Instalada, muda y atenta a cuanto ocurre me vence el cansancio, el sopor me lleva a los parajes predilectos de mis sueños.
El silencio espabila, deja oír el machaqueo de las juntas de los rieles, la marcha se ha ralentizado en el último tramo mostrando el paisaje que no deja ver la velocidad.

Es noche cerrada, rodamos por la autovía contando las peripecias del viaje. A grandes rasgos nos hacemos un plan para los próximos días y me pongo en sus manos, resultará una magnífica guía turística.

Toca subida a una torre de esas que siempre ves en el camino diario, que cada vez te dices que has de subir un día de estos, pero nunca lo haces. Pues este era el día.
Aprovisionamiento de agua, buen calzado, sol en su apogeo, aire atemperado por el lago y unas nubes misericordiosas que de vez en cuando nos protegen.
Ruta nada complicada, vistas de impresión a la laguna y la inmensa llanura verde.

Olores limpios, colores sedantes, voces relajadas, miradas que te guían confiada hacia lo que desconoces.
Te desprendes de las piezas que tapan tu cuerpo y paseas dentro de prendas inmaculadas descalza por el silencioso laberinto. Abres, el sonido fuerte y conocido del líquido te altera, hueco de luz natural que te hace sentir más consistente que tu sombra, el fuerte caño y el eco de todo lo que se mueve te estimula, el agua suena diferente contra ti. Te hace sonreir.

En la masa líquida acogedora y agradable el vapor te envuelve, pierdes la sensación de pesadez y te meces.

La piedra caliente reconforta, respiras tranquila en la tibia penumbra llena de serenidad.

Advierto el vaho saliendo de la nariz y la boca, el aire quema de frío en la bóveda baja, las piedras en el fondo brillan como bajo un cristal que cubre hasta la mitad los arcos, siento el escalofrío de todos los nervios al bajar la escalera y huyo rápidamente de tanta belleza helada.

Desciendo por la escalera de baldosas blancas en la estrecha e iluminada gruta de la terma romana, casi vuelvo a introducirme en un sueño. Paseamos a solas, el eco de nuestros pasos impresiona. Hay huellas romanas, árabes, visigodas, castellanas, allí donde miras está instalado el pasado.

Qué se puede hacer después de inundarte de divina belleza y plácido desahogo, la dulce cafetería por supuesto.
Aquí los colores se convierten en rojos que incitan a desmelenarse. Aún no, el reciente estrenado estado del alma requiere seguir con la tranquilidad, y gana el paseo por las calles en compañía de la luna. De la visita del lujoso hotel inglés a la del coqueto y cálido hotelito estilo andaluz, con patio central y habitaciones con terrazas en cada altura. De ambos tomo debida nota.
Un día feliz.

Esta vez toca turismo puro y duro. Recorremos la ciudad embelesadas con la Roma ibérica. Entre foto y foto, no hay relatos históricos, sino amores y desamores de ambas. Mucho más interesante y productivo desde luego, pero, no podemos perdernos la visita al museo. Una vuelta y a lo que nos atañe de verdad delante de un par de digestivas cervezas frías.
Este, un día completo.

Recorrido de calles blasonadas de la antigua ciudad lusitana de la edad media. Increíble museo vivo cuidado y protegido por sus ciudadanos como ninguna otra ciudad. Voto porque consiga la denominación del Parlamento Europeo de “Ciudad Europea de la Cultura” en 2016, como reconocimiento máximo al Tercer Conjunto Monumental de Europa y Patrimonio de la humanidad por la Unesco, y a toda la lista de reconocimientos y premios que tiene esta fantástica ciudad.
Aquí no se necesitan máquinas para retroceder en el tiempo, simplemente entras y sales. Tan normal.
Otro día disfrutado plenamente.

Pasamos al país de al lado. Primera parada y visita a un claustro en el que se podría volver a vivir. Paseamos por sus almenas, subimos a las torres, visitamos jardines y terrazas. Si guardas silencio podrías oír el roce de los ropajes arrastrados sobre la piedra, y con un poco de imaginación los cantos y mantras religiosos y las intrigas de la época.
Imposible en un entorno como este no sentir la necesidad de amar, liberar la terrible águila enjaulada en el pecho, destruyendo votos y terribles promesas idealistas. Hondas virtudes de contrastes entre los sentidos y la realidad, haces daño o te haces daño.

Tras estos maravillosos días y ya de vuelta, solo pienso en regresar. Lugares que envuelven en una atmosfera de profunda quietud y sosiego, donde te encuentras y te descubres.
Y también, si, hay que regresar a los vuelcos del corazón cuando le ves, a sus ojos sin indiferencia, a los escalofríos de inquietud, a la urgente necesidad de que te toque.
Una y otra vez.

Santa Semana de renacimiento lejos de la indiferente obligación cotidiana.






2 comentarios:

ybris dijo...

¡Évora y Alange!
Eso si que es santificar el tiempo.

Besos.

gaia07 dijo...

Jajajajajaja
¡Vaya! Tú también eres un sabedor de santificaciones.

En verdad te digo Ybris que estos días lejos de solemnidades, ceremoniales y cultos, me han hermanado con los demás.

Besos.